Reseña
por Mariana Paniagua
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Entre la pantalla y la tela hay un fantasma nostálgico que busca un cuerpo para sí mismo.
Este nostálgico nunca habitó su pasado. Todo lo que ha buscado lo inventa constantemente como una escenografía para los videos familiares. Se materializa en el óleo y la cera que usa Tahanny Lee; se ancla en los ornamentos orientales que narran una historia de migrantes que anhelaron su lugar.
En 1911, la mitad de la comunidad china que habitaba en Torreón, México, fue masacrada por revolucionarios y locales que la acusaron de estar aliada al gobierno de Porfirio Díaz. Esto nunca se comprobó y el acto de racismo quedó impune. A esta masacre sobrevivieron los bisabuelos de la artista, con quienes comenzó una descendencia que quedó sin acceso a los vestigios de su cultura.
La casa de los abuelos de Tahanny Lee Betancourt –me cuenta– , estaba llena de objetos decorativos del imaginario asiático –jarrones, biombos y objetos de porcelana– con los que trataron de llenar el espacio vacío de su herencia cultural. Una colección de vestigios falsos en la que ningún objeto era antiguo o heredado. Los ecos de esta escenografía son los que se materializan en Nube alada, fulgor amarillo, la exposición curada por Lorena Peña Brito para la galería Daniela Elbahara Gallery.
En la primera sala hay cuatro pinturas que se exhiben conforme fueron pintadas. En la segunda está Perfil y joroba; me sorprende el contraste entre mi idea de la delicadeza del hanfu de seda y la ropa que porta el personaje de la pintura, que aparenta estar hecha de la misma materia que toda la figura: carne.
Esta carne va diluyéndose mientras veo las demás pinturas, en las que la intención de que haya un personaje protagonista cede a imágenes sin posición fija, como si fueran sueños vistos a través de una videocámara de los años noventa, en los que, en medio de la oscuridad, quedan como anclas las flores, la seda y las grullas.
En la obra de Tahanny tiende a dominar su atención a lo gestual, pero en esta serie hay un especial cuidado en los símbolos, que atravesando su gestualidad corporal resultan en un tipo de glitch inventado por la fisicalidad del trabajo de la artista durante la producción de las piezas: una función que barre las imágenes de ornamentos asiáticos y las yuxtapone en líneas fílmicas enrarecidas, en las que no hay narrativa, pero sí memoria. Me parece interesante presenciar esa transformación del símbolo –que a veces se presenta como cliché– en una operación de memoria corporizada.
La artista utiliza fotografías y videos familiares para hacer zoom (no puedo evitar pensar en la acción de esforzarse para alcanzar un objeto lejano) a estos nuevos vestigios, de ahí que las paletas tiendan a la atmósfera azulada de la pantalla o a la calidez de un rollo fotográfico caducado. La repetición de este glitch en la composición refuerza en mí la sensación de estar presenciando un sueño y de estar desorientada.
“Una grulla volando augura buena fortuna”, pienso, mientras estoy frente a la pintura Una grulla vuela y la otra no, en la que el espacio pictórico se divide de tajo en dos mitades: desde la mitad superior una grulla sólida, pesada y estancada cruza su límite para atravesar el espacio de abajo, que aunque es negro, es ligero y abierto porque los espacios negativos abiertos por el dibujo y la forma de una grulla volando dejan pasar el aire de la tela casi cruda.
Desde esta sensación de peso vuelvo a la primera sala, en la que sobre un mueble que parece antiguo –en el que se esperaría un jarrón fino de porcelana– se posa un especie de vasija que parece extirpada de un cuerpo humano muy grande. Hecha de cera, sostiene dos velas largas del mismo material; imagino el eventual derretimiento de toda la pieza.
La acción de dar cuerpo a una reminiscencia –que funge a la vez como cuerda que ata, que como pabilo que atraviesa la historia familiar y política de la artista– sucede desde una teatralidad entrañable. Tahanny me habla de el acto vestigiante y me intriga la forma en que esa acción se materializa en nuestrxs cuerpxs y procesos afectivos.
Quizá lo que sucede en la intimidad es siempre una puesta escena que se hace real hasta que toma un cuerpo para hacerlo el suyo.
Publicado el 19 septiembre 2025