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Life to after-life and reincarnated life.* Sobre la exposición Selva Lunar en Biquini Wax EPS

Reseña

Life to after-life and reincarnated life.* Sobre la exposición Selva Lunar en Biquini Wax EPS

por Mariel Vela

"Puedes llorar o escupir si quieres"

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Tiempo de lectura

6 min

Puedes llorar o escupir si quieres. Me encuentro inclinada sobre uno de los terrarios, estudiando su humedad en cautiverio. Con Digestive Playground, María Huerta propone una acumulación colectiva de fluidos humanos entre ecosistemas creados dentro de receptáculos de vidrio y acero. Todo el cuarto huele a tierra mojada, un olor hecho de gotas de lágrimas, saliva y agua sedimentadas a lo largo de los días. Un diminuto tallo verde se asoma entre las piedras y me pregunto cuál será el fluido más fertilizante, el vehículo más correcto para reconocer este encuentro, para disolver una parte de mí entre los residuos de otrxs. Me da vergüenza y no hago nada, aunque Carolina se haya ido al patio, quizá para darme privacidad.

A través de la ficción especulativa y de investigaciones científicas y culturales, la exposición Selva Lunar presenta las prácticas multidisciplinarias de Babak Ahteshamipour, Ylia Bravo Varela y Daniel Robles Lizano. El acompañamiento de Carolina Vélez Muñiz, parte de la plataforma curatorial éteres, manifiesta una lógica de sistema de cultivo donde lo múltiple y lo azaroso pueden proliferar. Desde su inauguración, han surgido acciones en torno a la exposición por parte de Nicolás Graham, Jimena García Álvarez Buylla, María Huerta, Fernanda Dichi, Luis Fernando Amaya, Sandra Mancilla, Cooperativa Simbiosis, Alberto Montes Zarate, entre otrxs. Acciones que dentro de los entornos húmedos y cálidos de Biquini Wax EPS se han vuelto fermentos que avanzan sobre la superficie de Selva Lunar.

Vista de Selva Lunar, Biquini Wax EPS, 2022. Foto: Mariel Vela
Vista de Selva Lunar, Biquini Wax EPS, 2022. Foto: Mariel Vela

Me gusta verte de noche, como una intuición que se asoma ligera entre la oscuridad. Naciendo de una semilla tan grande como una mota de polvo, escribe Jimena García Álvarez-Buylla en una carta a su tepozán. Durante la primaria puse tres frijoles sobre una cama de algodón y aguardé el misterio de su crecimiento. Cada mañana llegaba a observar el vaso para ver las semillas inertes y mojadas, hasta que llegó el día en que se asomó el verde rompiendo la superficie azulada del frijol. Esa curva recién nacida me produjo una devoción similar a la que sentía por tantas otras cosas: los caracoles que guardaba en mi escritorio, una papa decorada con botones y estambre, un lapicero con plumas rosas. Cualquier posthumanista desearía crear los ecosistemas que se producen en la infancia, con esa indisociabilidad entre vidas orgánicas y no orgánicas. Poner en práctica ese amor desmesurado que riega la flor hasta inundarla, que pone una cobija sobre el animal de plástico. Cuando la planta de frijol se desarrolló lo suficiente, intenté que creciera en el jardín de mi casa. El mismo jardín en donde se hallaban enterrados un hamster y dos tortugas.

La planta baja de la casa funciona como un laboratorio donde generar parentescos, literaturas vegetales y cultivos. ¿O tal vez un jardín? Está la Máquina Biótica con cultivos de seta rosa que emergen del sustrato de paja, también el hinojo, la manzanilla, el toronjil, la jamaica, la hierbabuena, naranjos, fresas, citronela, habas, quelites, hierbabuena y frijol. Hormigas negras recorren el lomo de una criatura ciega, inclinada sobre la fuente. Brinda el regalo de un agua clara que le sale de la boca.

