Siempreviva: un tacto antes que un concepto. Alan Hernández inaugura Resquicio, en Casa del Lago
por Sandra Sánchez
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Hay textos que te piden cerrar los ojos para escribir. Bloquear la vista a favor de rememorar. Sentir de nuevo las piedras, los bordados, la luz, las plumas, las junturas y el peso de los cuerpos: su interacción.
Siempreviva. Un tacto antes que un concepto.
Cinco cuerpos flotando en el espacio, pesados.
Presencias que resisten y se entregan, gravedad suspendida por hilos transparentes.
Casi todxs:
a punto de rozar el suelo.
Si la materia cede, es para desparramarse.
(Una foca tomando la siesta sobre una amplia piedra, ¿cómo duermen las serpientes?) Levitar, deambular, sopesar.
Un espejo no remite a un idéntico o a una metáfora. Las captaciones en este encuentro pertenecen a un registro distinto: rozamientos de la realidad en movimiento antes que proyecciones de coordenadas representativas; intensificación de detalles, de reflejos que no se agotan en un punto de referencia, en lugar de esquematizaciones; claridades tornasoladas provenientes de lo real mismo antes que elucidaciones a través de una iluminación sabia.*1
Hincarse no para rezar sino para poner los ojos cerquita de la tierra: fijar la vista en el vacío entre el suelo y el cuerpo. Alzar la cara, palpar con la mirada las cuentas que caen como gotas, la extraña suavidad de los pompones, los picos que emanan de pieles suaves y el rojo: ineludible. Superficie y brote a la vez, vaivén de flujos que conecta el adentro con el afuera. Tránsitos por todas partes. Uñas patas de cabra.
(El enorme placer de leer lo que se escribe en el rostro de una persona mientras mira. Ni ellxs ni nosotrxs buscamos saber nada)
Apagar la luz. Sorprenderse de que la luz proviene del interior. Campo de luciérnagas. Fulgor que atraviesa membrana.
Órganos que te miran de vuelta, rompiendo cualquier dicotomía.
Más que una exposición, estamos ante un recinto: un lugar para invocar lo divino, pero no en términos trascendentes sino inmanentes: materialidades concretas ligadas a supervivencias, manos que bordan y enhebran transtemporalmente, formas identificables que no presuponen la relación con lo animal, lo sobrenatural y la tierra, sino que la performan: el encuentro es lo imprevisible mismo.*2
Alan Hernández, Siempreviva, 2022. Foto: Francisco Calleja. Cortesía: Casa del Lago UNAM
Esperen un poco, me retracto. Esto no va sobre lo divino, sino sobre lo cósmico: un orden (entre órdenes) del que formamos parte y del que sabemos poco. Ensamblaje constituido por su caos, sin posibilidad de síntesis. Sensación parecida a mirar las nubes un día cualquiera y sorprenderte por la enormidad de lo vivo. Podemos identificar y nombrar a las cinco figuras, a los cinco cuerpos inertes con los que compartimos el espacio, pero más que descifrarlos, preferimos estar ahí, con ellos, un buen rato.
Siempreviva de Alan Hernández (Ocotlán de Morelos, Oaxaca, 1992) inaugura Resquicio, sala para exposiciones de artistas jóvenes. Pero salgamos un poco del discurso generacional, lo que quiebra el pathos de la expo (estancia, ejercicio curatorial, producción artística) es el desplazamiento del objeto. Ahí radica la potencia del resquicio. No es un gabinete ni una instalación, sino un umbral intensivo que entre sus perpendiculares sostiene lo común (vírgenes, barroco, penumbra, textiles, bordados…) con lo indeterminado (¿quiénes son ellxs y qué hacen aquí? Sobre todo, ¿qué hacen de mí?, ¿por qué son tan bellos?).
Alan Hernández, Siempreviva, 2022, Casa del Lago UNAM. Foto: Sandra Sánchez
Antes de volver al bosque, nos imaginamos los cuerpos siendo afectados por telarañas, bichos y humedades en medio de cuevas casi oscuras. Nos ilusionó pensarlos en medio de la vida orgánica. Después de la euforia volvimos al aquí espacial, a la curaduría (de Fabiola Talavera) que nos permitió hacer del cubo blanco, iglesia, enigma, casa de la abuela, madriguera y recinto para la sensualidad en pleno brote. Nos despedimos con la pupila dilatada por la ilusión de lo que se abrió.
*1: Marie Bardet. Pensar con mover. Un encuentro entre danza y filosofía. Serie Occursus. Cactus: Buenos Aires, 2012. pp. 19-20.
*2: Anne Dufourmantelle. En caso de amor. Serie Estancias. Trad. Karina Macció, Jorge Luis Piovano y Nichu Salazar. Paradiso editores: México, 2020. pp. 80. Un poco más sobre los encuentros: << El encuentro, el que sea, es ese espacio íntimo, desconocido, que se despliega en ustedes frente a lo que sucede allí y que no entra en ninguna lengua preestablecida, pre-registrada>>.
Foto de portada por Abner Valle. Cortesía: Casa del Lago UNAM