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Para abrir las heridas de América Latina | Adriana Varejão. Otros cuerpos detrás

Reseña

Para abrir las heridas de América Latina | Adriana Varejão. Otros cuerpos detrás

por Ricardo Quiroga

En el Museo Tamayo Arte Contemporáneo

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6 min

En la carne: así es como ha permeado el colonialismo en nuestra identidad latinoamericana. Su presencia es innegable, basta con echar un vistazo a nuestro arte, a nuestra arquitectura y a sus mosaicos; a nuestros colores de piel y, con ellos, a nuestro racismo. Por tres décadas, Adriana Varejão (Río de Janeiro, 1964) ha trabajado con dichos problemas, los cuales podemos observar en su materialización artística en la exposición Otros cuerpos detrás, la cual se presenta en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo hasta el próximo 5 de enero.

¡Cuánto nos ha costado la búsqueda por la reivindicación de nuestra identidad! Detrás hay historias de opresores y oprimidos, regidas por la cantidad de melanina en la piel; han costado sangre e incuantificables pérdidas humanas. Eso argumenta el trabajo de la brasileña, de la manera más visceral.

Con una veintena de obras expuestas en el Tamayo, se distinguen cuatro momentos en la trayectoria creativa de Varejão, entrecruzados pero congruentes, sobre el tratamiento del conflicto de la identidad latinoamericana: uno, el figurativismo temprano, el de los años noventa; dos, las ruinas arquitectónicas, ejecutadas en su mayoría durante la transición al siglo XXI; tres, los cuadros al óleo de azulejos lacerados o agrietados, que han sido una constante en su obra; por último, la serie Polvo (Pulpo), con la que Varejão, en los últimos tres años, ha dado un paso de lo interpretativo a lo propositivo. Todos ellos con una base técnica: el óleo.

El tríptico Testemunhas oculares X, Y e Z (Testigos oculares X, Y y Z, 1997) es prueba de esos primeros años de figurativismo pictórico en los que la artista ensayó el problema de la segregación racial a partir de la pintura barroca de castas que se realizó en las primeras décadas de la colonia, en gran parte del continente. En la pieza se observan tres mujeres de razas distintas, pintadas al óleo sobre tela: la de facciones orientales, la de origen africano y la de rasgos nativos americanos. A cada una se le ha cercenado un ojo y se lo ha traído a la tridimensionalidad: tres esculturas pequeñas de sus globos oculares al pie de cada óleo, con imágenes pintadas en miniatura sobre la superficie ocular. La artista ensaya con base en la optografía, una teoría científica que proliferó a finales del siglo XIX; la propuesta trae consigo una figuración: la retina humana conserva la última imagen que la persona registra un instante antes de su muerte.

Vista de instalación, Adriana Varejão, Otros cuerpos detrás, Museo Tamayo, 2019. Cortesía del Museo Tamayo
Vista de instalación, Adriana Varejão, Otros cuerpos detrás, Museo Tamayo, 2019. Cortesía del Museo Tamayo

El óleo sobre tela Figura de convite I (Figura de invitación, 1997) luce fulgurante a la distancia: una mujer semidesnuda de contornos índigo es el centro de la obra de gran formato; Varejão ha decorado su cuerpo con motivos florales. La mujer extiende su mano derecha como haciendo una invitación para que el espectador se coloque desde su perspectiva. Esta pieza retoma la tradición portuguesa barroca (durante el siglo XVIII) de la decoración de azulejos con figuras humanas al interior de los palacetes o de las casas de la nobleza portuguesa o brasileña. Las ilustraciones solían dar la bienvenida al visitante y, con gestos pictóricos como el de la mujer de la obra, ocasionalmente indicaban el camino hacia las áreas principales de las casas.

Conforme el visitante se va acercando, algunos detalles inquietantes comienzan a saltar a la vista. Detrás de la mujer, asomándose entre los balaustres barrocos que decoran la pintura, se observan grupos de adultos y niños poniendo extremidades humanas sobre la hoguera y devorándolas. Son evocaciones de las ilustraciones que el grabador flamenco Theodore de Bry realizó (sin conocimiento de causa y de manera exotizante) sobre los rituales antropofágicos que se practicaban en el Nuevo Mundo y que De Bry elucubraba a partir de los relatos de aquellos viajeros y misioneros que regresaban a Europa.

Justo frente a esa Figura de convite, reposa una pieza de la serie Ruinas arquitectónicas, mismas que habitan toda la exposición. Son retazos sobrevivientes de construcciones que una vez pudieron haber sido parte de edificios gallardos del barroco portugués o del modernismo brasileño. Entre esas ruinas de muros o esquinas de casas, donde debería haber concreto -debajo de los azulejos- hay vísceras humanas, magmas de carne mutilada, restos de algo que parece haber estado vivo y que es lo que aparentemente ha mantenido unidas a las construcciones evocadas en la exposición. La ficha de sala explica que son la literalización absoluta de cómo detrás del arte barroco y de la cultura poscolonial en América Latina ha habido cuerpos lacerados.

Vista de instalación, Adriana Varejão, Otros cuerpos detrás, Museo Tamayo, 2019. Cortesía del Museo Tamayo
Vista de instalación, Adriana Varejão, Otros cuerpos detrás, Museo Tamayo, 2019. Cortesía del Museo Tamayo

Como si fueran continuaciones de las Ruinas arquitectónicas, la artista ha decorado la sala con óleos magníficos, reproducciones de azulejos barrocos que ha documentado en iglesias y edificios históricos en Brasil y Portugal. Estas reproducciones al óleo tienen patrones decorativos perfectamente ejecutados, presumen minuciosidad y delicadeza en el trabajo. Sin embargo, después de haberlos terminado, la creadora los ha desgarrado violentamente. De esos desgarros ha hecho emanar poluciones orgánicas, sangrantes, que abruman el esplendor del mosaico decorativo.

Con las heridas reiteradas sobre la obra pictórica y las ruinas, a lo largo de los años, la artista brasileña ha mantenido el foco sobre la violencia física e ideológica del colonialismo en América Latina. Las obras son la representación de los cuerpos humanos heridos detrás del esplendor artístico y arquitectónico del continente.

En los últimos años, Varejão ha situado su interés en los condicionamientos del pigmento de la piel. Con base en una encuesta realizada por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística en 1976, donde los brasileños dieron 136 distintas descripciones sobre las variaciones étnicas en su país, la artista realizó un trabajo en el que tomó 33 de ellas y las reprodujo en 33 tubos de óleo en distintos tonos, según los tipos de piel descritos. Los tituló en congruencia con las descripciones de la encuesta: “Morenão” (moreno) “Pouco clara” (poco clara), “Branquinha” (blanca), “Café com leite” (café con leche), por mencionar un puñado.

Adriana Varejão se define latinoamericana. "No hay un territorio aparte entre Brasil y América Latina", explicó durante la presentación de su muestra en el Museo Tamayo. Ha defendido que somos producto del mismo proceso histórico de subordinación, mestizaje y sublevación. Su obra resulta familiar, es parte del mismo discurso de identidad: los mismos muros y sus artes decorativas sobre las calles, los mismos tonos de piel que las habitan.

Publicado el 31 octubre 2019