Hacer y seguir haciendo. Sobre ‘Despliegue Iztaccíhuatl’ de Michelle Sáenz Burrola
por Lia Quezada
En Biquini Wax
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Se entra a la exposición por el trabajo más reciente de la artista: una mandarina de plástico impresa en 3D, cuidadosamente resguardada en una caja de zapatos. Se escuchan tijeras trabajando, obsesión-souvenir de su residencia en la Newberry Library de Chicago, donde pasó días imprimiendo y recortando mapas. El bullicio proveniente del fondo de la galería me hace buscar el pasillo. Por la ventana veo un armario que remite a una habitación de la adolescencia, foco rosa y máquina de ejercicio incluida. Las puertas y paredes están tapizadas de imágenes amplificadas de las referencias artísticas que Michelle reconoce como constitutivas: Faith Wilding, Mónica Mayer, Lorena Wolffer, Pola Weiss, Galia Eibenschutz, Rey Ángeles. Es decir, lo más próximo a su trabajo actual –que, más que una pieza acabada, es la dirección que la artista entrevé para los siguientes años de su obra– es lo más antiguo, su mito fundacional.
Después está la sala principal, donde cinco celulares, dos monitores y una televisión reproducen –en loop y simultáneamente– diferentes video ensayos y registros de performances que Michelle ha guiado. La tela que se usó para cubrir a las cinco performers de Iztaccíhuatl en erupción (2019-2021) es reutilizada –y con ello, resignificada– para que los visitantes, a la vez que comen “caramelos explosivos” sabor “fresa estrambótica”, vean los videos desde sus diversos agujeros. En el piso hay plásticos, tules y lentejuelas, que, junto con un poliuretano intestiforme que enmarca la televisión, buscan representar la lava del volcán. La mandarina del inicio aparece de nuevo: en las paredes y sobre las pantallas hay gajos y cáscaras iridiscentes. Todo se mueve, suena, brilla y refleja.
Michelle Sáenz Burrola, Despliegue Iztaccíhuatl, vista de la exposición. Cortesía de la artista y Biquini Wax. Fotografía por Lia Quezada
La inquietud que atraviesa el trabajo de Michelle, me parece ver, es el cambio de registro y la inevitable distorsión que conlleva: en Azul, rojo, negro (2018) pasa del dibujo a la danza; en Y si distorsionamos esta cartografía (2022) y Ensayo sobre mapas (2021-2024) estudia la representación plana de las formas esféricas; Iztaccíhuatl en erupción (2019-2021) fue primero una investigación, luego un performance, un video, y ahora la médula de su primera exposición.
Despliegue Iztaccíhuatl es, de alguna manera, una retrospectiva: reúne el trabajo más relevante de la artista, pero no para conmemorar su trayectoria sino para celebrar su centelleante punto de partida. Michelle dejó por doquier referencias a sí misma: ropa y zapatos que se usaron en los performances; mandarinas en lugares insospechados, igual que en 2022, cuando intervino la exposición colectiva Venga le digo en esta misma galería; por lo menos diez personas traemos calcetas naranjas, un homenaje o guiño al Caminata cardumen que se llevó a cabo en el Centro Histórico el año pasado. Esta vulnerabilidad –confesar de dónde cree que viene y a dónde piensa que va, ofrecer un poema y una carta a Iztaccíhuatl como texto curatorial, mostrar piezas que están todavía en proceso, en fin, abrirse el corazón de esta manera– es posible en pocos espacios, entre ellos Biquini Wax.
Michelle Sáenz Burrola, Despliegue Iztaccíhuatl, vista de la exposición. Cortesía de la artista y Biquini Wax. Fotografía por Lia Quezada
Con esta exposición concluye el ciclo llamado Sala de exhibición, precedida por El infinito ensayo de Odeth Sofía y As seen on TV de Adolfo Cisneros Medina. A Gerardo Contreras, quien las programó, le interesaba mostrar el trabajo de artistas que tienen un pie en la gestión cultural o en proyectos con rasgos sociales: abrir el espacio a prácticas menos individualizadas que la pintura, por ejemplo. Esta idea le atrae desde que curó La institución del relajo para Deviant en 2021, donde Michelle también expuso. En esa ocasión propuso un abordaje distinto a la clásica tensión entre trabajo y juego: la idea del “relajo” –parte del imaginario sub-identitario mexicano– como una práctica que permite establecer formas laxas dentro de espacios o estructuras más rígidas, instituciones incluidas.
La obra de Michelle Sáenz Burrola, reunida para Biquini Wax con el acompañamiento curatorial de Catalina Urtubey, invita a asomarse a la historia reciente de la curiosidad de una artista, a sorprenderse ante la capacidad de crear con lo que hay y a pensar la cartografía desde un lugar crítico –o bien, cítrico.