Yo nunca he vivido en la playa. Sobre 'Temporada de Lluvias' de Roberto Gil de Montes
por Bruno Enciso
En kurimanzutto
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Kurimanzutto presenta Temporada de Lluvias, la primera exposición individual de Roberto Gil de Montes en México. El texto de sala nos cuenta que el artista vivió en Los Ángeles y en la Ciudad de México en distintos momentos de su vida, antes de establecerse definitivamente en La Peñita, un pequeño pueblo junto al mar en el estado de Nayarit. Me pregunto si su trabajo se favorece de una aproximación en clave autobiográfica. Vamos a averiguarlo.
Dos muros amarillos colocados en paralelo en cada extremo de la sala introducen una pauta de color que afecta de inmediato la percepción de la atmósfera general, comenzando por afirmarla: aquí hay una oportunidad de conocer un paisaje particular. Basta un vistazo panorámico a la obra para deducir que se trata de un entorno costeño. El amarillo de los muros pigmenta al mismo tiempo que acalora. La humedad proviene de los cuadros. De ese primer vistazo, además, queda un rastro libidinal. Pienso en postales y en fotografías que promueven el turismo. En cómo su visualidad seductora coloca siempre al frente aquello que es indudablemente bello, poniéndolo a nuestra disposición. En estas pinturas, la operación es distinta. Todavía sin interactuar con presencias específicas, se presiente un clima de intimidad, un ambiente al que no podemos acceder por completo. Su exterioridad funciona más como una insinuación que como un ofrecimiento explícito. Delata a un observador agudo y discreto.
En la imaginación citadina más convencional, la playa y sus encantos parecen condensarse en la promesa de las vacaciones. Si hay sol hay playa, si hay playa hay alcohol, coreamos. La densidad de esta exhibición aflora cuando nos percatamos de que aquí no sobresale la exaltación juvenil del tiempo libre. El reposo definitivamente está presente, pero, ¿de qué manera? Están quietas las tumbas y las pitahayas, como es natural, pero también lo están los cuerpos y las aguas. No reposan ni el viento ni el tiempo, pero su avance tampoco es claro. Esta curiosa inercia hacia la suspensión del movimiento no parece estar concentrada en congelar el instante. Es como si, por el contrario, sólo desacelerando lograra activarse cierta expresividad. Se contiene una fuerza dinámica para desplegar otra mucho más personal. La presencia de los símbolos en tanto síntesis de significado pierde importancia y, en contraflujo, la va ganando la relación que estos establecen con les mismes habitantes de las playas. El camposanto no es solo un recordatorio de la muerte sino el lugar donde dos muchachos se juntan para hablar. Y no podemos escuchar su conversación.
Roberto Gil de Montes, Blue Light, 2022. Foto: Onda MX
Nunca he vivido en la playa, pero asumo que la temporada de lluvias acarrea una serie de implicaciones considerablemente diferentes a las que afectan las ciudades. En cierto sentido, estoy explicitando obviedades: que la imagen de la playa no trae consigo el springbreak y la imagen de la lluvia no es siempre una tarde gris. Justamente esa obviedad posibilita la sutileza de las escenas retratadas en la exhibición. Un juego de espectaduría que va en dos direcciones contrarias. Sí, las figuras, los rostros y los cuerpos están presentes y podemos asirlos en su presunta fidelidad, sin embargo, nada de esto nos resulta muy familiar. No alcanzamos a participar de una voracidad turística, ¡y eso lo celebro! A nuestra disposición tenemos apenas una curiosidad voyerista que fácilmente puede devenir en angustia.
¿Cuáles son los pesares invisibles que impiden que aquí se asiente la calma? ¿Cómo afecta el roce del agua esto que siento, este ecosistema bajo mi piel? La lluvia concede una nueva complejidad a estas preguntas porque no siempre cae con la misma fuerza. A veces es tibia y a veces helada. Retrasa el contacto con las respuestas, es una barrera ligerísima y envolvente. Evita que nos apresuremos a dirigir la gestualidad de quienes habitan estos paisajes dentro de una corriente narrativa o una política identitaria. En todo caso, la vuelve más cautivadora.
Roberto Gil de Montes, A la mar, 2022. Cortesía de kurimanzutto
Aprovechar la suspensión del movimiento para desplegar fuerzas alternativas, aproximarse amaneradamente hacia las figuras y su significado, insistir en la densidad emocional de un encuadre específico… No logré localizar un relato autobiográfico, pero sí una entrañable serie de tecnologías queer que enriquecen un proyecto pictórico figurativo y tuercen su posible engarce con un discurso realista. Al salir, me pregunto qué clase de mañas o artificios he aprendido de aquelles quienes han participado de una disidencia antes que yo, así como de aquelles que habitan paisajes cuya configuración atmosférica no es la que yo acostumbro. Quiero creer que, conforme crezca, el ejercicio del deseo sexual presuntamente libre no será lo único que conservo a mi favor.
Recomiendo también leer Un lienzo, poema de Julio Trujillo que acompaña la exposición. Disponible en inglés y español en el sitio web de la galería. Temporada de Lluvias puede visitarse hasta el 15 de diciembre.
* Sin perder de vista la participación de algunes pintores dentro del programa Siembra, y lamentando no poder ocuparme de eso en este texto, merece la pena destacar que es la primera vez en años que esta galería presenta una exposición exclusivamente de pintura, presentada a muro, ocupando su nave entera. Quizás esta observación pueda indicar algo en conversaciones alrededor de la oferta artística local.