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Desbordado cuerpo, lugar del mundo. Entrevista con Valentina Attolini

Entrevista

Desbordado cuerpo, lugar del mundo. Entrevista con Valentina Attolini

por Lia Quezada

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5 min

Camino por la Narvarte para ver a Valentina en su estudio, pero la encuentro en la esquina, comprando café y una trenza de manzana. Es un jueves de noviembre y trae una falda de lana rosa. Una vez dentro, enciende un cigarro y usa una concha marina de cenicero.

Valentina Attolini, retrato. Cortesía de la artista
Valentina Attolini, retrato. Cortesía de la artista

La trayectoria artística de Valentina comenzó, quizá, el día que llevó unos cuadros hechos con medias de nylon a su clase de pintura. “No era tan distinto a hacer una”, me explica. “Gracias a la transparencia de la tela, podía hacer tonos y formas, formas que yo construía, pero también que las mismas costuras de las medias me proponían”.

El cuerpo quedó consolidado como su interés principal en Habitable (2021). “Me parecía raro hacer esculturas sobre el cuerpo y verlas como algo ajeno, desde afuera. Quería crear una escultura con la que pudiera compartir la experiencia corporal”, dice, buscando una foto para mostrármela. “De todos los cuadros que hacía con las medias me iban quedando retacitos de tela, así que las cosí e hice esa pieza, a la que se podía entrar”.

La tela, los aros de alambre y los colgantes estuvieron presentes, también, en su siguiente proyecto: Eco (2021), parte de la exposición Furia y Poesía. 10 años de Atelier Romo en Arte Abierto. Sostenidos por hilos invisibles, los aros se movían libremente, creando tonos y colores al superponerse. Inquieta por activar la instalación, Valentina colaboró con Ariana Ángeles para armar una coreografía. Julián Sieiro hizo la música y grabaron un video: Eco II.

Valentina se encontraba, ya, al borde del performance. La obsesión del polvo por volverse aliento (2022), realizado el año siguiente, es una de sus obras más remarcables. Luego de la muerte de su abuela, su papá decidió regalarle lo que quedó de ella en el crematorio: su prótesis de cadera. “Fue un gesto lindo, pero también muy fuerte”, recuerda. Tiempo después le propuso a su papá hacer un performance juntos, donde realizaron acciones que combinaban sonido y movimiento para evocar la presencia y la memoria.

Valentina Attolini, "À mon seul désir". Óleo sobre tela, 10 x 10 cm, 2023. Parte de 'Es un lugar que no existe'. Cortesía de la artista
Valentina Attolini, "À mon seul désir". Óleo sobre tela, 10 x 10 cm, 2023. Parte de 'Es un lugar que no existe'. Cortesía de la artista

Un cúmulo de experiencias difíciles la empujaron a buscar refugio en la pintura. Empezó a escribir sobre lo que sentía y a intentar plasmar eso en sus lienzos. Lo que dijo sobre su participación en Contra la nostalgia, las Pulgas (2023), una exposición colectiva en Arróniz, sigue aplicando ahora:

Entiendo mis pinturas como espacios vitales para la ambigüedad. Lugares donde surgen paisajes, cuerpos, objetos y flujos que parten de sensaciones y se develan de manera intuitiva. Sitios inestables donde la mirada puede entrar por cavidades y dejarse pasear entre líneas. Escenas que se están continuamente haciendo, que establecen un espacio-entre-dos, un diálogo donde no existen asociaciones inamovibles sino que está presente una danza elástica de posibilidades para ser o significar.

Valentina Attolini, "La incisión donde el lenguaje desaparece". Acrílico sobre tela. 150 x 250 cm, 2023. Parte de 'Es un lugar que no existe'. Cortesía de la artista
Valentina Attolini, "La incisión donde el lenguaje desaparece". Acrílico sobre tela. 150 x 250 cm, 2023. Parte de 'Es un lugar que no existe'. Cortesía de la artista

Busca entre los lienzos recargados contra la pared y trae del fondo dos pinturas sin título de 100x150 cm.

Valentina Attolini. Creo que las pinturas que empecé a hacer en ese momento partían mucho de sensaciones que me estaba guardando, por eso también tienen esta cosa como… –lo dice al mismo tiempo que lo pienso– visceral.

