Una casona se llena de mar, entrevista a Allan Villavicencio sobre los murales Transcapes
por Fabiola Talavera
En Academia 14
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Iba tarde, el tráfico no avanzaba. Había sido muy mala idea tratar de llegar en coche, en sábado, al Centro Histórico de la Ciudad de México. El mismo semáforo pasaba de rojo a verde continuamente. Me bajé del automóvil. Apresurada, caminé en medio de la calle, entre los puestos del mercado de fin de semana. Pronto llegué a mi destino, el número 14 de la calle Academia, con su fachada colonial del siglo XVII.
En la entrada vi una tienda de chucherías, dudé si era ahí, me acerqué al señor del puesto y le dije: “vengo con Allan”. El señor levantó una cortina de plástico y me indicó por dónde ir. Dentro, me encontré con un patio grisáceo y unas enormes escaleras centrales que llevan a un gran cuarto. Ahí, el artista Allan Villavicencio, desde hace unas semanas, pinta murales al fresco como parte de Transcapes, organizado por la Galería Karen Huber.
Sobre la técnica, Allan me detalla el largo proceso que conlleva: primero se hace un boceto pensando que se va hacer a gran escala, se traza una sinopia a muro que delimita dónde van a estar los elementos, se mezcla cal y agua, la argamasa blanca se aplica por secciones, se marcan incisiones de los trazos con una calca y, antes de que seque, en un lapso de alrededor de ocho horas, se pintan los muros con una mezcla de agua y pigmento.
Hasta ahora, Allan ha trabajado mayormente en lienzos con óleo o acrílico, esto me lleva a preguntarle sobre la manera en que la técnica del fresco afecta su más reciente producción:
Pienso mucho en la configuración de una imagen a partir de sus fronteras. El fresco me permitió generar montajes por partes, ad hoc con el collage. Empecé a hacer cosas fragmentadas, no cubriendo todas las zonas del fresco, sino como en un lienzo: cuando dejas el lienzo crudo para que la tela se vea. Voy a jugar así un poco, poniendo rastros para resaltar el proceso que va desde el fondo hasta el frente.
Allan Villavicencio en Academia 14, enero 2020. Foto: Antonio Ponce
A diferencia del lienzo, el fresco requiere mucha más planeación. Si algo queda mal, la argamasa se tiene que retirar completamente e iniciar el proceso de nuevo. Poco a poco, se van acumulando huellas o costras que evidencian el recorrido de prueba y error.
No es la primera vez que Allan trabaja con elementos cercanos al collage. El artista comenta que fragmentos de lo urbano le han ayudado a configurar un vocabulario visual en su obra:
Trabajé mucho sobre la idea del obstáculo visual, en los anuncios, en paredes que usan para pegar anuncios y que se van arrancado. Empecé a encontrar ahí elementos formales para poder reconfigurar un mundo roto, rasgado, agujerado […] En algún momento estos elementos visuales callejeros eran componentes visuales, ahora se volvieron herramientas metodológicas.
Otro referente importante para el artista fue una exposición de piezas de huicholes en donde aprendió el modo en que utilizan los colores para potenciar su uso simbólico. El color es muy importante en su obra, ha logrado consolidar una paleta que lo distingue como artista, los colores fosforescentes hacen presencia sin ser estridentes.
Por otro lado, las formas que aparecen en el mural, no buscan generar una narrativa específica, sino evocar un sentido animista, derivado del dinamismo y la simbología. Sin embargo, estos elementos están en una constante transformación, responden al proceso mismo de pintar. Una cosa puede ser un hoyo en un momento y una hoja en otro.
En el mural se pueden distinguir representaciones del mar y el cielo en una composición que obedece a una lógica y a una gravedad propias. También vemos estrellas y animales marinos con colores tóxicos. Los elementos marítimos no son ajenos al trabajo de Allan, sin embargo, en este fresco se potencian por el medio acuoso que el fresco demanda y por los colores que utiliza. El artista cuenta que una dificultad del fresco es la gama limitada de pigmentos disponibles. Tuvo que investigar sobre diferentes colores resistentes a la cal y encontró algunos chillantes turquesas, amarillos y naranjas, muchos de ellos comprados en el extranjero.
Allan Villavicencio, Transcapes (detalle), murales al fresco, Academia 14, 2020. Foto: Joséphine Dorr
Además de la composición y el color, a Villavicencio le interesa la vida del material al largo plazo. Al mezclarse con agua, ciertos pigmentos resultan más resistentes a la cal que otros; algunos de ellos van a desaparecer, otros se van a ir apagando. “Debido al peso tan grande que tiene la técnica, me parecía importante hablar de la desaparición de la imagen misma o de partes de ella. Quise evidenciar esta cuestión transitoria del pigmento, del color, su desaparición y su retoque”, enfatiza. Pensando en la conservación del mural, Allan propone una serie de instrucciones que deben seguirse si es necesario retocarlo.
Finalmente, al pensar en murales es inevitable no hacer referencia a la historia de la pintura mexicana. Dicho marco contextual llevó a Allan a estudiar el uso los colores en el muralismo. Esta reflexión se acentúa debido al espacio en donde se sitúa el mural: a unos pasos de ahí está el Antiguo Colegio de San Ildefonso, lugar que vio nacer al muralismo. Sin embargo, lo que Allan está haciendo en este antiguo edificio busca desmarcarse de la tradición, aquello que plasma en la obra y la forma en la que lo hace no podría corresponder más que al contexto actual de la Ciudad de México: al que pertenece.
Álvaro Castillo y Antonio Ponce en Academia 14, febrero 2020. Foto: Joséphine Dorr
Saliendo de este inmueble, la energía del caótico mercadeo me impacta de nuevo. Las vías son inundadas por la luz del sol filtrada a través de los vibrantes colores de las carpas. Los músicos no cesan de tocar sus melancólicas baladas. Un recorrido que Allan realiza todos los días en su camino a trabajar en estos murales.