La profundidad de la superficie
Exposición
-> 21 nov 2019 – 14 ene 2020
Espacios fibrosos, espacios laminares, espacios derramados. ¿Qué capta el ojo al recorrer estos paisajes?, ¿los recorre como una cámara de cine al hacer un barrido panorámico?, ¿o a tirones y retrocesos irregulares, dispersándose aquí y allá entre la totalidad y el detalle?
Alfredo Gavaldón se sitúa a las puertas de un reino que no es el de la naturaleza. El escenario de su paisajismo no es arbóreo ni montañoso ni arable, pero sí que está labrado por líneas rectas, por trayectos. Sus paisajes son travesías en el espacio, líneas que se tienden y se atraviesan, y que pueden explicarse acaso como trayectorias de vida, como viajes, como tiempo. Y ya apareció la palabra: explicar. Nos aplicaremos a darle sentido plástico en la obra de este artista.
Por principio, Gavaldón no explica su pintura, prefiere verla discurrir en los ojos del espectador. ¿Hay algo que explicar? Sí: el pliegue. En todo paisaje pictórico hay pliegues. En una marina, el horizonte entre mar y cielo es un pliegue elemental al que pueden sumarse celajes y ondulaciones del agua, sucesivos pliegues que llegan a reventar a la costa. En los paisajes terrenales, las líneas marcan anfractuosidades, relieves geográficos, distancias. Todo ello, para suscitar a la vista profundidades de campo. Líneas, trazos, color, forman el despliegue. Y cada línea es pliegue pictórico, es dibujística.
En lugar de trazar con pincel, Alfredo Gavaldón delinea sus trayectorias adhiriendo largos y delgadísimos listones a la superficie de sus cuadros. Éstos se desdoblan y desbordan en polípticos que dejan al espectador la tarea de componer electivamente sus direcciones, o intervenir dándole otro arreglo a sus partes, por lo que un cuadro se transforma en otros, a su vez transformables. Un políptico horizontal se vuelve vertical o compone un nuevo cuadrángulo a partir de cuadros, o halla algún otro desdoblamiento, para en el límite incluso disgregarse. Las travesías se encuentran, se entrecruzan y separan, se pliegan y repliegan fijando hacia el horizonte una sucesión de escalonamientos desiguales en la que no hay punto de fuga.
El espectador se dirige hacia la profundidad de la superficie, y encuentra en la pintura de Gavaldón una compleja claridad. El artista sonríe. Éstas son el tipo de contrariedades que a él le encanta formular. Y ya ha aparecido, pariente de la palabra “explicar”, la complejidad. Sinónimos de “explicar” hay muchos, y cada uno tiende una línea cercana que se cruza o traslapa: ya podemos interpretar, traducir, comentar, aclarar... exponer, pero el significado recto de “explicar” es desplegar, desdoblar los pliegues. Alfredo Gavaldón los desdobla dejando que la vista del espectador recale, como hacía la pintura romántica, en la infinitud del paisaje. ¿Qué vemos en esas líneas?, ¿el sentido de nuestras vidas? ¿Qué leemos en un cuadro? Quizá ni siquiera leemos. Menudo lío. Alfredo Gavaldón nos propone un arte en el que el trayecto —lo relacional entre dos puntos— desplaza la representación. Sus líneas: tráfico de automóviles o cableado aéreo o corriente subterránea o batiente de olas en el litoral o surcos en el desierto o frecuencias electromagnéticas o perpendicular aproximación nocturna de una nave a una pista de aeropuerto o rastros lumínicos de un bombardeo quirúrgico o el encuentro de dos en medio de muchos o la lluvia contra el arcoíris o un vacío seccionado por secantes o “nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar que es el morir”. ¿Proyecciones nuestras?
Imaginariamente, los espectadores creeríamos leer, como en un paneo cinematográfico, los panoramas que esta pintura nos ofrece, de izquierda a derecha y aún de arriba abajo, como si se tratase de textos. Pero no nos engañemos: la exploración ocular de una superficie pictórica, tal como la realiza el espectador promedio (esto, según se ha captado en pruebas de laboratorio) no tiene nada que ver con el orden roturado de la línea escrita en la página de un libro. Los movimientos de los ojos al contemplar un cuadro, expresados en diagramas mediante un instrumento óptico, se asemejan a complejos garabatos hilvanados en saltos de posiciones, súbitos detenimientos, retrocesos, revisiones, acercamientos al detalle, conexiones entre partes distantes, de modo que el orden de la explicación (el desdoblamiento de los pliegues) es del orden de la complejidad. Explicación y complejidad se unen. Apreciemos en la pintura de Alfredo Gavaldón ambas vertientes: en el rigor de su abstracción, que es el placer de una excursión.
— Jaime Moreno Villarreal