Lia Quezada. Le da seguimiento a tu interés por el cuerpo.

VA. Sí. Son cosas distintas, pero parten de la misma inquietud. Una viene de un lugar más físico, exterior, de la curiosidad por el movimiento del cuerpo en el espacio. Las pinturas salen de algo escondido, como del interior del cuerpo, de la parte más emocional.

Valentina Attolini, "Tomar el pulso a lo que se enciende". Óleo sobre tela, 10 x 10 cm, 2023. Parte de 'Es un lugar que no existe'. Cortesía de la artista
Valentina Attolini, "Tomar el pulso a lo que se enciende". Óleo sobre tela, 10 x 10 cm, 2023. Parte de 'Es un lugar que no existe'. Cortesía de la artista

Hablamos entonces de Es un lugar que no existe (2023), su exposición individual en RAM: Red de Arte Mexicana. Recuerdo haber visto algunas de las pinturas en su Instagram. El rojo y el rosa tienen un lugar importante y se asemejan, en cierto sentido, a una endoscopia. Siempre hay un área más cargada, tanto de colores como de detalles, y otra con más aire. Hay algo inquietante en ellas. Me dan la sensación de tener los oídos tapados debajo del agua.

La idea no le parece extraña. Para esa exposición realizó Naturaleza muerta y apetito (2023), un performance en el que, entre otras acciones, comió ostiones de las manos de los participantes. El performance, dice, le ayudó a comprender las pinturas que estaba haciendo. Los ostiones y las formas que iban apareciendo tenían algo en común.

VA. Daban esa sensación…

LQ. Acuosa.

VA. Acuosa, pero hasta cierto punto, asquerosa. Quiero decir, no son cómodas de ver.

Valentina Attolini, "Sonámbulo". Fragmento de monotipo sobre papel, 228 x 78 cm, 2024. Parte de 'Sonámbulos, los párpados lloran'. Cortesía de la artista
Valentina Attolini, "Sonámbulo". Fragmento de monotipo sobre papel, 228 x 78 cm, 2024. Parte de 'Sonámbulos, los párpados lloran'. Cortesía de la artista

En septiembre de este año inauguró Sonámbulos, los párpados lloran (2024) en Unión, donde se expusieron algunas de las monotipias que hizo durante las seis semanas de su residencia en SOLOS. Las monotipias muestran imágenes de sus sueños, alimentados a su vez por los objetos y plantas de la residencia, los libros que estaba leyendo y un viaje reciente a la playa.

Mientras esperaba a que las capas de monotipia se secaran, Valentina empezó a llevar una bitácora, que tengo la suerte de tomar prestada. Los días siguientes la hojeo, le leo, desdoblo los bocetos cuidadosamente guardados en su interior. Encuentro anotaciones sobre sus sueños, preguntas a sí misma (“¿cómo crear un espacio por dentro?”), versos de Raúl Zurita, instrucciones técnicas, planes para piezas (“púrpura dioxina + siena tostado”, “formato para esquina”), el registro de un fin de semana en Malinalco. En alguna esquina, una frase resume la experiencia del ejercicio: “usar una bitácora es dejar de lado una búsqueda desesperada que acontece sólo en la pintura”.

Valentina Attolini, "Arriba llueven carnadas". Fragmento de tríptico de monotipos sobre papel, 57 x 78 cm, 2024. Parte de 'Sonámbulos, los párpados lloran'. Cortesía de la artista
Valentina Attolini, "Arriba llueven carnadas". Fragmento de tríptico de monotipos sobre papel, 57 x 78 cm, 2024. Parte de 'Sonámbulos, los párpados lloran'. Cortesía de la artista

Le pregunto, antes de que irnos, si siente que se avecina algún cambio en su práctica artística. Después de pensarlo, responde: “antes de la residencia en SOLOS, mis pinturas eran casi siempre verticales. Trabajando las monotipias empezaron a interesarme los formatos horizontales, largos en vez de altos. Sentí que de cierta manera me permitían un espacio más narrativo, que me dejaba no sólo mostrar escenarios sino contar historias. Quiero seguir explorando eso”.

Publicado el 6 diciembre 2024