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Julián Madero

Julián Madero

Mitologías necrófilas

Exposición

-> 29 feb 2020 – 29 mar 2020

La pintura mexicana surgió en 1531 con la Virgen de Guadalupe, desde la pigmentocracia que estableció los cánones no sólo de la pintura novohispana, sino de todas las estructuras socioculturales; al mismo tiempo, puso en tensión la cosmovisión mesoamericana con la mestiza que hasta la fecha nos desquicia. Esta pintura, por una parte fue adorada por los blancos criollos y por otro lado, manufacturada por los morenos, porque “sólo los indígenas eran capaces de captar la semejanza de la Virgen mexicana” como declarara el historiador jesuita P. Francisco Florencia en el siglo XVII.

En este sentido, en la tradición de la pintura mexicana se trata de un problema de estratificación socio-racial basada en el color. Es decir, un problema histórico cuyo fantasma mesoamericano deambula desde la “Maravilla americana”[1] hasta los discursos neo-conceptuales. No es un problema que se restringe al arte, de hecho, es el ethos histórico de nuestra nación. El 2 de octubre de 2006 apareció la Tlaltecuhtli, nuestra señora de bajo astral, que sobrevivió de nueva cuenta, y exigió sangre humana. Dos meses después, tomó posesión ilegítimamente Felipe Calderón como presidente de México, e inició una guerra que hasta la fecha ha derramado la sangre de más de 250 mil mexicanos.

El desmembramiento, el desollar los rostros, ya no son exclusivos de los ritos mesoamericanos; se replican en el “rito sacrificial” del narcotráfico. El imaginario de las mitologías necrófilas se volvió la experiencia predominante de los últimos 14 años. El pigmento rojo teotihuacano ya no es de hematita y limonita, sino es la sangre pura contenida en bolsas negras de basura, esparcidas en los Oxxo, las calles, las carreteras, automóviles y bares. Nos hemos convertido en un territorio sacrificial que sacia a Tlaltecuhtli y Xipe Totec, nuestro señor desollado, sin entender a bien qué estamos implorando.

De ahí que los ojos de Julián Madero (Ciudad de México, 1990) detecten este problema histórico de la pintura mexicana situado en la pigmentocracia y la cosmovisión mesoamericana; los pone en una tensión creativa que deviene en una propuesta ominosa enmarcada en el ethos histórico de un mestizaje primordialmente visual y simbólico, lo cual nos ha posicionado más como una raza cómica que una cósmica. Entendiendo lo cómico como una farsa cuyo drama está engendrado en el origen mítico de esta nación.

Formalmente, encontramos en esta exposición cómo el brebaje de la pintura mexicana configura la propuesta pictórica de Julián Madero; la cual reclama para sí la formación de espacios fantásticos de Diego Rivera y Juan O´Gorman, al igual que el horror histórico de José Clemente Orozco desde un pensamiento neobarroco. Más cercano a Miguel Cabrera en términos de pensar la pintura, Madero pertenece a la nueva pintura mexicana que conlleva un posicionamiento crítico ante cuatro siglos de pintura mexicana.

— Octavio Avendaño Trujillo, curador