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Iván Trueta

Iván Trueta

Diablo de polvo

Desde hace poco más de cuatro años Iván Trueta (Ciudad de México, 1977) ha visitado las casas que fueron habitadas por su familia en México, tras salir de España en la era franquista. Estas visitas son una suerte de investigación antropológica para acudir a espacios en los que una historia personal y política ha sucedido, y en cierto sentido, aún sucede.

De esta investigación deviene la serie Cronologías Negras, un proyecto en dibujo que recoge detalles de estas casas: objetos, cacarizas en paredes y pisos, la iluminación interior y la constitución de sus caras externas. Las imágenes recuerdan a la toma de un registro mental minucioso, o a la imagen que queda grabada en las pupilas de un muerto. Stills de una película que se deteriora y se atrofia con el tiempo. Las escenas -y lo digo así para cambiar la palabra “toma” y evocar algo que es activo- quedan plasmadas en tonalidades de gris y negrura, sumergidas en veladuras cuya nebulosidad es un llamamiento a la memoria y el recuerdo. Porque la memoria, sobre todo aquella que se cifra en las oscuridades o el encandilamiento del deseo humanos, es una nube que afecta la mirada, la perspectiva de las cosas, la vida y la agencia de los objetos y las edificaciones.

Diablo de polvo reúne algunas de las obras que Trueta ha desarrollado como parte de este trabajo reciente, pero con una lectura que se detiene en los muros, en la arquitectura, en los accidentes que quedan en ellas como vestigio y huella de la acción y la intervención de alguien, de un movimiento. Aunque en la serie se proyectan mobiliario y artefactos que citan personas, esta muestra se retrae sobre las paredes como el reconocimiento de un lenguaje que trasciende hasta los muros de las salas de exhibición, de los circuitos museísticos, porque lo que está detrás es lo que se articula en lo invisible, lo que es susceptible al borramiento, como el pasado, la historia, la falla.

Salvo la imagen de un cenicero y la de un dedal, porque son objetos que refieren a lo que tiene contacto con la carne cruda y el interior del organismo -humo, un dedo- la obra en DIABLO DE POLVO está desprovista de evocaciones al cuerpo, porque la materialidad de la obra en sí misma lo relata, y es el cuerpo del artista. Las escenas no solo puntualizan al paso del tiempo y su relación con la memoria, sino que están construidas en una temporalidad y performatividad del artista, en los que su propio tránsito queda detenido en la huella del grafito sobre un lienzo o un pliego. En el residuo y el error del carbón. También está desplazamiento del público, que con su paso termina por concretar un dibujo, que esparce y desvanece una planta arquitectónica. La presencia que se activa y que queda manifiesta es el cuerpo del artista, de la visitante; los cuerpos presentes del aquí y el ahora.

Diablo de polvo es un llamamiento a la memoria, que como tolvanera se forma y pulveriza, se aclara y se oscurece, para que la atravesemos en ceguera o intuición. Tras el sobresalto, con suerte veremos más allá de lo que está detrás.

— Lorena Peña Brito, curadora.