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Serena Creciente

Serena Creciente

Delirio Óseo

El Cuarto de Máquinas presenta Delirio Óseo de Serena Creciente (Samantha Lomelín).

Delirio Óseo es una reflexión crítica sobre la noción de forma escultórica entendida no como representación, sino  como afirmación ontológica. Lejos de la imagen, del símbolo o del discurso narrativo, estas obras se articulan  desde una lógica en la que la materia y la estructura no son medios subordinados a un significado externo, sino condiciones autoafirmativas de existencia.

Las esculturas aquí reunidas se sitúan deliberadamente fuera de los marcos tradicionales de significación. No buscan  ser comprendidas ni interpretadas. No remiten a un referente exterior, ni se inscriben en una economía simbólica.  En este sentido, su proximidad conceptual con los haniwa de la tradición funeraria japonesa es particularmente  pertinente: objetos concebidos no para representar o comunicar, sino para existir como entidades autónomas, cuya  presencia no requiere justificación.

La materia, en este caso el alambre, no es un vehículo neutral. Es un agente activo cuya resistencia, flexión y  torsión generan formas que emergen de una tensión constante entre control e indeterminación. Algunas piezas se  presentan expuestas en su estructura esencial, otras son recubiertas por membranas que ocultan sin definir. El fuego,  elemento presente en varias de las obras, no actúa como agente destructor, sino como instancia transformadora:  marca, altera, ennegrece, pero no borra. Lo que queda no es un testimonio de ruina, sino la persistencia de la forma  a través de la alteración.

No hay aquí intención de consuelo, ni de evocación afectiva. Estas esculturas no aspiran a la empatía ni al  reconocimiento. Su densidad visual y conceptual, su materialidad cruda y su condición ineludible las convierten en  presencias que interpelan desde lo irrepresentable. No son formas simbólicas, sino cuerpos materiales que desafían  las categorías tradicionales de lectura.

En última instancia, estas obras se niegan a ocupar un lugar subordinado en el orden de lo interpretable. No se  ofrecen al espectador como objetos decodificables, sino que lo enfrentan como formas autónomas, deliberadamente  opacas. La pregunta no es qué significan, sino qué exige su existencia. Frente a ellas, no es el objeto el que  debe justificarse ante el mundo, sino el mundo el que debe reconfigurarse ante la insistencia inquebrantable de su  presencia.

–El Cuarto de Máquinas