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Víctor Sulser

El Castillo de Chapultepec presenta Analítica de los pájaros para una cantina inexistente de Víctor Sulser. Curaduría de Roselin Rodríguez Espinosa.

Posiblemente recordemos que cuando aparece en una caricatura un pájaro en situación de alarma, crisis, presagio de un accidente o emoción extrema, lo que vemos –de pronto– es una parte de su cuerpo: una pata o un copete de plumas en close up, un pico suspendido en el aire o unos ojos a punto de estallar. De pronto el ave se disecciona para avisarnos que algo se ha salido de control y está por colapsar. Para nuestra tranquilidad, el episodio no termina ahí, el ave siempre se reintegra y continúa la trama.

Este es el tipo de conversaciones inesperadas que uno puede tener con Víctor Sulser cuando uno le pregunta en qué está pensando últimamente y qué serie de sus distintivas “pinturas sobre tablitas” le gustaría realizar. Así surgió esta Analítica de los pájaros, que es un ejercicio minucioso de observación de cómo se construye visualmente nuestra subjetividad dramática a partir del consumo de caricaturas. Un ojo detallista sobre la secuencia del colapso cuyos gestos por separado son fragmentos tan absurdos que desatan una risa desconcertada con preguntas: ¿cómo una situación cualquiera puede llegar a -literalmente- descomponerse tanto? ¿Cómo una cadena de hechos improbables terminan por acontecer? Otra conversación que surgió con Sulser fue su vago recuerdo de haber estado en el mismo sitio donde ahora está el lobby del Castillo de Chapultepec, una noche en una situación imprecisa que mezclaba el ambiente de cantina, cabaret y espectáculo de performance.

El cruce entre espacios de arte y de recreación tiene larga data en México. Baste con recordar dos momentos: Cuando Diego Rivera escribió un artículo celebrando la pintura mural en las pulquerías que llevó la atención sobre la pintura que tradicionalmente se realizaba para esos sitios y, más recientemente, cuando la UNAM abrió un museo donde antes existía la cantina El Nivel, célebre entre la comunidad artística del Distrito Federal y templo para muchos de sus años formativos en al Academia de San Carlos. Hecho, este último, que Sulser califica de criminal, al extinguir un espacio cultural que fue clave para su generación. Para el artista la memoria de aquellas cantinas ya inexistentes ronda los espacios del arte actual cada vez más inmersos en los procesos de gentrificación urbana que han eliminado esos lugares y con ellos toda una forma de socializar.

Es en esa deriva que algunas de las viñetas muestran patos reintegrados que enuncian frases típicamente cantineras, evocando esa memoria de lugares extintos, de los que persiste su lenguaje. Otra parte de la selección de pinturas reúne algunos de los conocidos memes de arte que el artista realizó durante el encierro del Covid y que circularon por entonces sólo en redes sociales. Estos en particular combinan la presunta seriedad de algunos temas de moda en los mercados académicos del arte como el giro decolonial o el lugar del cuerpo con la chabacanería incrédula del habla cotidiana, donde el arte a veces puede ser cualquier cosa, incluso un paso de baile.

La materialidad de las obras remite también a otros ámbitos extra artísticos pero que han nutrido la producción de los conceptualismos desde la década de los setenta en México: las papelerías. Las obras tienen como soporte tablas de madera recicladas de la medida estándar de 20 x 20 cm adquiridas en estos establecimientos, y que son usadas comúnmente por los niños para realizar maquetas escolares. Sobre ellas Víctor pinta con acrílico, óleo, pastel, grafito, combinando convenciones materiales del arte con objetos valorados como manualidades.

Así, el lobby recuerda que también es un salón de pintura donde los patos estallan al intuir la desaparición de su cantina favorita y donde un museo se deshace y se reintegra mientras transcurre una conversación en su mostrador.

–El Castillo de Chapultepec