Reseña
por esteban silva
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Fortuitamente o no, un vivero y una galería de arte coinciden hoy en una trenza cuyas coordenadas políticas parecen negar la casualidad.
— Abraham Cruzvillegas, texto curatorial
Camino por el entramado de claxones en un flujo metálico para llegar a CROMA. Es como andar por un río seco y humeante que corta el paso hacia El Bosque de Chapultepec y que agudiza la sensación de sequía en la piel.
Llegando a la galería siento una repentina frescura y me encuentro con un grupo liderado por Leto que conversa y sale a buscar quelites a la redonda. Algunos se ven escépticos y otras andan emocionadas; cada une especulando sobre cómo sería comer de la banqueta. Es la alógica* con la que kimcheenicuil se inserta en el ecosistema artístico.
Dentro del espacio, escucho la coreografía con la que se reconstruye un hogar de adobe. Es Cha ni chinu chi'in ñu'un, la pieza de Zoë Heyn-Jones que forma parte de un ciclo de videoarte en el que también participan Sébastien Capouet, Beatriz Paz Jiménez, Itandehuitl Orta, entre otres, ambientando el espacio a modo de loop.
A mi izquierda, observo una trenza de frijoles de María Silva atravesando el espacio principal, para cruzarla hay que jugar a que se está saltando la cuerda: por arriba o por debajo. Unos cuantos pájaros de Ernesto Solana, híbridos entre guaje y metal, parecen divertirse también. A ellos se le suman un montón de fotografías, dibujos y cerámicas que se esparcen entre la galería y el vivero. Todo es un juego.
Las hijas de una amiga me toman de la mano y me invitan a transitar entre el vivero Philodendro y las instalaciones de CROMA en una búsqueda del tesoro. Observamos esculturas y piedras bañándose entre frondosos árboles tropicales mientras unas manos tejen fibras vegetales haciendo un tapete. Acompañamos a Ácido Mellitico a pintar las paredes con arcilla y guardamos silencio frente a su vaporoso altar. El vivero, como espacio expositivo, es un entorno que difumina lo que es y lo que no es una pieza artística.
Seguimos andando las infancias y yo y nos agachamos para leer una de las instantáneas que Paola de Anda esparció como polen en la galería. Les pregunto qué es lo que más les gusta y me responden: “eso que está oculto y que queremos encontrar”. Más tarde, hablando con Abraham Cruzvillegas sobre la muestra hace una clara referencia al pensamiento tentacular de Donna Haraway. Me cuenta que la invitación inicial fue traer al espacio diversas formas de interconexión más allá de lo humano. Parece ser que lo que describe es eso mismo que las infancias buscan: algún tipo de anhelo enraizado.
A lo largo de cinco semanas, las piezas e intervenciones de más de 45 artistas y colectivos que se han sumado problematizan sus propios límites. Con ciclos de videoarte, piezas sonoras, esculturas olfativas, acciones de cuidado medioambiental e intervenciones urbanas, la muestra se esfuerza por traspasar los confines expositivos y polinizar el espacio que compartimos. Sin embargo, en un suelo tan perturbado como este, ¿qué significa el espacio común?
Desde la primera reunión de trabajo se hizo claro: “Acá no se va a resolver nada con una exposición”. Quisiera que eso no fuese cierto. Quisiera que los 67 incendios forestales activos en el país y los muchos que habrán de sumarse en las siguientes semanas se apagasen con un gesto artístico. Mas no lo harán. Les expositores son conscientes de estas obvias incomodidades y las navegan con amplia plasticidad. Recurren a comerse a sí mismas como en la pieza de Mariana Dussel; a expandirse en lo sonoro como lo hacen Fernanda Barreto, Lucia R y Gabriela Galván; o como Jimena García Álvarez-Buylla e Inés G. Irizar, a disolverse en el aroma de una planta ruderal.
Lejos del pesimismo, kimcheenicuil le apuesta a la vida en su expresión más situada. Nos recuerda que hay una agencia directa sobre el territorio que habitamos y del que no nos vamos, por muy erosionadas que estén las condiciones. Las fotografías de Itandehuitl Orta lo describen muy bien. Este ser viento que habita el volcán mira hacia la ciudad y responde: “La vida, más que ser una propiedad interna del ser y las cosas, es inmanente a las relaciones entre ellas”.
Diegui y su proyecto de Corazón Copil resuenan con el trabajo de Orta y nos invita a un tequio: “Quienes participen pueden adoptar un par de plantitas nativas para que las cuiden y les encuentren un lindo hogar :)”.
*Maris Bustamante, 1963-1983: Veinte años de no objetualismos en México.
Publicado el 20 abril 2025