Sala GAM presenta Miro el sol y no lo reconozco de Mariana Paniagua.
Miro el sol y no lo reconozco
Una invocación al movimiento.
Excedentes que desestabilizan la superficie como imagen fija y decodificable: lodos, soles, musgos, humedades, pantanos, estrellas de mar. No un paisaje —no el dominio de la mirada y la tecnología sobre el entorno clasificable—, más bien series de alianzas, encuentros y acontecimientos de magnitudes sin nombre.
Estancias o ambientes propicios para los metabolismos. Diferentes escalas a la vez. Honrar tanto lo vivo como lo muerto, atender los estados intermedios. Sentirse enorme viendo un bosque desde arriba, y a la vez pequeñito en medio de ese bosque. Lo que sucede aquí es la ruptura con un punto de vista fijo individual, subjetivo o personal.
Palpitaciones por todas partes.
Grietas, hedores, suavidades.
El calor que nace en la piel cuando algo le atrae. El aroma que se exuda cuando el peligro acecha. La tranquilidad que produce un cuerpo de agua que fluye a un ritmo constante. La sorpresiva caída. La niebla inerte que cuida el sueño de un volcán.
Límites que toman distancia de la línea, que cuestionan su función como tecnología occidental que separa a un cuerpo de otro para producir la fantasía de lo singular; límites que más bien funcionan como membranas porosas que permiten los tránsitos. Nomadismos. Lo mismo con los gestos. Estamos lejos de una abstracción que acude a la experiencia interior para expresarse. Aquí no hay un binarismo tajante entre cuerpo y pensamiento. En todo caso, materia viva interactuando.
El budismo vaibhāṣika sostiene que la conciencia pertenece a toda materia, lo que difiere son las velocidades. El espacio y el tiempo son consecuencia de la fermentación de la materia.
En las pinturas, la multiplicidad no necesariamente se comunica, pero ineludiblemente se afecta hasta crear túneles, caminos y vibraciones entre lxs cuerpxs.
El excedente es la interacción, la imposibilidad de capturar y delinear los flujos y las pulsiones. Un excedente sin plusvalor, un mero uso energético: “paletas frías que se sienten cálidas y fogosas”.
Manchas acuosas, pastosas, transparentes, chorreadas, consecuencia de una performática —de una danza alquímica —que Mariana realiza con el tiempo, con lasuperposición de capas, pigmentos, aceites, agua, cera, aire y distintas fuerzas y materias que deja que atraviesen su práctica.
Escuchar lo que va necesitando la pintura, evitar la tentación de anticipar el signo.
Permitir que esta la transfigure; una apertura a resonar con el ambiente, con su memoria y con circuitos vitales donde el delirio, el sueño, la improvisación y el riesgo son igual de bienvenidos que la precisión de la técnica y la voluntad de bosquejar un espacio para que lo inaudito suceda.
Rumores, polifonías, glosolalias; mientras más te acercas, menos legible es el mensaje.
La historia de la pintura conlleva la de las subjetividades: las dudas, pasiones e interacciones de un periodo que responde a anacronismos, a la vez que da cuenta de su presente. La historia de la pintura está viva: suda, supura, susurra, se calienta. La superficie pictórica permite conocer tanto el colapso y la resonancia de varias temporalidades como la declinación del presente en el que se produjo.
En Miro el sol y no lo reconozco podemos advertir un viraje del arte contemporáneo que se inclina a la producción de obras donde el goce estético no es la finalidad sino la consecuencia del intento del sujeto por mirar más allá de su ombligo.
Prácticas rizomáticas y micélicas donde perdemos y cedemos el control a favor de una realidad compartida.
Corporalidades que se abren a la improvisación y atienden lo mismo a quienes tienen enfrente que a la fuerza de gravedad, al clima, a la memoria y al enigma.
Estas pinturas son un dispositivo que enuncia, mediante su visualidad, un cambio de paradigma donde lo vivo es irreductible al ojo, donde resistencias y alianzas suceden muchas veces desde lo invisible, pero perceptible. T enemos la confianza de que están ahí, de sus resonancias y efectos, porque las vivimos.
Cuerpxs pictóricos como mediums, no como pancartas.
Insisto, no un paisaje, sino un territorio donde se conjura la vida.
Sandra Sánchez