Reseña
por Dorothée Dupuis
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Pero los mismos aspectos de la Brujería que parecen amenazadores también ofrecen a los hombres una nueva y vibrante posibilidad espiritual: la de la plenitud, la conexión y la libertad. Los hombres valientes encuentran estimulantes las relaciones con mujeres fuertes y poderosas. Agradecen la oportunidad de conocer a la Mujer que llevan dentro, de crecer más allá de sus limitaciones impuestas por la cultura y llegar a ser completos
— Starhawk, The Spiral Dance: A Rebirth of the Ancient Religion of the Great Goddess, 1979
Mi visita a la exposición de Andrew Birk –en la galería Karen Huber, el pasado mes de junio– desató en mí muchas emociones y pensamientos. Había visto a Andrew muy pocas veces desde que ambxs nos volvimos xadres, nos habíamos visto siempre sin nuestrxs hijxs. Ver a Andrew con su familia en su muestra mientras disfrutaba su arte erudito, diverso estilísticamente y, a la vez, tan profundamente personal generó en mí un sentimiento de seguridad, goce y conexión que raramente se puede experimentar en una inauguración artística. Ese lugar tan mundano, lleno de expectativas y como suspendido en el espacio/tiempo, ese lugar entre lugares.
Advertencia: conozco a Andrew desde hace años, es una de las primeras personas que me presentaron cuando llegué a México. He colaborado con él varias veces, hemos tenido numerosas conversaciones pero, por otro lado, no podría decir que somos cercanxs. Si hay amistad, es una amistad nacida del arte, de producir desde nuestra blanquitud en el contexto latinoamericano, a veces juntxs, aunque la mayoría del tiempo a proximidad, como lo formuló Trinh T. Minh-ha. Sin embargo, he visto a Andrew crecer como artista y quiero decir que es uno de los pocos artistas hombre-blanco-heterosexual-cisgénero en cuya práctica tengo un genuino interés.
Lo que digo podría sonar excluyente. Más bien, me apasionan, como crítica y curadora, las prácticas artísticas que entretejen una relación compleja con la identidad propia delx artista. Me fascina cómo en nuestra época lxs artistas tienen la oportunidad de enfrentarse al monolito que ha representado tantos años la Historia del arte, con H grande, a través de su propia perspectiva. El ataque a ese monumento –vinculado desde siempre al poder, al dinero y a la academia– sucede desde gestos a veces grandilocuentes y otras muy humildes. El monolito al cual ha decidido enfrentarse Andrew –según yo, la faceta más arrogante de la Historia– es el de la masculinidad tóxica del pintor y, en cierta medida, del artista varón en general.
Al visitar la exposición, podrán notar que Andrew es un pintor sabio que conoce muy bien la historia del arte occidental del siglo XX y más allá. Por ejemplo, la serie titulada On and on presenta pinturas que refieren inmediatamente a pintores seminales del fin del siglo pasado como Christopher Wool o Glenn Ligon. También los gestos performativos de Birk –que ponen en escena su poderoso cuerpo y que se pueden ver en el video de la sala de proyectos— recuerdan la silueta masiva y provocadora de un Chris Burden o un Gordon Matta Clark. Recuerdo muy bien una serie anterior donde un coche jalaba a Andrew en un camino de lodo mientras se agarraba medio desnudo de un lienzo. Luego lo montaba en bastidores, produciendo impresiones casi crísticas; reminiscencias de un Yves Klein sucio que no buscaba redención, sino exponer su pecado otra y otra vez.
La espiral que figura en el cuadro Chaos Wall, instalado al final de la exposición, no está exenta de esta violencia varonil ejecutada con ironía y ternura a la vez. Para realizar el motivo de la pintura, Birk usó una motosierra cortando la tela de plástico, que se usa para proteger cultivos en permacultura, en un gesto tan delicado como brutal, poniendo varios dedos en peligro al realizar la forma. Aquí también la tela fue tendida en los bastidores. Birk finalizó la obra pegando varios dibujitos hechos por sus hijas en la espiral, formando una especie de camino de infancia reminiscente del cuento de Pulgarcito.
Veo esta obra como una metáfora del camino artístico: la espiral no tiene ni inicio ni fin, sólo se trata de entender las fuerzas tanto centrífugas como centrípetas que rigen la creación artística, prestando atención a lo que sucede en los bordes del camino principal, saliéndose de él de vez en cuando, pero siempre volviendo a la ruta —porque en la vida existen prioridades. La exposición de Andrew nos las recuerda con una ternura radical que, creo, le viene de haber podido conectar con fuerzas oníricas muy profundas en México, donde vivió como un hombre urbano estadounidense muchos años, para después poder conectar realmente con ellas, de una forma tan asombrosa como bonita, en el campo catalán, donde radica desde hace unos años al lado de una mujer fuerte y de sus dos hijitas, quienes hicieron florecer en él el poder real de conectar con la Diosa y su poder creativo, más allá de su propio género y origen.
Por supuesto, ahora podemos ver lo que conecta el trabajo de Andrew Birk con la historia del arte actual, se trata más bien de referencias femeninas: de Vivian Suter a Ana Mendieta, de Cecilia Vicuña a Louise Bourgeois, de Koo Jeong A a Joan Mitchell. Quiero así volver a citar a Starhawk en The Spiral Dance, de una manera que espero le gustará a Andrew:
De hecho, ya no existe Dios Padre. En el Oficio, el cosmos ya no se basa en el control masculino externo. La jerarquía se disuelve; la cadena de mando celestial se rompe; los textos divinamente revelados se consideran poesía, no verdad. En su lugar, el hombre debe conectar con la Diosa, que es inmanente en el mundo, en la naturaleza, en la mujer, en sus propios sentimientos, en todo aquello que las religiones de la infancia le enseñaron que había que superar, trascender, conquistar, para ser amado por Dios.
Es que al final, el sueño de cualquier pintor es trascender a través del acto de pintar visto como demiúrgico. Y la lección de la exposición de Birk es que más vale que sea a través del sagrado femenino.
— Dorothée Dupuis
Publicado el 13 julio 2025