La naturaleza es indómita y el desierto es una de sus más rotundas manifestaciones. Bajo la sombra de una biznaga o de un pitayo, aguardan el Monstruo de Gila y el Escorpión Gigante; entre las ramas secas de un ocotillo reptan la Serpiente de Coral y la Víbora de Cascabel. Provistos de garras, colmillos, picos, aguijones, cornamentas, oído y mirada hiper sensibles, los animales del desierto coexisten de acuerdo a un mismo impulso elemental, primitivo y salvaje. Lo mismo sucede con la vegetación, dotada de espinas, cortezas y pigmentos, en su árida composición queda expuesta la economía de su existencia; la naturaleza del desierto es instintiva y llana. El horizonte, aunque sinuoso, es una flecha; y todo cuanto hay bajo el cielo es recio (y reacio al ornamento y la narrativa). Nada existe con exceso ni oculta doble sentido alguno. Y sin embargo, todo se hace presente de forma abrumadora, desde el veneno hasta el silencio.
El arte, en cambio, es bestial. El artista acecha o está a la búsqueda de lo que jamás ha sido visto; incluso maravillado con lo que observa, algo más le intriga; no contento con lo que atestigua, inventa nuevos cuerpos, arrebatados e irracionales. Cada línea trazada sobre el papel violenta el curso natural de las cosas; y cuando nombra una obra suya, funda otro mundo igual de extraordinario. Los deseos de creación y destrucción conviven indistintamente en el centro del quehacer artístico. Un apetito desmesurado determina el carácter del artista y de su práctica; insaciable, el artista sale al encuentro de inusitadas formas y lo que estaba de pie es reconvertido puesto de cabeza; lo que antes eran dos presencias ajenas, ahora se vuelven próximas, se funden y reclaman un espacio propio. La aleación de aquella masa informe que rememora tanto a un aguijón, una alambrada, un tallo de espinas o un puño americano, no sólo es de latón y oro, sino también de metáforas y neologismos. La visión del artista es una visión doble, alterna (y altera) a la realidad.
Partiendo de esta idea, N.A.S.A.L. presenta Bestial, muestra individual de la artista Miriam Salado (Hermosillo, Sonora, 1987). Continuando su exploración sobre el desierto mexicano, en esta ocasión acudimos al enfrentamiento del impulso salvaje de la naturaleza contrapuesto a la pulsión destructora del ser humano. El resultado es un paisaje imaginario donde la vida animal y vegetal conviven con el diseño artificial del armamento. A través de una serie de dibujos en papel y esculturas en metal, Salado ha creado una colección de armas salvajes donde coinciden por igual el instinto de sobrevivencia y el deseo de aniquilación.
El desierto que incita a Miriam Salado es sencillo en su grandeza, como el ojo ágata de un reptil; su obra, por el contrario, es obsesiva y severa, como una droga que toma por asalto lo que le apetece.
— Christian Barragán