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Cronofagia: tianguis de recuerdos culinarios

Reseña

Cronofagia: tianguis de recuerdos culinarios

por Nicolás García Barraza

Recorrido por Islera, el nuevo espacio de arte de la Merced

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Tiempo de lectura

6 min

Una de las opciones para llegar a Islera, la que probablemente disfruto más, es tomar la línea 1 del metro y bajar en la estación Merced. Quizá es por el ambiente del mercado: algunxs caminan con enormes costales atiborrados de objetos que desconozco, hay señoras con bolsas de malla vacías que pronto llenarán de comida y otros cuantos personajes con mirada cansada y distante. El gentío, la barahúnda y la vivacidad del mercado se sienten apenas uno sale del vagón y sube las escaleras, resulta inevitable reconocer que uno se encuentra en uno de los puntos más emblemáticos de la Ciudad de México.

La Merced es uno de los mercados más importantes y concurridos de la urbe, un punto de encuentro de minoristas y mayoristas que sobrepasa la edificación y se esparce por las calles, convirtiendo al barrio entero en un centro de comercio con una oferta de productos tan inmensa y ecléctica que me remite a lo tumultuosa y diversa que resulta la ciudad en sí. Para llegar a la calle de Adolfo Gurrión, uno debe cruzar varios tenderetes de calzado deportivo y mochilas, puestos de dulces y cigarros sueltos, de quesadillas y garnachas típicas. El recorrido no termina ahí, pues al salir de esa sección uno camina por la calle entre utensilios de cocina, ollas de barro, anafres, misceláneas y aún más puestos de comida.

Islera se encuentra a un par de cuadras del mercado, en una parte de la calle donde apenas es perceptible la multitud y la compraventa. La construcción del inmueble comenzó en 1925 y alojó a más de cuatro generaciones de la familia Montes de Oca, además de a un consultorio médico, a un negocio de huevo y a una cocina económica. La casa fue desocupada en el año 2015, pero fue hasta el 2019 que Kristell Henry y Violeta Ortega Navarrete, directoras y fundadoras, iniciaron las renovaciones del lugar con la intención de convertirlo en un espacio expositivo.

Cronofagia, la primera exposición colectiva del proyecto, tiene especial interés en el vínculo que existe entre la comida y la memoria. La comida aparece como un vehículo simbólico que permea la memoria colectiva e individual, capaz de remitirnos a tiempos pasados. La comida y su relación con el sitio fortalece la idea de pertenencia y juega un papel clave en la construcción de la identidad. Por ello, la muestra se conforma por obras que, más que una mera representación de lo mismo, fungen como contenedores de significado. En palabras de Henry, la muestra es una “invitación a un viaje en el tiempo que solicita de todos nuestros sentidos, busca provocar experiencias inducidas de memoria involuntaria en aquellxs que la perciben y que la consumen”. Cronofagia recurre a la comida como medio creativo, como lo habría hecho Sophie Calle en 1997 con The Chromatic Diet, una serie fotográfica que muestra la minuciosa dieta a la que la artista francesa se sometió durante una semana. El menú impuesto hace referencia a la singular y ocasional dieta de Maria Turner, la cual consiste en comer alimentos del mismo color por día. Maria Turner es un personaje de Leviatán, la novela de Paul Auster; el personaje está inspirado en Sophie Calle.

Chavis Mármol, Ready Made La Meche art...2020, Cronofagia, Islera. Cortesía del artista
Chavis Mármol, Ready Made La Meche art...2020, Cronofagia, Islera. Cortesía del artista

Los ocho artistas participantes proponen a la comida y a su consumo como un canal afectivo: de archivo y memoria, de deseo y delirio. Un acto capaz de rememorar al pasado y de imaginar un posible futuro. La pieza que da inicio a la exposición goza de una luz natural impecable, es una versión tropicalizada del Porte-bouteilles (1914) de Marcel Duchamp, reinterpretada por Chavis Mármol. El artista no pretende únicamente referenciar a la historia del arte con esta obra, sino re-contextualizar el ready-made y “apropiarlo como un acto de transgresión estética […] aderezado con los colores, sabores y texturas del barrio”.

Paulina Lozano, Puesto de tlacoyos, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera
Paulina Lozano, Puesto de tlacoyos, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera

En sus bodegones, Paulina Lozano reproduce con una precisión cautivadora los puestos de quesadillas que uno puede fácilmente encontrar en cualquier rincón de la ciudad. Las pinturas me llevaron a reflexionar sobre mi condición como transeúnte citadino y consumidor ocasional de comida callejera, esa cotidianeidad influye en mi configuración como individuo y quizá como mexicano.

Circe Irasema, Mazapán de la Rosa, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera
Circe Irasema, Mazapán de la Rosa, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera

El Mazapán y el Dragonzito de Circe Irasema son parte de Placebos, una serie de pinturas en pequeño formato que retratan distintos dulces populares que la artista y, probablemente, el espectador consumieron durante la infancia y adolescencia. En conversación con la pintora me explicó que estas golosinas fungen muchas veces como un sustituto afectivo, mencionó que “el consumo por la nostalgia es el vínculo que sostenemos con estos artículos”, los cuales pueden resultar igual de adictivos que cualquier medicamento.

Ylia Bravo Varela, Malteada, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera
Ylia Bravo Varela, Malteada, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera

Ylia Bravo Varela también evoca un tiempo pasado en sus bordados, en donde reproduce algunos platillos que la remiten a su infancia durante los noventa, como los sonrientes huevos con tocino, las gelatinas de perrito, las malteadas de colores pastel, los salchipulpos y la cátsup.

Beth Barbosa, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera.
Beth Barbosa, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de la artista e Islera.

La pieza de Beth Barbosa proviene de su archivo familiar, en específico de la celebración del cumpleaños de su padre. La pintura alude al vínculo emocional que la comida y su consumo propician en los seres humanos, en este caso al lazo familiar de Barbosa y los suyos. La textura del óleo se asemeja deliciosamente a la consistencia de un pastel cubierto con merengue.

Ingesta Corp. Sin título, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de Ingesta Corp. e Islera
Ingesta Corp. Sin título, 2020, Cronofagia, Islera. Cortesía de Ingesta Corp. e Islera

El dúo Ingesta Corp. toma la figura de Ehécatl, una deidad de la cosmología náhuatl asociada con el viento, para producir una lúdica pieza elaborada con alambre y posteriormente cubierta con caramelo mediante el uso de la turbina de viento de una máquina de algodón de azúcar. La instalación propone “acceder a una dimensión ancestral de la memoria histórica común”, al vincular simbólicamente iconografía prehispánica con un dulce tradicional. Finalmente, las obras de Irving Cruz hacen que miremos el desperdicio y la descomposición social, lo nauseabundo e inmoral, los malos hábitos y el miedo.

Irving Cruz, 2018-2020, Cronofagia, Islera. Cortesía del artista e Islera
Irving Cruz, 2018-2020, Cronofagia, Islera. Cortesía del artista e Islera

En mi recorrido por el barrio y el espacio la comida fue un elemento constante, uno que rodea y nutre al mercado y a su gente, es por ello que Cronofagia funciona muy bien como primera exposición de Islera. El vínculo social que los alimentos provocan y su capacidad de remembranza convierten a la muestra en una invitación abierta al barrio y a artistas de distintas disciplinas a involucrarse con el espacio, a hacerlo suyo. El proyecto busca propiciar la creación y experimentación artística de talento emergente, tanto local como de otros sitios, con el propósito de establecer diálogos activos que propongan una mirada, quizá más presente, hacia la cultura y al arte contemporáneo en México.

Publicado el 26 mar 2020