Reseña
por Diego E. Sánchez
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En Salaverna, la exposición más reciente en Bodega OMR, Ángel Cammen vuelve la mirada hacia el pueblo zacatecano donde nació su abuela paterna. Cada obra, realizada en óleo, funciona como una ventana. El retrato de su abuela abre la muestra: un gesto de origen, lazo familiar y homenaje íntimo que marca el tono de toda la exposición.
A partir de ahí, la obra se despliega como un viaje de memoria y nostalgia: casas abandonadas que guardan historias, magueyes y naranjos, caballos recorriendo el terreno de tierra y roca, nubes bajas y cerros bañados de luz.
En estos paisajes, Cammen pinta escenas donde conviven autorretratos y retratos de su familia; entre ellos está su pareja Jonathan, presencia constante en su obra. Los personajes parecen seguirte con la mirada, atentos y silenciosos, como si compartieran un secreto, invitando a adentrarse en su mundo. El sonrojo en sus mejillas agrega una capa de profundidad oculta, sugiriendo aspectos de su personalidad.
En los autorretratos, Cammen a veces aparece con gestos delicados, pintándose los labios o mostrándose en posturas que revelan una conexión con su feminidad; gestos que no funcionan necesariamente como un espejo, sino como una construcción íntima y misteriosa que insinúa tanto como oculta. Un recurso que el artista emplea para dar a sus figuras sensibilidad y cercanía con el espectador.
En su muestra, el contraste se hace evidente desde el propio montaje: la pared morada resalta las obras y potencia su presencia, mientras que los paisajes áridos y rurales, casi desérticos, intensifican los colores vivos en los personajes. El rojo y el rosa destacan y generan una tensión visual que refleja el equilibrio entre lo íntimo de la figura y la carga simbólica del paisaje, invitando al espectador a recorrer cada detalle de las piezas.
Lo que hace singular a la obra de Cammen no es sólo la sensibilidad de sus personajes, la paleta de colores que emplea o su evidente conexión con los paisajes y la naturaleza, sino la manera en que su práctica artística funciona como un gesto de arraigo.
Cammen vive con su pareja a las faldas del Cerro del Topo Chico en Nuevo León. Desde su paisaje cotidiano parece haber construido un puente con Salaverna, lugar de origen de su padre. Cada pintura parece sujetar lugares y seres queridos, como si congelara instantes que resisten al paso del tiempo.
Su obra dialoga con un legado de autorretrato figurativo mexicano, sin embargo, en Salaverna amplía esta mirada hacia el paisaje como territorio de memoria y pertenencia desde una posición profundamente íntima.
Al mismo tiempo, sus paisajes y retratos se conectan con la memoria colectiva, rescatan espacios invisibilizados y participan en conversaciones contemporáneas sobre identidad, territorio y genealogía. Sus pinturas revelan historias personales —la vida de su abuela, de su padre, de su propia intimidad— y convierten lo privado en un territorio compartido.
Aunque el pueblo fue desalojado, sus rostros, caminos y colores sobreviven en sus piezas. Cada lienzo sostiene un hilo que une a Cammen con sus raíces. Salaverna, que hoy se ha vuelto un pueblo fantasma tras el despojo forzoso para la creación de una mina a cielo abierto, se revela en su obra no sólo como un escenario perdido, sino como un espacio de retorno simbólico. En una de sus piezas, se le ve recorriendo el pueblo en camioneta junto a quien parece ser su padre, como si la pintura reconstruyera tanto paisajes como relatos familiares.
La exposición es un viaje de memoria y un acto de arraigo: un homenaje constante a lo que fue y una manera de mantener vivo el recuerdo. En este gesto, lo íntimo y lo colectivo se entrelazan: la pintura se convierte en un puente que mantiene abierto un diálogo entre pasado y presente, identidad y memoria, resistiendo el paso del tiempo y del olvido.
— Diego E. Sánchez
Publicado el 10 octubre 2025