¿De qué está cargado todo esto? Cuando pedí el Uber recordé una foto de Miriam en un espejo. Luz roja. Una foto de M y yo de espaldas en una fiesta. Boy Harsher de fondo. Creí que no había entrado a IG. No escuché nada ni vi nada. Me sorprendieron, cuando llegué a la casa de Pablo Villaseñor, la oscuridad y el tono rojizo en el patio. El flyer se me había colado silenciosamente entre la vigilia y el sueño. Pensé a lo largo del trayecto en la relación entre el oro y la muerte de la que Raúl me ha hablado desde hace algunos años. Es siniestro. Data y un brillo dorado que al principio se activa como un anzuelo. Ese brillo en una fotografía es a veces color resplandeciente. Intuí que quizá habría algo de eso. Poder y desaparición.
Esas conversaciones cobraron un sentido distinto. En Cómo podría saber... los destellos se tejen con una sombra que nos cae sobre todo el cuerpo. Color sangre. Más oscura que la sangre. En el relato de Raúl hay una suerte de historia breve que acontece para poner orden a las imágenes y a las ideas sobre las que ha estado navegando recientemente. Ese relato se organiza en una instalación que me recuerda una película. Esa instalación se organiza en tiempos distintos: hay una potencia nocturna, otra en el día.
Vista de la exposición ‘¿Cómo podría saber que este sería mi destino?’ de Raúl Rebolledo. Cortesía de Proyecto Caimán. Foto: Agustín Arce.
Una escena metálica se enmarca frente a un bosque monocromo. Hay una casa de campaña recubierta de hoja de oro que se niega a proteger y se dedica a recordar lo que tiene valor y lo que no. En las piezas que unen las historias de Raúl la tela es una tram(p)a. Segunda piel, resguardo y frontera entre lo que estuvo vivo y lo que prevalece. Decaimiento, lo que siempre está terminando, gerundio insoportable, lo que imparablemente viene a menos. ¿La fortuna y la esperanza, Raúl?
Vista de la exposición ‘¿Cómo podría saber que este sería mi destino?’ de Raúl Rebolledo. Cortesía de Proyecto Caimán. Foto: Agustín Arce.
En esta historia hay un hombre vestido de cadáver, o lo hubo. La carcasa de un (a)dorado teléfono celular. Una fogata que me parece más un hoyo negro, el recuerdo de una erupción que quizás lo enterró todo o lo va a enterrar. Un neón que me lleva a Brazil, que me lleva a Blade Runner que me pone en Fallen Angels y en el futuro en el que el metal se vuelve fútil. Como fútiles y vacías también se vuelven las series en las que el cuerpo de una chica blanco, esbelto y perfectamente depilado es hallado bajo la hojarasca, con tierra en las uñas, y unos detectives muy pendejos y muy antiguos dicen cosas aburridísimas sobre lo que le pasó a esa muchacha.
Vista de la exposición ‘¿Cómo podría saber que este sería mi destino?’ de Raúl Rebolledo. Cortesía de Proyecto Caimán. Foto: Agustín Arce.
Dice Miriam en el texto que he leído cuatro veces que la soledad sería un privilegio. Pero somos muchas y muchos. Demasiados cuerpos que anduvieron, un hermano y una hermana, un primo y un destino fatal que es el que ve Raúl en toda la data. Y la veo yo en una fiesta de horror que podría surgir ahí mismo, mientras bailamos todos bajo la luz roja y esa cara que sonríe, que en el día es dorada y se escurre como en ese video, Black Hole Sun. Miriam escribe que si nos detenemos es porque nos distrae lo prometido, lo que ya sabemos que pasará o intuimos y sucede aunque no lo pensamos demasiado. Creemos que no hay que pensarlo demasiado y que no tiene importancia pero va a pasar. Como esa luz roja, esa noche y esa desolación en un entorno rural, un bosque o un desierto mexicanos, en la desolación del futuro que leyó Raúl y en la certeza de que esta es una sala de exhibición y todo estará bien. Y quizás si cuando se encienda la luz, y no sean las 10 PM como ahora y haya luz de día, la instalación sea mas benevolente, más exhibición, más de galería como dijo A.