Obra de Jimena García Álvarez-Buylla, en Selva Lunar, Biquini Wax EPS. Foto: Mariel Vela
Obra de Jimena García Álvarez-Buylla, en Selva Lunar, Biquini Wax EPS. Foto: Mariel Vela

Al fondo hay un río*, en el cuarto húmedo. Parecen las aguas del olvido del Leteo, uno de los ríos del Hades. El cable de los audífonos es corto, obligándome a ver las corrientes muy de cerca y a escuchar que (no) te cubras de sombra, de Luis Fernando Amaya; fragmentos abstraídos de lecturas de los Huehuetlahtolli, Sor Juana Inés de la Cruz y de cartas de Carlota de Bélgica, leídos a través de las voces de seres queridos. Parece que las voces humanas están siendo arrastradas, estiradas hasta volverse algo semejante a los cantos de las ballenas; fragmentos que han vuelto del futuro como archivos distorsionados.

Carolina Vélez, quien me ha acompañado en el recorrido, comienza a subir las escaleras. La sigo y juntas realizamos el peregrinaje hacia arriba, igual que las hormigas que avanzan por el muro en un recorrido vertical, igual que el cotiledón que rompe la semilla. Llegamos a la superficie de una luna roja, impermeabilizada, donde hay un terrario en el que conviven distintas especies: corales tejidos por Ylia Bravo Varela, suculentas y cerámicas. La pieza sonora de Babak Ahteshamipour es una combinación de goteos y sonidos cavernosos que contrastan con el entorno soleado de la azotea. Las criaturas de Daniel Robles Lizano brillan bajo el sol y se camuflan en formas terrenales para disimular su apariencia extraterrestre: flores, lenguas, moluscos, gusanos, escarabajos. Una vela arde dentro de la boca de una de ellas, la que tiene pedazos de concha nácar al interior de sus pétalos, quizá para captar energía solar. Veo también que ha desarrollado un sistema de captación pluvial y que está embarazada.

Obra de Daniel Robles Lizano, en Selva Lunar, Biquini Wax EPS. Foto: Mariel Vela
Obra de Daniel Robles Lizano, en Selva Lunar, Biquini Wax EPS. Foto: Mariel Vela

Una orquídea de metales verdosos adorna el cuello de Carolina. La observo disimuladamente mientras me cuenta sobre El Salar, al suroeste de Bolivia. Junto con las regiones vecinas de Atacama, en Chile y Argentina, contiene aproximadamente 70% de las reservas mundiales de litio. Cuando los volcanes vagaban libremente por las llanuras, Tunupa, el único volcán hembra, dio a luz. Los volcanes machos robaron a su bebé y lo desterraron a un lugar lejano. Tunupa lloró sin cesar, de sus lágrimas y de su leche materna se creó el lago salado llamado el Salar de Uyuni. Como dirán Liam Young y Kate Davies: “Tu smartphone funciona con las lágrimas y la leche materna de un volcán”*.

La hormiga que antes caminaba sola por el lomo de la criatura ha convocado a más hormigas que la utilizan como puente para llegar a las plantas que la rodean. ¿Qué pasaría si nadie la moviera en cien años? Se cubriría de verde, le crecerían cosas encima, como a los celulares viejos, los juguetes de plástico, los cepillos de dientes. Le pregunto por la composta, esperando tener una imagen luminosa con la cual cerrar la crónica de mi recorrido. Hablar de un plátano pecoso cuya existencia es caldo de energía*, de utopías, de humus, algo en el espíritu de Donna Haraway.

Descubrí que las hormigas se comieron a las lombrices.

Obra de Daniel Robles Lizano (detalle), en Selva Lunar, Biquini Wax EPS. Foto: Mariel Vela
Obra de Daniel Robles Lizano (detalle), en Selva Lunar, Biquini Wax EPS. Foto: Mariel Vela

Mariel Vela

* Frase que aparece en una pieza de video de Babak Ahteshamipour.

* Visuales de Román Cadafalch (@uno_cosechando)

* Kate Davies and Liam Young, Tales from the Dark Side of the City: The Breastmilk of the Volcano Bolivia and the Atacama Desert Expedition (London: Unknown Fields, 2016). https://anatomyof.ai/

* María Gómez de León (traducción). “Poemas: Brenda Hillman.” Revista de la Universidad de México,

https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/a4fd4837-5009-4eea-b984-b37f968c7b32/poemas.

Publicado el 7 julio 2022