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Entrevista con Rodrigo Echeverría (o Mercado Juárez)

Entrevista

Entrevista con Rodrigo Echeverría (o Mercado Juárez)

por Sofía Ortiz

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6 min

Rodrigo estaba muy atento a mi llegada, asomado desde el balcón de una casona en la colonia Juárez. Yo le había escrito unas semanas atrás para ver si le importaba que nos viéramos en persona; sólo conocía su trabajo en fotos y quería hacer esta entrevista cara a cara. Bajó a abrirme. Nos saludamos de lejitos y luego echó un gel sobre un pedazo de cartón en el piso para que yo embarrara mis tenis. Pensé en cómo algunos perros, cuando acaban de mear, raspan sus patitas en el territorio recién marcado.

La pandemia afila los bordes entre las cosas. Por ejemplo, los nuevos rituales en el umbral —las máscaras, el gel, el punto rojo en la frente— hacen más patente la transición entre un espacio y otro. La palabra ‘umbral’ tiene raíces tanto en limnis (fin) como en umbra (sombra) y lumbra (fuego): el umbral es un crepúsculo. Estoy parada justamente en esa frontera, con los tenis pegajosos, cuando alcanzo a ver en la penumbra un cuadro de una figura con una vela.

Rodrigo Echeverría: Mis cuadros van hacia la exploración fenomenológica. En este quise retratar la luz de un indigente, que a su vez es una presencia espectral. Primero, desde el fenómeno de una luz que aparece; luego, desde el privilegio de la longitud del pensamiento, es decir, desde el privilegio de tener tiempo y espacio mental para considerarlo. La pintura, si uno es honesto con el trabajo, es una excavación en la oscuridad para encontrar una verdad, como en Jurassic Park.

Rodrigo Echeverría, Oler la flor, escuchar el color, 2020, Óleo sobre tela, 120 x 110 cm. Cortesía del artista
Rodrigo Echeverría, Oler la flor, escuchar el color, 2020, Óleo sobre tela, 120 x 110 cm. Cortesía del artista

Rodrigo Echeverría, Repartidor nocturno de rappi, 2020, Óleo sobre tela, 152 x 120 cm. Cortesía del artista
Rodrigo Echeverría, Repartidor nocturno de rappi, 2020, Óleo sobre tela, 152 x 120 cm. Cortesía del artista

Entiendo lo que dice: por un lado, también pinto cuadros, por el otro, hace poco volví a ver la película. Hay una escena en la que un científico de bata blanca (que parece sacado de un archivo Stock Image™) inserta una aguja diminuta en un mosquito y extrae el Dino ADN, semilla de suficiente caos para varias películas más. En esto, el arte es como la ciencia ficción, la pregunta no es qué encontraremos, sino en qué medida puede salirse de nuestras manos.

Paso del umbral a una sala con dos sillones, un tragaluz y un pez betta en un tanque lleno de caracoles. Rodrigo dice que no sabe cómo llegaron los caracoles ahí, y me viene a la mente que, por cientos de años, en occidente creímos en la generación espontánea: las moscas nacían de la carne y los patos de los árboles. A lo largo de nuestra conversación, empiezo a sospechar que lo que este pintor quiere realmente es lograr que el cuadro se pinte a sí mismo. Imagino esta escena: Rodrigo da un paso para entrar a su taller, la taza de café que trae en la mano se resbala, rompiéndose, y el cuadro que apenas la noche anterior estaba en blanco aparece terminado frente a él: una concepción inmaculada radiante. Rodrigo muere en el instante.

RE: Quiero encontrar el deseo del color, lo que el color desea para sí mismo, en vez de yo imponerme. Me quedo en silencio frente a un cuadro para poder escuchar qué necesita.

Apunta a un cuadro montado en la pared.

RE: Aquí, por ejemplo, me imaginaba un rojo y no sabía si ponerlo; tuve que pasar mucho tiempo meditándolo. Eso es parte del aburrimiento y del tedio de pintar. La pintura como proceso me aburre mucho, me angustia.

Sofía Ortiz: ¿Qué te gusta pintar?

RE: El sol.

SO: ¿La luz?

