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Julián Madero Islas

La Galería de Arte Mexicano presenta la exposición Trama de Julián Madero Islas (Ciudad de México, 1990).

Una pintura contiene, de cierta manera, a otras pinturas. De los distintos medios artísticos, el pictórico se caracteriza por entablar un constante diálogo con su propia historia. Cada vez que alguien decide realizar una pintura, esta creación carga el peso de toda una tradición. Ya sea para refrendar, confrontar, negar, resignificar, una pintura no puede escapar de una serie de capas de significado y diversos condicionantes. La pintura de Julián Madero mantiene una relación con el pasado de manera explícita y en esta ocasión lo asume en varios sentidos. Esta serie destaca por presentar un conjunto de temas que retoman esquemas o referencias conocidas y que se valen del mito para dar sentido a su presencia. El propio artista relata que estas formas van definiéndose dentro de una estructura que ha construido, esta vez definida bajo un armazón pictórico. Este grupo de obras destaca por el énfasis en el proceso, debido a que dicho constructo está organizado por medio de líneas que crean un entramado, las cuales resultan una base para la organización de cada pieza. En este sentido, Madero reformula y pone a prueba el modelo más habitual o reconocible en la pintura, aquel que parte de un bosquejo para luego replicarse en un formato mayor. En cambio, presenta este cimiento, del cual reconocemos una suerte de rendija desde donde se presentan figuras, escenas, alegorías y narraciones, que posteriormente darán forma a la totalidad de la obra. El reto que está ante nuestros ojos es la puesta en escena del arquetipo. El artista se ha propuesto refrendar su forma de aparición y vigencia bajo un espectro de pensamiento.  Todo este intercambio de pasos y propósitos, así como los mismos tópicos del conjunto, corresponden en su mayoría a referencias vinculadas a la tradición grecolatina y judeocristiana. Como sucede con la lógica del mito, contienen elementos que dan pie a la explicación de la realidad, a partir de condiciones simbólicas que buscan trasladar a quien observa a un tiempo primordial, y así, otorgar sentido a aspectos fundamentales de la vida humana. Aquí, la dualidad se vuelve una constante, casi obsesiva. Si el sentido del mito es revelar un significado vital ¿Qué búsqueda permea todas estas pinturas? ¿Qué celebra el gato que corona esta torre babilónica? ¿Cuál es el llamado de este monumento fálico como rayo petrificado a manera de obelisco? Frecuentemente, aunque en realidad haya múltiples formas de acercamiento, cuando pensamos en el acto de pintar, asumimos un lienzo en blanco. Esta analogía que remite al vértigo de la creación, se reestructura mediante el uso de este otro formato. En cambio, Madero ha formado a través de una base pictórica un muro cuadriculado cromático que ha condicionado su propio inconsciente y memoria hacia otros rumbos, pero que, curiosamente, regresan a esa dualidad en una variante de citas, a veces directas, como Adán y Eva o Prometeo; otras veces, indirectas. Observamos esta trama bajo distintos tratamientos. En  momentos son imperceptibles, mientras que en ocasiones, conviven con las veladuras y transparencias, lo cual dota de una extrañeza y choque para la mirada, ya que por una parte nos encontramos ante motivos que reconocemos (un paisaje, una cueva, un verdugo), pero en su vínculo con este particular tratamiento resultan escenas donde lo material, el color y la forma se cruzan constantemente. En otros momentos, la relación entre este fondo y las formas que le acompañan sustentan un juego donde los bloques de pintura son planos.  Parece que esta serie, en su diálogo con lo histórico y la pregunta sobre los comienzos también se traslada a cuestionar la propia pintura como medio. Finalmente, como el mito del eterno retorno, Julián Madero regresa constantemente a un punto inicial para renovar un camino trazado. La pregunta sobre el origen del mundo y la aparición del huevo –cósmico, terrenal, corporal– resulta la síntesis para dicho acontecimiento, al tiempo que confirma la continuidad del ciclo.  

— Natalia de la Rosa