Ángela Ferrari presenta su exposición Sangre y polvo en La Nao, bajo la curaduría de Pedro Señal Murga.
El pelaje en los cuerpos es una guía ideal para las caricias, uno sabe cómo se siente el ser acariciado a pelo y a contrapelo y puede acariciar y sentir la caricia al mismo tiempo. Mientras más largo y desgreñado es el pelo más se hunden primero las yemas, luego los dedos y luego las manos en ese pelaje y mientras más es el placer menos importa el lenguaje.
O no? Tal vez no. La pictorización de bestias permite delimitar qué es lo salvaje, la otredad; lo civilizado, lo normado; lo hegemónico y lo deforme; lo violento, lo pacífico. Pero las bestias son, después de todo y entre otras cosas, monstruos de ficción. Personifican el miedo de ser completamente lo que uno es parcialmente; materializan la posibilidad de desbordarse; lo que puede vivir y venir de la oscuridad.
La otredad nunca es delimitada por lo distinto si no por el miedo que el yo alberga de ser otredad. Entonces la violencia no está solamente en generar a la otredad como idea si no en reconocer en une algún aspecto y encontrarlo bestial. ¿Qué precede a la violencia?
Desde chica, el género de caza solía darme bronca, pero desde hace tres años que me convoca inevitablemente. No solo como semilla de pensamiento colonizador en el cual es pictorizada y normalizada una costumbre sanguinolenta -sin consentimiento del animal- a la que se llama deporte, si no también porque: se han generado distintas razas de perros para realizar distintos trabajos, se los ha domesticado, adiestrado y hasta el día de hoy continuamos la tradición, pero con razas más que nada ornamentales; porque la caza evidencia una necesidad de sentir poder, y sentir poder en bruto, en la más básica de sus formas: poder decidir quién vive y quién muere o “qué” vive y “qué muere.
Hay una exuberante cantidad de violencias que me interpelan y me rodean, me guste o no. Pero es muy difícil hablar de ellas porque siempre se es privilegiada, ya con estar viva siendo mujer se es privilegiada, siempre hay alguien más precarizado que la está pasando peor, y de solo expresar algún tipo de queja una se siente sumamente miserable e ingrata. Recibí mucha educación y estoy agradecida y si bien entiendo que pintar distinto no es en sí un acto de rebeldía más que para mí misma y que es imposible desaprender lo aprendido, hice pinturas en las que se ven las fibras de la manta color hueso, en las que se ven los trazos y las pinceladas que no soban la pintura si no que tratan de ser lo más livianas y líquidas posibles, que no son piel si no carne y pelo.
Pinté desde lo que está más cerca del espectador, abajo, hasta lo que está más lejos, de esta manera debía ser consciente de lo que había pintado teniendo así que autoesquivar lo que ya había hecho todo el tiempo. No tiene que ver sólo con la violencia de género si no también con muchas violencias que aún no puedo nombrar porque no sé sus nombres, violencias nuevas, violencias que se relacionan con ver el mundo a través de la retina de otro que no soy yo, de la expectativa de ser y de la expectativa de no estar en carne viva todo el tiempo.
La pintura es una ficción política moralizante y moralizada que nos modela al igual que el lenguaje y las topografías en las que nacimos; y a través de esta serie trato de entender cómo, por qué y para qué quiero hacer una pintura tan deliciosa y tan bestial que el espectador sienta que es engullido por ella, pero a la vez tenga muchas ganas de devorarla también.
— Ángela Ferrari