“No hacer daño”: Cuerpos suaves de Paloma Rosenzweig
por Mariel Vela
En Bóca
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Seis cuerpos de lana se hallan recostados, cada uno sobre su cama metálica: intestino, paladar y dientes, garganta, un cerebro y una caja torácica. El material del que están hechas las piezas invita a un tacto sentimental, sin guantes y sin clínica. Al fondo, hay un dibujo en tinta roja titulado Fibras 1, separado del resto. La imagen se asemeja a un intersticio que media entre todos; el tejido que los tiene reunidos aquí. Los cuerpos yacen con la placidez de objetos que sueñan que son otra cosa. Han sido liberados de ejecutar funciones que ahora sólo son vestigios del habla, la digestión y el pensamiento. Cuerpos suaves de Paloma Rosenzweig es la primera parte del ensayo No hacer daño, título que proviene del juramento hipocrático que hacen los médicos.
Los primeros anfiteatros anatómicos se construyeron alrededor del siglo XVI con el fin de incorporar la práctica de la disección de cadáveres humanos y animales como parte de la enseñanza de la medicina. El alma es la forma de un cuerpo organizado, dice Aristóteles. La plenitud de las funciones de un sistema es lo que diferencia a un organismo vivo de un cadáver. Podría decirse que una víscera o unos dientes por sí solos no tienen alma ni conciencia. Un cuerpo desordenado pertenece entonces al misterioso plano de lo no-vivo; el mundo de las cosas, las plantas y los animales.
El recorrido por la exposición nos hace detenernos en la imagen de cada órgano y hueso. Son como máquinas del tiempo inmóviles. En el capítulo “¿Cómo hacerse un cuerpo sin órganos?” se describe el cuerpo paranoico de la Srta. X, cuyos órganos no cesan de ser atacados por influjos, pero también reconstituidos por energías exteriores. “La Srta. X afirma que ya no tiene ni cerebro ni nervios ni pecho ni estómago ni tripas, ya no le queda más que la piel y los huesos del cuerpo desorganizado”*1. Para Deleuze y Guattari, el cuerpo sin órganos ya se ha puesto en marcha desde que se manifiesta ese hartazgo visceral; el síntoma de la necesidad de vaciarse para poblarse sólo por intensidades.
Al centro se encuentran las Tripas, de topografía blanda y envueltas en sí mismas. Me concentro en las mías descansando sobre la pelvis y recuerdo cómo a veces se inflaman, aunque nunca tanto como a Cynthia o a Maye, quienes sufren de colitis crónica. ¿Los cuerpos suaves de Paloma Rosenzweig se enferman? Durante el encierro, hallé gran interés en las coreografías inmóviles que practicaba todos los días. Podía pasar horas recostada, contemplando un surco en el techo. Me quedaba sentada sobre una pierna hasta que se me cortaba la circulación y contemplaba, por varios minutos, las burbujas que se formaban en un vaso con agua. Mi letargo no se encontraba orientado a ningún tipo de revelación intelectual. Lo viví, más bien, como una viscosidad desafiante, mi pequeña protesta metabólica, una rebeldía digestiva ante la lectura de textos como Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. Puede haber gran pasión en la quietud.
Paloma Rosenzweig, Tripas, lana de borrego merino afieltrada en seco y estructura de alambre, 60x55x15cm. Cortesía de la artista y Bóca. Foto: Andrea Bustillos
Casi a lado de las tripas se encuentran los Dientes. Pienso en la sinceridad animal de una dentellada en comparación con la sofisticación eléctrica del cerebro, colocado hacia el fondo de la exposición. Los dientes remiten a acciones como sujetar crías y masticar, a nuestra condición de mamíferos. Al abrir cualquier libro de anatomía y fisiología uno aprende que aún contenemos apéndices primitivos y órganos vestigiales. Viene a mi mente un enunciado de Inés Arredondo: “El contacto con ‘algo’ más allá de los sentidos la estremeció agudamente, no en los nervios importantes, sino en los nerviecillos menores que rematan su recorrido en la piel”*2.
El pelaje de la gata se ondula sólo cuando se concentra en mirar los pájaros por la ventana. Lucrecia y yo especulamos sobre el tamaño de su cerebro o su corazón en relación con los nuestros. Frente a estos ejercicios de ternura y observación, recuerdo el infame experimento que aparece en películas y series de adolescentes, en Estados Unidos: la disección de una rana, de órganos proporcionalmente pequeños en comparación con la escala humana. Galeno fue un cirujano del imperio romano y el primero en emplear la vivisección. La animalidad de las piezas hechas de lana provoca pensar en la vulnerabilidad de otros frente a las búsquedas en nombre del progreso médico.
Al final del recorrido, no había nadie que me viera y elegí pasar mi mano por el interior de la garganta y entre las amígdalas. A Anabel siempre se le infectan y debe recostarse para que Leire dibuje una cruz con sus ojos y pueda aplicarle una inyección. Es la única que se atreve a hacerlo.
Paloma Rosenzweig, Garganta, lana de borrego merino afieltrada en seco y estructura de alambre, 31x30x46cm. Cortesía de la artista y Bóca. Foto: Andrea Bustillos
*1: Deleuze, Gilles, Félix Guattari. Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia . Traducción por José Vázquez Pérez y Umbelina Larraceleta. 6ta ed. Valencia, España: Pre-textos, 2004. p. 156.
*2: Arredondo, Inés. Mariana. Material De Lectura UNAM. Ciudad de México, Distrito Federal: Dirección de literatura de la UNAM, 2008, p. 14.