
Ensayo
por César Esparragoza
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Incomprendida esfinge, yo reino en el azul;
Un níveo corazón junto al blancor del cisne:
Detesto el movimiento que desplaza las líneas
Y jamás he llorado como jamás reí
Charles Baudelaire, “La belleza”
¿Por qué desconfío de los gestos de belleza? Mi relación con ella es parecida a una experiencia abyecta sobre el retorno incesante de una imagen. Como diría Julia Kristeva¹: “cuando reconozco algo como bello siento mis entrañas revolucionar todo lo que mi estómago contiene; mis palmas sudan, comienzo a morder mi mucosa labial y tenso una sonrisa”. Un conflicto entre el deseo de verse representado y el límite de no poder ser aquello en lo que reflejarse. Sin embargo, los síntomas que presento no son generados por el disgusto, sino por el rechazo. Pensar en los signos que podrían describir ese rechazo, me ha llevado a definir qué son esas cosas que retornan a mí: el reflejo y la sombra.
Ver mi reflejo suele ser una vivencia retadora. Cuando estoy en un espejo, el retorno de mi mirada difícilmente puede dejar de enfocarse en mis caderas, en la textura de mi piel; en aquellas cosas que a veces quisiera no ver tan de cerca o que evitaría dejar que alguien más las reconociera en mí. Por otro lado, mi sombra suele ser más honesta conmigo y con los demás, pero no por ello menos brutal. Concibo mi reflejo como aquello que quisiera que las demás personas vean –o no– sobre mí, y mi sombra como aquello que inevitablemente forma parte de mí y continúa extendiéndose fuera de mi voluntad.
A todo esto, recién viví una experiencia retadora sin verme en un espejo. Visité la exposición Cisne espléndido, pato gris, curada por Andy Zafra en Local 7, una muestra llena de ternura con pretexto de la inauguración de este espacio. La curaduría está conformada por piezas de María Vez, Renato Valdelamar, Inari Reséndiz, Natalia Millán, Laura Meza Orozco, Alejandro Castañeda, María José Casazza y Camila Barba. Antes de cruzar la calle, comencé a escuchar al viento susurrarme dulcísimamente una invitación mediante un dibujo en gran formato de Renato: el marco de la puerta hace también de marco para el dibujo.
A lo lejos, en la imagen, veo a un sujeto desnudo dándome la espalda, mientras este, a su vez, contempla un grupo de destellos que también parecen sorprendidos por su figura; algunos intentan ocultar el asombro de sus bocas detrás de sus palmas, otros extienden sus brazos con apenas la suficiente cautela para no disrumpir el deseo que se provoca en esa distancia brevísima que mantienen con el cuerpo. En ese momento, me siento como uno de esos destellos; la única diferencia es que soy el único que se atrevió (entendiendo que como espectador, no tengo otra vista de la escena) a ver este cuerpo desde atrás, sin reconocer su rostro. Soy, en esta situación, un poco un sinvergüenza. Mis ojos empiezan a brillar, a buscar un punto que me permita observarlo con el mismo deseo con el que lo ven los destellos de mis pupilas, que parecen haber escapado de mí para integrarse al dibujo. ¿Será que, de alguna forma, este cuerpo logra reconocer que estoy detrás de él por mi mirada tan rebelde que ha escapado de mi cráneo con tal de verlo de frente? ¿Que nos vemos a los ojos sin terminar de conocernos las caras? Quizá estas preguntas son el resultado de mi necedad por querer reconocerlo desde todos los ángulos, al mismo tiempo.

Poco después me siento intimidado. No me gusta reconocer que he sido deslumbrado por un cuerpo desnudo que parece tan distante al mío. Reconozco en ese cuerpo aquello que yo no poseo y me lleno con un poco de vergüenza: mis orejas enrojecidas me delatan. A veces, verse en un espejo –o sentirse percibido por otras personas– es una experiencia que definiría como reconocer al cisne en la habitación². No es una expresión que utilice para definir el goce de ser visto, sino la vulnerabilidad. Este cisne no es una figura de belleza, sino de incomodidad. Una respuesta de saberse fuera de lugar, lleno de significantes sin poder ser completamente consciente de ellos. Una imagen que podría resultar tan cercana a la belleza como al arrebato; tan fácilmente reconocible como abyecta.