RE: Es lo mismo. Llevo obsesionado con el sol desde hace varios años. El sol lo modifica todo, todo el tiempo: las pupilas, las plantas, las sombras. En 2015, tuve un episodio de aislamiento en donde pasé mucho tiempo solo, me di cuenta de que el sol no se mete, el horizonte es el que sube. Para entenderlo empecé a dibujar mucho el patio de mi casa —lo llamaba administración de la espontaneidad— para registrar cómo la luz hacía que cambiara.

Rodrigo Echeverría, Flagelación de día y de noche, 2020, óleo sobre madera, 60 x 40cm. Cortesía del artista
Rodrigo Echeverría, Flagelación de día y de noche, 2020, óleo sobre madera, 60 x 40cm. Cortesía del artista

Uno de los cuartos de su casa-taller, el cuarto donde lee y escribe, está tapizado de hojas de cuaderno acomodadas en retículas precisas. Contienen notas y dibujos. Aunque me asomo vagamente me da pena leer lo que dicen, siento como si estuviera leyendo su diario mientras me ve. Tomo una foto casi al azar:

“No es por ser cursi”, me dice, “pero, para mí, Dios está en la línea. Es infinita y contiene todo.”

Me explica que copió una grieta que apareció en su muro como efecto del temblor de 2017, después encontró en ella una figura. Aunque todas cargamos con ese impulso —yo, por ejemplo, no puedo ver coches sin ver sus ojos-de-faros y sus orejas-de-espejos— en el caso de Rodrigo, la pareidolia (el fenómeno de encontrarle formas, especialmente caras, a las cosas) está integrada a su proceso de trabajo. Casi nunca usa fotos de referencia:

“Siento redundante hacer un holograma de la realidad, en vez de crear una realidad nueva”.

Intuyo que lo que hace es escuchar al cuadro para que este le diga qué quiere.

Seguimos platicando e imaginando. En eso especulamos sobre cómo se sentiría ser un cuadro, y si se lo podríamos proponer a Pixar como premisa para una película. Rodrigo confía en la subjetividad de los objetos: está sensibilizado a cómo lo inanimado nos modifica.

“Soy empirista”, me dice “y acepto que no controlo nada”.

En 2018, realizó una residencia, Haven for Artists, en Beirut. Me cuenta que estando allá cambió su relación con la pintura. No tenía prisa para producir y, en un contexto nuevo, “no tenía nada que probar”. Otra vez lo entiendo. Hice una residencia hace unos meses que me dejó con la misma sensación de libertad.

Rodrigo Echeverría, Humo de palo santo, 2020, Óleo sobre tela, 150 x 170 cm. Cortesía del artista
Rodrigo Echeverría, Humo de palo santo, 2020, Óleo sobre tela, 150 x 170 cm. Cortesía del artista

RE: Aspiro a que el cuadro plantee el acertijo y esconda también la respuesta, pero no lo he logrado. No me gusta mucho justificar la pintura con palabras porque se vuelve ella misma palabras. Escribo mucho para entender lo que estoy haciendo. Cuando tengo una exposición me gusta más hacer fábulas pictóricas que hablar de un cierto contexto contemporáneo.

Sobre este tema creo que podríamos conversar por horas, pero el sol está por meterse y hoy me da aprensión caminar sola las pocas cuadras de su casa a la mía. Miramos el mercado Juárez desde su balcón. Los toldos en los portales son de un color verde chillante, el mismo que aparece en una pequeña pintura sobre el caballete. Ya me enseñó todos los cuadros que tiene en el taller: el retrato de su novia, los cantantes de un coro, un perrito, San Pericles y, mi favorito, los tres Reyes Magos. Cuando Rodrigo mira a su alrededor, todo es arte en potencia. Esa manera de ver me conmueve... y me fatiga. Me despido en el umbral.

Rodrigo Echeverría, Los tres reyes magos, 2020, Óleo sobre madera, 31 x 26cm. Cortesía del artista
Rodrigo Echeverría, Los tres reyes magos, 2020, Óleo sobre madera, 31 x 26cm. Cortesía del artista

Rodrigo Echeverría, Cantante de coro, en sol,  2020, Óleo sobre tela, 59 x 59 cm. Cortesía del artista
Rodrigo Echeverría, Cantante de coro, en sol, 2020, Óleo sobre tela, 59 x 59 cm. Cortesía del artista


Rodrigo Echeverría
Sofía Ortiz

Publicado el 2 julio 2020