Más cerca de lo que aparentan: “Una rosa en la oscuridad” de Pilar Córdoba Longar en CROMA
por Guillermo Boehler
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Deranged de David Bowie suena al entrar a una pequeña sala de exhibición en CROMA donde se exhiben las cinco piezas que conforman Una rosa en la oscuridad de Pilar Córdoba Longar. Su obra reciente presenta elementos alusivos a lo automotriz y a la carretera en bordados en punto de cruz, telas en cuadrícula, marcos de matrícula cromados, bases negras y líneas verdes brillantes. Mientras más miro la tela negra de los bordados de Una rosa en la oscuridad, No paramos de matarnos y Alejas, más me entra la sensación cíclica de confusión, memoria, fantasmagoría y manos llenas de aceite sobre un vestido de seda amarillo en Lost Highway (Lynch, D. 1997). Siento la carretera que caracteriza la apertura y cierre de esta película, la noche que mezcla cielo y asfalto. Sin embargo, también está la suavidad, la tela en tensión con el filo cromado del marco, el recuerdo de infancia en el asiento trasero cubierto por tela y relleno de espuma de un carro popular. Hay algo aquí además de la tóxica masculinidad del interior de piel lynchiano. La obra El lugar en mi mente que todavía no es memoria condensa en su título esta sensación: el lugar limítrofe entre el “ahora” y “lo que era”*, la tensión en la cual somos.
A la derecha, de copiloto, no sé si presiono el acelerador o el freno invisible debajo de la guantera, destrucción o salvación, adrenalina o contemplación. En el texto de Claudette Walls Manilo, que acompaña la exposición, siento la misma aprehensión e impulso. Frente a nuestra seguridad, está el deseo que pregunta cuál es el límite crítico de un cuerpo hecho de carne y máquina. Mismo deseo que Octavio Gómez Rivero ya había señalado en la curaduría de Pies de Plomo (2024) en la galería Relaciones Públicas, donde la obra de Córdoba Longar fue recientemente expuesta.
Quiero sumar la memoria al deseo –esto suena a conducir alcoholizado–. Una nostalgia que no me deja dormir despierta en esta exposición, entre las obras, las breves palabras intercambiadas con la artista en la inauguración, el texto de la hoja de sala y las imágenes que evocan los viajes en carretera…
Desde el asiento de atrás ya no vemos los ojos de los que van adelante, sólo de milagro encontramos el ángulo exacto en el retrovisor. Aquí todo es imagen y pasa muy rápido, mientras quien lleva el volante se contractura la espalda y endurece los hombros, como la misma columna de dirección que conecta sus manos a las llantas.
A mi derecha me encandilo con el cromo en los tapones de rines del camión que acelera a nuestro lado, las Rosas Rojas de la artista despiertan un luminoso terror: laceración de llantas, de la lateral, de la retina.
En el display de la radio se lee “alejas”; ves los brazos de tu padre –los que creíamos invencibles– temblar y quemarse, ves cómo se le secan los ojos en contra del sueño para no perder la atención, desde hace algunos años sabe que debe usar lentes y lo ignora.
Pilar Córdoba Longar. 2024. 'Alejas', bordado en punto de cruz. Cortesía de la artista
Verde en variedad de tonos y brillos, los semáforos, las señales, los chalecos, el precio de la gasolina, del diésel, el pasto y los árboles. Salimos de la ciudad, ese momento donde alguien en el carro dice “no puedo creer este verdor tan cerca de tanto concreto”. Pero también la luz en la oscuridad, la señal de algo, verde es avanzar, la línea verde sobre la tela negra, una rosa, las espinas, un tatuaje viejo, quizá el primero, ya indefinido por el tiempo.
Nos alejamos cada vez que hacemos la promesa de regresar después de cruzar líneas imaginarias.
Olor de tierra y vacas, de humo y sudor, de piel y plástico bajo el sol. Mientras la fila de carros espera para cruzar, el aire sofoca.
La insistencia de esas imágenes, de esos recuerdos, con los ojos bien abiertos. Todes aquelles que tuvieron su infancia en la carretera, entre largas horas de silencio en la inestabilidad del paisaje, saben de una paz muy difícil de encontrar hoy.
Imposible volver de los lugares a los que no quisimos ir, a los cuales fuimos llevados; imposible volver a esos mismos lugares sin que nos lleven.
–No mires el retrovisor.
Latente queda la imagen de ese horizonte que rompemos mientras alguien pisa a fondo el acelerador.
Hace poco tuve que explicar por qué la migración, el traslado, los momentos de espera, viaje, incertidumbre y movimiento no son “un limbo, donde nada pasa”, explicar que no es sólo máquina y tiempo. Hay vida, y allí, la hacemos. Así de sencillo. Es un ensamble, una caja de marchas que busca relaciones de transmisión entre los engranajes que nos componen, sin ejes que nos limiten. ¿Más velocidad o más tracción? Depende del terreno, de la ruta, de la distancia, del tiempo.
–¿Ya llegamos?
Vemos una rosa en la oscuridad. Desde esta ventana conocemos en las noches el silencio hermético y la sombra temible de los faroles que vienen en nuestra dirección.
Pilar Córdoba Longar. 2024. 'Una rosa en la oscuridad'. Bordado en punto de cruz en marco de aluminio cromado. Cortesía de la artista
En medio de la carretera sin alumbrado, encontramos una zona de descanso, un merendero, una gasolinera, un bar, un comedor, un refugio al cual acudir.
“Cuanta más gente, mejor. Los camioneros saben dónde hay buena comida y barata”, dice alguien desde el asiento delantero.
Entre espinas y una luz tenue, sentimos el olor rancio con tranquilidad.
Pilar Córdoba Longar. 2024. 'No paramos de matarnos'. Bordado en punto de cruz en marco de aluminio cromado. Cortesía de la artista
La decadencia, las flores que padecen con el humo y el polvo, nuestro cuerpo cansado, el sueño, los carros que son devorados por el monte[6] cuando no se vuelven a prender.
–Es algo rápido, deja el motor prendido.
A lo lejos vemos luces de otros que avanzan como nosotros en la noche.
Una rosa en la oscuridad es una expo pequeña, pero potente. Aquí hay recuerdos que no nos dejan en paz: la prueba más grande de vida vivida. El contraste del bordado y del metal cromado, de la suavidad y el filo que brilla en la oscuridad, no es contradicción, dicotomía, ambivalencia, paradoja o aporía, es el recuerdo de todes aquelles que no sabemos volver.