El aura ha vuelto con una venganza. Sobre Rafael Lozano-Hemmer
por Cristina Torres
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Cuando recibí la sugerencia de escribir sobre la obra de Rafael Lozano-Hemmer pensé en esa antigua metáfora del río y la imposibilidad de volver a entrar en él: la dificultad de nuestros lenguajes para trazar qué permanece y qué no, es decir, escribir un texto que tiene la memoria de algunos años de espera y un viaje a un cubo distinto de aquel en el que conocí sus obras en persona por primera vez.
Latidos en Espacio Arte Abierto
El encuentro empieza con un recorrido ondulante hacia el interior de un prisma reflejante que marca el centro de una meseta de pasto verdísimo, fuentes geométricas, el brillo estable de decenas de tiendas, espirales subterráneas para autos y más prismas reflejantes de acero y concreto. Espacio Arte Abierto, sede arquitectónica de la asociación homónima vinculada al Grupo Sordo Madaleno y emplazado dentro de Artz Pedregal, inaugura su programa expositivo con Latidos, la tercera exposición de Rafael Lozano-Hemmer en la Ciudad de México, conformada por cuatro instalaciones participativas enfocadas en la traducción de lecturas biométricas de lxs visitantes en estímulos de luz, sonido y movimiento.
La primera obra está situada en el espacio umbral del lobby, entre lo desterritorializado del paisaje comercial, la familiaridad arquitectónica de las instituciones artísticas y el pausado acceso a la galería debido a los cuidados sanitarios. Comisionada por Arte Abierto, Corazonadas remotas consta de un par de podios sobre los que dos personas pueden colocar las palmas de sus manos y, al hacerlo, percibir una vibración que emula el ritmo cardiaco del otrx a la distancia. El plan inicial era conectar a lxs visitantes de esta exposición con el Museo Amparo, pero frente a los cambios en las afluencias por el COVID-19 se decidió crear el puente comunicativo con una terraza cercana dentro de Artz Pedregal. En 2019, la obra formó parte del proyecto Sintetizador fronterizo, en el que se propuso un puente mediado por la tecnología entre El Paso, Texas y Ciudad Juárez, Chihuahua. La experiencia se resignifica drásticamente en su nuevo contexto: de una historia en la que una serie de estímulos eléctricos atravesaron con hi-tech una de las líneas más violentas del planeta, a la de un trabajador del proyecto mirándonos de vuelta desde una de las plazas comerciales más lujosas de la ciudad.
Gel desinfectante, sensor, luz, gel desinfectante, sensor, luz + sonido, gel desinfectante, sensor, luz + sonido. Un nuevo loop coreográfico en el que la asepsia se inserta dentro de una experiencia en la que el contacto entre la máquina y la piel abre el momento decisivo para cierta idea de participación.
Vista de la exposición Latidos de Rafael Lozano-Hemmer en Espacio Arte Abierto, 2020. Foto: Francisco Kochen. Cortesía de Espacio Arte Abierto.
Una vez dentro de la galería y de la atmósfera oscura que suele caracterizar a las obras de Lozano-Hemmer, un tapiz reticulado proyecta las huellas dactilares luminosas y aumentadas de lxs visitantes anteriores. Índice de corazonadas permite a las personas colocar el dedo homónimo en un podio con sensores para luego ver su fotografía aumentada monumentalmente en el muro junto a una gráfica de su ritmo cardiaco. La acumulación de datos desplaza las huellas hacia el lado opuesto del tapiz, haciéndolas cada vez más pequeñas, hasta que progresivamente desaparecen del archivo. Este mecanismo común a varias obras del artista –recolección de biometrías, cambio de escala y socialización magnificada del archivo evanescente– apunta hacia la cuestión cada vez más apremiante de la privacidad y los datos en nuestros entornos de hipervigilancia y, a la vez, hacia el asombro que produce la amplificación pública.
Vista de la exposición Latidos de Rafael Lozano-Hemmer en Espacio Arte Abierto, 2020. Foto: Francisco Kochen. Cortesía de Espacio Arte Abierto.
En la sala intermedia, Tanque de corazonadas mide nuevamente el ritmo cardiaco de varias personas para traducirlo en ondas mecánicamente formadas sobre espejos de agua que posteriormente se refractan hacia los muros y al techo del espacio como luz y sombra. Como en otras obras, hay un interludio interesante, muy breve, entre el instante del contacto cuerpo-sensor y la respuesta del mecanismo de la obra. Ahí aparece la expectativa: ver fragmentos de cuerpxs interpretados por circuitos, percibirse a través de máquinas y escenarios, ¿cómo elegir el espejo en el cual buscar nuestros reflejos?
