
Reseña
por Constanza Dozal
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En el video que acompaña e introduce Bulto, de Ángela de la Cruz, en la planta baja de la galería Travesía Cuatro (CDMX), la artista declara con una sonrisa: “Me gusta la idea de las pinturas que se portan mal”*. El significado de esta frase toma sentido al subir al primer piso, donde se encuentra la exposición, que se presenta hasta el 13 de diciembre.
El espacio despliega ese portarse mal a través de gestos que juegan con la gravedad y el peso, como el de colgar las piezas a 10 centímetros del piso, recargarlas en la pared o quitarles su bastidor. La primera obra que te recibe explica el nombre de la exposición: un bulto blanco y brillante –de un par de tonos diferente al blanco cubo-blanco de las paredes de la galería– está reclinado sobre la pared con un doblez a la mitad. Sin ser una pieza monumental ni una pintura de bastidor, su tamaño se asemeja al de una persona.

El bulto blanco está acompañado de otros bultos: blancos y cafés; blancos, verdes y rojos; rojos y fucsias; rojos y turquesas; verdes, mostazas y azules; entre otros. Con algunos comparte tamaño, mientras que otros son más pequeños, semejantes al largo de un torso humano. La mayor diferencia entre el primero y el resto es que los demás están atravesados por un largo perno de acero inoxidable, que parece retorcerlos desde su centro geográfico. Es un acto violento que genera una topografía particular: pequeñas montañas, pliegues e hinchazones que contrastan con la textura de la pintura, permanentemente prístina y húmeda, como si siguiera fresca. Un juego de agresión, tensión y seducción.

Distribuidas individualmente o a dúo en los cuartos de la casa de época que la galería ocupa, los pernos y las capas de pinturas –las obras se construyen con lienzos superpuestos– extienden una invitación a explorarlas espacialmente, como si fueran esculturas. Puede que portarse mal sea convertir la escultura en pintura, y viceversa, como ha hecho la artista a lo largo de su carrera, conversando con el minimalismo y el arte povera. O puede que sea desairar a tus mayores, si entendemos a los antecesores de Ángela de la Cruz como la tradición pictórica occidental y sus reglas.

La exposición acierta al otorgar espacio a cada obra y generar pequeñas sorpresas con los tiros visuales, lo cual facilita disfrutarla a la vez como un todo y en partes, esto último al presentar cada una de las piezas como singularidades. La disposición genera una sensación de novedad tanto por el recorrido que cada espectador realiza como por ser la primera exposición individual en una galería, en México, de Ángela de la Cruz. Hace cuatro años presentó la instalación Larger than Life en el Museo Cabañas, en Guadalajara. También ha mostrado su trabajo en cientos de exposiciones, recibido múltiples premios y es conocidísima en otros territorios.

La artista comenzó su carrera en Londres, en los años ochenta, enmarcados por el punk y el thatcherismo. En el 2005, estando embarazada, tuvo una hemorragia cerebral y pasó un tiempo en coma, tanto ella como su bebé sobrevivieron, pero desde entonces, la artista utiliza una silla de ruedas y tiene un impedimento del habla. Sería sencillo reducir su historia al dolor y al trauma, o generar un relato heroico de superación personal, pero este no tiene que ser el único marco de su trabajo. En el texto de presentación de la exposición, Luz Massot explica que Ángela transforma el accidente en motivación: alguna vez, arrebatada por la frustración, golpeó una pintura dentro de su estudio y modificó su forma. Lo que fue una anécdota se volvió un pretexto para jugar con la tensión, la fuerza, el ensamblaje y la liberación.
Es precisamente esta última, la liberación, la que indica otra posible aproximación a la obra de Ángela de la Cruz, reconociendo el desenfado de quien escribe: “Me gusta la idea de las pinturas que se portan mal”.
*La frase, originalmente en inglés, dice: “I like the idea of paintings behaving badly”. Traducción propia.
Publicado el 16 noviembre 2025