'El vacío es del color de un cielo despejado' en el Museo de Arte Carrillo Gil
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Como parte de MACG PRESENTA, un programa dedicado al desarrollo y exhibición de proyectos de artistas menores de 30 años, se inauguró el pasado septiembre El vacío es del color de un cielo despejado, la más reciente exposición individual de Sil Cerviño en el Museo de Arte Carrillo Gil.
La premisa de la exposición sugiere la llegada “del día en el que el mundo ya no nos pertenezca”, el momento inminente de la extinción humana donde el único rastro de nuestra presencia lo tengan los objetos que dejamos atrás. Un mundo-sin-nosotros*1, que a pesar de todo hoy siento lejos, y que por el contrario, parece cada vez más con-nosotros. Basta con tomar nuestro celular y explorar tik tok para dimensionar cuántos habitamos la tierra a la vez.
En esta hiperconectividad del internet se ubica la obra de Sil Cerviño, saturada de imágenes y símbolos, materiales, formatos, técnicas y sobre todo referencias anacrónicas donde es posible interpolar diferentes temporalidades. En este caso, el Medievo con componentes contemporáneos provenientes del manga, el anime, el cine de terror, videojuegos y más.
La sala de exhibición es oscura aunque iluminada ávidamente por un pequeño nicho de luz que penetra a través de un vitral ilusorio trazado y pintado a mano. Objetos estratégicamente colocados cuelgan de los muros o se sitúan sobre repisas anguladas a las tres esquinas del cuarto. En medio, un maniquí vestido de novia recostado sobre un lecho de ramas y troncos, por encima, una cortina de cadenas y dijes de fantasía que sostienen la tapa de un féretro translúcido. La evocación de la experiencia es obvia: lx artista sugiere un entorno lúgubre, espiritista y en ocasiones de un misticismo religioso, como el de un panteón o una capilla. La recreación de la experiencia es innegable, pero hay algo que interrumpe la fidelidad del escenario, y es que al observar las piezas con detenimiento encontramos que las formas y los motivos representados no coinciden con la naturaleza original del objeto y su manufactura: retablos en cerámica que muestran a un aporcelanado caballero espadado por la Muerte, rodeado de vegetación y motivos paganos; candiles que portan velas moldeadas en forma de moños, flores y ¿criaturas?; armas cuyas ornamentales cuchillas decoran, más no cortan.
Sil Cerviño, El vacío es del color de un cielo despejado, Museo de Arte Carrillo Gil. Fotos: Mariana Lagunes
El cruce de distintas estéticas en la obra de Silvan es síntoma de su propio contexto, donde existe un aceleracionismo en la asimilación de múltiples perspectivas, las cuales se juntan para explorar o discutir un mismo tema de interés por medio de redes sociales o foros de opinión, y que al popularizarse terminan por inundar el imaginario digital de ciertos grupos o nichos. Así, comienzan a surgir y converger remixes de una misma moda, se nutren la una de la otra hasta que evolucionan en una nueva cosa, un nuevo core.
Tomemos por ejemplo la clean girl aesthetic, una microtendencia que fue despojada de su significado original —que consta esencialmente de un look makeup-nomakeup, ropa preppy, manicura pulida, interiorismo simple y decoración minimal— para hacer contenido que tergiversa el estereotipo inicial, mostrando exactamente la contraparte: maquillaje grungy, estilo desalineado, prendas rasgadas, rotas o manchadas, cuartos adolescentes repletos de posters en sus muros. El trend que comenzó de una manera, pronto se satura, muta y se viraliza; nos volvemos cómplices en la desviación del signo original hacia uno que es absurdo, que carece de coherencia si se compara con su raíz.
Sil Cerviño, El vacío es del color de un cielo despejado, Museo de Arte Carrillo Gil. Foto: Mariana Lagunes
Es en la incoherencia que me gusta pensar la obra de Sil. Toma narrativas y símbolos —una vez sagrados— para profanarlos y así situarse en una nueva estética, algo así como medioevocore. Por lo que conocemos de la estética medieval —entendiendo aquí estética como el estudio de la belleza— es que, a pesar de no haberse instituido como una disciplina en el momento, existen diversos escritos religiosos donde se insinúa que lo bello debe ser armónico y ordenado, y que un juicio estético sobre un objeto tiene que hacerse en relación a lo que este debe o no ser: si se apega a su naturaleza original o se desvía de ella. ¿Qué se aleja más de su deber que un ataúd transparente o una espada sin filo?, ¿o una mujer-caballero como la figura central de un vitral eclesiástico que aparte es simulado?
Al tomar elementos de este periodo histórico y combinarlos con contemporáneos, “mezclando lo plausible con lo ridículo” —como menciona Gaby Cepeda en el texto de sala— lx artista precisamente opera desde, a la vez que cancela, la pureza de sus características primarias, abriendo paso al resto de las posibilidades del remix, cualidad inherente a la core era.
Lo interesante es que aun en la saturación, Silvan logra producir un entorno que propicia indudablemente un momento de contemplación —casi monástica como la que se sugiere en la sala— donde existe cabida para la introspección y el desacelere: un respiro del horror vacui mediático al que vivimos expuestos.
Una posible tierra vaciada de nosotros no existe sin haberla hiper habitado antes. Por suerte, aunque la posibilidad del declive es inaplazable, seguimos vivxs y dispuestxs a contemplar la aniquilación.