El recorrido termina con Almacén de corazonadas –una de las obras más célebres del artista– en una habitación con cientos de focos que penden del techo, cada uno titilando en un intervalo de tiempo distinto mientras un intenso ambiente sonoro recuerda a algo entre un rugido y el oleaje del mar. El cuarto pulsa con los ritmos de los corazones de lxs visitantes más recientes, cada foco evidencia el registro de un ritmo singular. La coreografía de la obra muestra primero al conjunto caótico de ritmos y sonidos que hacen silencio cuando una persona decide ceder su biometría, exhibiendo una especie de solo, hasta que el sistema la integra al grupo y vuelve al caos. Recuerdo la primera vez que encontré esta obra hace cinco años en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo y la sensación intensa de sincronía entre el foco y algo dentro de mí. En esta ocasión, ni la obra, ni el contexto, ni yo éramos los mismos. Pude observar las primeras veces de lxs demás y, para mi sorpresa, cuando llegó mi turno me mostró algo que sonaba como música techno, reímos.
Vista de la exposición Latidos de Rafael Lozano-Hemmer en Espacio Arte Abierto, 2020. Foto: Francisco Kochen. Cortesía de Espacio Arte Abierto.
Tuve la oportunidad de visitar la exposición junto con las familias y parejas que paseaban, era domingo. Como alguien que trabaja conversando con personas sobre arte, tengo la impresión de que la historia del arte y la crítica se beneficiarían mucho si se aproximaran a la recepción de otras personas sobre las obras, a las otras historias del arte. Si esto es cierto para cualquier experiencia con arte, quizá lo sea más para las autodenominadas participativas, sin embargo, decidí no acercarme a platicar para respetar el distanciamiento social que tenemos de por medio. En general, vi sonrisas y gestos de asombro, sobre todo en lxs niñxs pequeñxs que querían ser lxs primerxs en pasar: abrían mucho lxs ojos y saltaban después de mirar las respuestas de las obras a sus cuerpxs.
Es imposible saber qué tantas reflexiones surgen sobre la vigilancia contemporánea, la idea de contactar a través de una traducción hi-tech, el papel del arte en la esfera pública, la progresiva digestión de los espacios de arte en las plazas comerciales o qué significa participar: si se trata de alimentar archivos efímeros o si “nunca hemos participado” como declaró la 8.ª Bienal de Shenzhen, curada por Marko Daniel*1. En una conferencia organizada con motivo de la exposición, Rafael Lozano-Hemmer cuestionó el optimismo que suele rodear a conceptos como la luz –que él asocia con la violencia y el artificio– lo colectivo y la participación. Sobre esta última mencionó que, si bien no es necesariamente positiva, conserva la especificidad que la era de la reproductibilidad técnica anunció como perdida, en sus palabras: “El aura ha vuelto con una venganza: la participación.”
La exposición estará abierta hasta el 13 de diciembre. Más info aquí.
Lxs cuerpxs de la memoria
El Museo Universitario Arte Contemporáneo presenta La arena fuera del reloj. Memorial a las víctimas de COVID-19, exposición virtual de Rafael Lozano-Hemmer dedicada a crear un memorial online a las personas que han fallecido como consecuencia de la pandemia. Un año después de los retratos de los 43 estudiantes de Ayotzinapa creados por Ai Weiwei y cinco después de la exposición individual de Lozano-Hemmer, el MUAC alberga un nuevo muro con rostros de víctimas, esta vez dibujados con arena por un dispositivo electrónico e incorporados a un archivo colectivo en línea.
Rafael Lozano-Hemmer, La arena fuera del reloj. Memorial a las víctimas de COVID-19, 2020. Cortesía del artista y del MUAC
La entrada en el sitio dice: “Estamos a la espera de la imagen de su allegado. Pulse el enlace “participar”." Una transmisión de video en tiempo real muestra un escenario en escala de grises a la espera de recibir las fotografías para iniciar la traducción tecnológica de la obra. Para hacerlo, se debe llenar un formulario. Cada entrada muestra el nombre de la persona, su fecha de nacimiento, la fotografía original, su imagen trazada en arena junto con un video del proceso, que guarda cierta similitud con la secuencia de apertura de la serie Westworld, además de una dedicatoria escrita y los botones para compartir en Facebook y Twitter.
Inserta dentro de la larga historia de las imágenes fúnebres creadas para acompañar la difícil elaboración del duelo, La arena fuera del reloj propone “un altar compartido y un ceremonial adaptado a las condiciones de vida y tecnologías del siglo XXI”*2; una mediación específica desde la interfaz digital, una máquina que dibuja con arena y un archivo sobre la experiencia de una pérdida irreparable en un contexto extremadamente delicado. Más allá del símbolo evanescente del reloj de arena, la iconicidad del rostro como identidad de una persona y la traducción hi-tech, un par de reflexiones se asoman pidiendo respuestas: ¿cuál es el papel social del museo en la gestión de este duelo planetario?, y, sobre todo, ¿cuáles son lxs cuerpxs que le daremos a la memoria?