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En el principio fue el azul y el azul era con el negro. Sobre “Señora Lapislázuli” de César Rangel en Galería Karen Huber

Reseña

En el principio fue el azul y el azul era con el negro. Sobre “Señora Lapislázuli” de César Rangel en Galería Karen Huber

por Bruno Enciso

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Tiempo de lectura

5 min

César Rangel presenta su primera exposición individual en la galería Karen Huber. Este cuerpo de obra se conforma por una selección de albigrafías, una técnica desarrollada por el propio artista en la que polvo de cuarzo proveniente de la superficie de lijas se concentra en trazos blancos aglutinados por agua y baba de nopal. Las composiciones recorren distintos imaginarios de la historia de la pintura, cotejando relatos sobre el origen del universo en cosmovisiones de distintas culturas antiguas. Haciendo un zoom out, se nos ofrecen apenas 3 colores elementales: azul, negro y blanco. Elementos mínimos ensayando una vastedad transtemporal. Se tensionan mutuamente la impresión de poder leer estas escenas con la singularidad de esta visualidad novedosa y de alto contraste. A la mirada se le exige asumir dicha tensión para poder luego percibir otras operaciones que configuran el recorrido cósmico.

Vista de la exposición “Señora Lapislázuli” por César Rangel. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves
Vista de la exposición “Señora Lapislázuli” por César Rangel. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves

Una de las decisiones formales que más aporta al marco conceptual de la exposición es la construcción de bases a la medida para cada pieza: funcionan como repisas y presentan cada cuadro apoyado con una ligera inclinación. La acción de colocar cada placa remite enseguida a la gestualidad de un altar, que acomoda la imagen en el justo lugar de su adoración. Queda suficiente espacio para una vela delgada o unos cuarzos. La inclinación también me parece importante porque al polvo acumulado le concede un carácter de salitre prendado a su soporte, conservando un gesto de movimiento, la desviación de un eje.

Señora Lapislázuli 3 es una pieza de gran formato cuya dimensión abarca el muro que le corresponde prácticamente en su totalidad. En el cuadro, además, aparecen motivos que señalan sus esquinas superiores, reforzando una sensación de enmarcado múltiple: en la arquitectura de la sala, en los bordes de su propia volumetría y también en su propia lógica visual. También hay que considerar el desplante de la placa azul sobre la repisa que forma parte de su soporte. Delicadamente coordinados, estos factores generan condiciones que anticipan la relevancia de cual sea la presencia que aparezca al centro de la composición. ¿Qué encontramos? Un umbral tripartita donde no se concreta ninguna figura. No hay vacío, pero tampoco un estallido de caos. En el mejor de los casos: posibilidad. Un estímulo háptico que vuelve al polvo viscoso.

César Rangel, Señora Lapislázuli 3, 2025, Agua, baba de nopal y lija sobre plexiglas azul, 247 x 185 cm. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves
César Rangel, Señora Lapislázuli 3, 2025, Agua, baba de nopal y lija sobre plexiglas azul, 247 x 185 cm. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves

Destaco esta pieza y la vaguedad de su umbral como un espacio disponible para esbozar un porvenir. Procedamos con cautela. No creo que haya que acudir a un ímpetu esperanzador empeñado en sostener todas las posibilidades. Precisamente por tratarse de un umbral, no podemos asegurar que todos los ideales prosperarán con la misma facilidad. Las otras piezas en la exposición argumentan que aun si el trazo raspado por una fuerza sagrada logra producir un destello de verdad, carga consigo un enigma matérico que devela su fragilidad.

Su carne semántica no puede provenir únicamente de la pericia de un texto y de quien lo ora; es también la inesperada reacción de elementos discretos, sensiblemente intuidos como complementarios. En ese sentido, el porvenir no sería tal en la medida en que se habita una espera o un anhelo. Tampoco implicaría postular un sistema de interpretación. Más bien, hablamos de una sensibilidad que experimenta con nuevas mezclas y que mastica lentamente los signos que la rodean.

César Rangel, Señora Lapislázuli 2, 2025, agua, baba de nopal y lija sobre plexiglas azul, 247 x 185 cm. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves
César Rangel, Señora Lapislázuli 2, 2025, agua, baba de nopal y lija sobre plexiglas azul, 247 x 185 cm. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves

Del lado opuesto de la sala, Señora Lapislázuli 2 confronta a la número 3, su equivalente en formato, para mostrar una aparición protagonizada por distintas siluetas. Venados y humanos desfilan sobre volúmenes unidos por escalinatas que dan la apariencia de un templo. Constelan unos con otros un poema remoto que deleita a filólogos hipotéticos, a especialistas que con insistencia literaria trenzan técnica con fe. Aquí no están señaladas las esquinas, pero una curva como manto sagrado contiene la escena desde su borde superior: la adorna. El fondo se separa de las figuras y lo que en la otra pieza era umbral, ahora es cielo, aire. Las diferencias entre las dinámicas que convocan ambas piezas suavizan su contraste en su paridad material. En su interacción se cancela, sorprendentemente, una potencial contradicción. No diría que producen balance, pero sí ostentan multiplicidad.

César Rangel, Señora Lapislázuli (Judith), 2025. Agua, baba de nopal y lija sobre plexiglas azul, 38 x 27 cm. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves
César Rangel, Señora Lapislázuli (Judith), 2025. Agua, baba de nopal y lija sobre plexiglas azul, 38 x 27 cm. Cortesía del artista y Galería Karen Huber. Fotografía: Ramiro Chaves

Haber producido una nueva técnica no necesariamente tendría que derivar en atribuirle al artista un mérito de innovación pura, al menos no como una justificación valorativa de la obra. Como espectador, conviene resistir el embiste de la novedad para intentar formular cuantas preguntas sean necesarias alrededor del funcionamiento de esta visualidad que reclama autonomía. El caso de las albigrafías de César Rangel es muy interesante porque difícilmente podría decirse que su inventiva está al servicio de la provocación. En cambio, estas piezas, cada una y como conjunto, parecen dar cuerpo a una serie de cuestionamientos formales y conceptuales sobre lo que implica hacer aparecer una imagen. Es latente una aguda averiguación sobre la idea de “revelado” que tiene a la vista no sólo aquella connotación que conduce a lo teológico, sino también a lo fotográfico; dos derivaciones completamente interferidas por las intensidades del dibujo y la pintura. La sinceridad de dicha indagación impide que la exposición sea un muestrario de resultados positivos a un experimento ingenuo, y de hecho, abre la curiosidad acerca de sus posibles despliegues. Dudo que se restrinjan a la traducción albigráfica de imaginarios pictóricos.

La exposición puede visitarse hasta el 7 de junio.

Bruno Enciso

Publicado el 23 mayo 2025