Otro de los dibujos, también de Renato, que forma parte del recorrido es más cercano a esta expresión. Desamparo: el asedio de los cisnes terribles (2023) es una escena en donde un cuerpo desnudo es atacado por una bandada de cisnes. Ver a este sujeto en una escena tan violenta despierta en mí un deseo inmenso de cuidado, un impulso de protección. Eso, al darme cuenta de que, de irrumpir en la escena en mi imaginación, me convertiría en uno de esos cisnes involucrados en el permanente picoteo. Para mí, la obra es una forma más de formular que desearía ser reconocido como un cisne tan bello como incómodo, igualmente capaz de violencia y de cariño, eternamente esperanzado de producir significados sin verme condenado a que estos retornen a mí como una lección kármica.
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¿Cómo puedo navegar en un mundo atiborrado de imágenes que me intimidan? ¿Qué sustitución puedo hacer para permitirme confrontar la inseguridad que me genera un eterno retorno de belleza en el mundo? Gilles Deleuze y Félix Guattari³ escriben sobre dos formas –no dicotómicas ni únicas– con las que podemos reconocer las estructuras culturales que habitamos: el árbol y el rizoma. La primera es una forma vertical de lectura de significados que se basa en la estructura, la jerarquización y la delimitación; mientras que la segunda es más bien una forma descentralizada, basada en el desapego del origen y la posibilidad de perpetuar la capacidad hiperrelacional entre conceptos. Cuando pienso en las formas estructurales de la belleza, reconozco dos figuras que podrían operar similares al árbol-rizoma: el moño y el nudo.
El moño, tan hampón, de tantos posibles materiales y acabados, siempre utilizado como corona de la imagen. El obsequio, el tocado, el adorno para el cuello. Un artefacto decidido a utilizar el espacio, a extenderse más allá de unx mismx, coadyuvante para presentarnos y volvernos legibles de otras formas. A diferencia del moño, el nudo no me ayuda a representarme más de lo que me restringe. Similar a la sombra, el nudo no obedece a mi deseo ni a mi inseguridad, sino a mí como un total. Un nudo de bondage que conecta mi columna con mi rodilla, mi cuello con mis pies, mis manos con mis caderas, mi pecho con mi frente; a su vez, al resto con lo demás. Un entramado de tejidos que buscan encarnarse en mi piel y me restringen de huir del contacto conmigo mismo. Desconfío de los gestos de belleza –los moños– porque desconfío del retorno de la imagen; corro intimidado por mi incapacidad de sostener a un cisne quieto en una habitación con sus alas desplegadas y su cuello erecto para ser percibido por lxs demás. Mientras que el nudo, por más restrictivas que sean sus intenciones, me recuerda que no puedo controlar mi imagen todo el tiempo; me invita a sentirme conectado, a ser vulnerable sobre ser presentable.
Adorable. Una palabra que me resulta menos dolorosa para tratar la belleza. Para Roland Barthes⁴, aquello que es adorable está más íntimamente relacionado con el deseo y con el resplandor. Reconocer algo como adorable me brinda la oportunidad de ser amable con lo que retorna a mí. Cuando reconozco algo como adorable, no veo en la imagen un imposible de belleza. En vez de eso, reconozco el deseo que me genera aquello que me atrae. Me dejo deslumbrar no por aquellas cosas que ruegan que las vea, sino por aquellas que me susurran suavemente que regrese la mirada hacia mí como un todo, no como una cadera o como una sonrisa chueca. Si está en mí, prefiero ser adorable estando en nudos imposibles que bello y sosteniendo grandes ideales con mis plumas que apenas pueden tapar mi vergüenza. Prefiero ser indescifrable que ser una imagen; ejercer mi deseo y cariño antes que imaginar cómo serán recibidos y las consecuencias que se deberán pagar por ser interpretados.
1: Kristeva, Julia, Poderes de la perversión, 2023, México: Siglo XXI Editores. Traducción de Nicolás Rosa, Viviana Ackerman.
2: “To acknowledge the swan in the room”
3: Giles Deleuze, Félix Guattari, Rizoma, 2023, España: Pre-textos. Traducción de José Vázquez Pérez y Umbelina Larraceleta.
4: Barthes, Roland,“¡Adorable!” En Fragmentos de un discurso amoroso, 2024, México: Siglo XXI Editores. Traducción de Eduardo Lucio Molina y Vedia.
Publicado el 9 noviembre 2025