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Gilberto Aceves Navarro

Gilberto Aceves Navarro

1931 - 2019

Exposición

-> 4 feb 2020 – 19 sep 2020

Galería Hilario Galguera

La Galería Hilario Galguera, tiene el honor de presentar la exposición 1931 - 2019, homenaje a Gilberto Aceves Navarro.

Antes de su muerte, Aceves Navarro estaba trabajado en una serie sobre la crucifixión como una reinterpretación del Altar de Issenheim de Mattias Grünewald, comisionada por Hilario Galguera. Aunque esta serie formará parte del corazón de la exhibición, también se mostrará la diversidad, fuerza y poder de su trabajo con otras obras realizadas a lo largo de su prolífica carrera. Gilberto Aceves Navarro, un pintor fundamental, maestro de generaciones de artistas, olvidado por la crítica y sobre todo por las instituciones culturales, dejó un extraordinario, profundo legado intelectual para el misterio y práctica de la pintura.

–– Galería Hilario Galguera

El misterio vivo: Gilberto Aceves Navarro

“Prenden fuegos untuosos en las casas, en los recintos escarbados. Ungen con esencias sus cuerpos tibios. Que los senderos enciendan en la noche los rastros.” Coral Bracho

Uno se pregunta qué le depara el destino a un país que se va quedando huérfano de aquellos creadores que entendieron el arte como un don poético pero, sobre todo, como un vehículo de transformación social mediante el efecto fenomenológico de la obra y la posibilidad de educar en la conmoción y la empatía, que subyacen a la epistemología del acto estético. Eso fue Gilberto Aceves Navarro, un disidente eterno: expulsado de la Esmeralda, afiliado a la Ruptura que tirara por tierra el nacionalismo a ultranza convertido en discurso oficial y sucumbiera a los intereses de los poderes en construcción; artista galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2003, y con una retrospectiva en Bellas Artes de 2009, para luego caer poco a poco en el olvido de las instituciones, las curadurías y el revisionismo académico acomodaticio y frecuentemente hecho de mentiras. Una amnesia que, por lo tanto, lejos de poner en tela de juicio el peso específico de Aceves Navarro, obliga al examen de conciencia de la supuesta intelectualidad mexicana: ¿es posible que un creador que además de capturar con su obra el imaginario de un México en transición, transformación, crisis y pena, fuera portador de un mensaje de intercambio cultural e intelectual a nivel internacional y educara a puñados de jóvenes artistas en la honestidad del trazo y la necesidad del país de creadores éticos, comprometidos, desapegados del oropel y la mentira, pase de largo en su partida?

Hace poco el pintor Daniel Lezama, uno de los pocos creadores que quedan tocados y afectados por la gravedad del país y la riqueza astral de sus narrativas, decía en una conversación que no se veía otro Aceves Navarro en el horizonte, porque el que hubo era el único Aceves Navarro posible. Así lo creemos algunos. Mónada que contuvo en sí misma un peculiar entendimiento del mundo junto a una obra precisa en atinar al centro de la diana del dolor y la incomodidad, congruente en conducir su existencia como creador disruptivo: la ruptura en él no lo era por filiación, sino por un proceso interior disparado hacia la exterioridad limítrofe con el ojo del espectador. La monumentalidad de sus piezas, sobre todo en la recta final de su trayectoria, optaba por la dialéctica de la plasticidad que pudiera atrapar el pesar humano, la agonía y la más honda intimidad, desde la desorganización de los cuerpos como magmas cromáticos que contienen la materia esencial de un imaginario que, en su pertinencia histórica, se vuelve atemporal, polisémico, ambidiestro.

Bajo la diversidad de técnicas y estrategias creativas, que van de la trascendencia fundamental del dibujo, hasta la multiplicidad de posibilidades del grabado, pasando por la legitimidad histórica del caballete, el impacto dimensional del mural y la proximidad espacial de la escultura o el modelado, la obra de Aceves Navarro es habitada por la homogeneidad ontoespacial de la existencia humana, sobrecogida por el pathos de quien se percata de la dificultad que implica estar siendo en un universo, por decir lo menos, convulso. La plasticidad y la materia se volvieron, entonces, los vehículos infalibles, no pocas veces incómodos, de comunicación sensorial. Fue ahí donde la solución pictórica o escultórica, tomó el papel del pensamiento ontológico y acometió la pregunta trascendental sobre la existencia, más allá de naciones o historias: se trata de obras que reflejan, en un juego de espejos múltiples, la mente del individuo moderno que se encuentra, necesariamente, siendo el otro, al hallarse violentado en su esencia por el conflicto con una sociedad que ha dejado de ser ciudadanía, para arrojar al ser humano a la desolación, la enfermedad, el vértigo constante, el deseo irrefrenable y la inminencia de su mortalidad. Horrorizado ante la normalidazación del caos, su humanidad le exigió responder, desde el arte, con la intranquilidad de una mente luminosa que le condujo hacia una práctica consagrada a la poesía del acto estético.

–– Melisa Arzate Amaro