Terror millenial. Ragnar Kjartansson en Museo Tamayo
por Sandra Sánchez
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Primera repetición: ¿Cuál es la distancia entre el arte y la vida?
Cada respuesta evidencia la metafísica en la que ambas variables se sostienen.
Mi apuesta se acerca a Boris Groys, filósofo que escribe en “Política de la instalación” que el artista es soberano frente a su producción, es decir, legisla sobre su arte ¿Nosotros, fuera del arte, cómo sostenemos nuestra soberanía? ¿Cómo nos situamos frente a la ley y lo político cuando no producimos desde la soledad de nuestros estudios sino en medio de sensaciones, percepciones y posturas diferenciadas?
En el trabajo de Ragnar Kjartansson (Reikiavik, 1976) la vida puede confundirse momentáneamente con el arte. El Museo Tamayo presenta su exposición individual Las cosas que ves al momento de caer el telón, curada por José Luis Blondet y Lena Solà Nogué.
La ilusión es fantástica. La sala de exposición, abierta y plena, tiene diez espacios interconectados entre sí, cada uno con un sillón hermoso, alfombra, botellas de cerveza, cigarrillos y una libreta con una canción que es interpretada al unísono por diez músicos que tocan la guitarra y cantan a capela, cada cual sentado en su lugar o deambulando cerca de él. En medio de la sala, una pantalla proyecta en colores pastel un fragmento que se repite en loop de la película Historia de un crimen (1977) de Reynir Oddsson en la que una ama de casa tiene fantasías sexuales con un plomero.
El performance delegado se titula Tómame aquí sobre el lavaplatos: memorial para un matrimonio (2011-2016). Al entrar, la sensación es como estar en una fiesta bella, pero relajada. Xavier Dolan, Yorgos Lanthimos, Matías Piñeiro, Sofía Coppola… Una estética millenial donde se cuida cada elemento del montaje para adecuarse al ensamblaje bohemio-chic.
Sin embargo, la escena comienza a ser sospechosa cuando la canción —que repite el diálogo entre los actores, quienes son los padres del artista— se repite una y otra vez, como si el tiempo no avanzara. La luz cálida, la armonía del evento y el cuidado en el diseño comienzan a contrastar con otros detalles como el rostro de los músicos y de la policía que cuida la sala: se ven cansados.
Nos dice la filosofía postestructuralista que toda repetición conlleva, en su despliegue, una diferencia. Hay elementos que insisten, que reaparecen, pero el modo en que los percibimos va cambiando. Algo que se repite, se repite y se repite termina por desgastarse, por generar apatía, hartazgo o incluso terror.
Ragnar Kjartansson, ‘Las cosas que ves al momento de caer el telón’, Museo Tamayo, 2023. Foto por Gerardo Landa y Eduardo López (GLR Estudio). Imagen cortesía del Museo Tamayo.
Aunque los músicos toman otra cerveza, se paran o se vuelven a sentar, no pueden retirarse de la escena. Esta imposibilidad la leo como el momento crítico de la pieza, la cual monta un evento que sentimos estéticamente cercano para develar su artificialidad. ¿En qué radica el fantasma que atraviesa la performance? En no poder escapar a la escenificación misma, en tener que generar una imagen y cuidarla para que se mantenga constante. Tanto en las redes sociales como en las diversas identificaciones que generamos insistimos en sostener la escena pese al cansancio, al hartazgo y a la pérdida de asombro que toda repetición conlleva.
Ragnar Kjartansson, ‘Las cosas que ves al momento de caer el telón’, Museo Tamayo, 2023. Foto por Gerardo Landa y Eduardo López (GLR Estudio). Imagen cortesía del Museo Tamayo.
Frente al tiempo de la performance, en el que los cuerpos se cansan, sudan y se arriesgan a los ánimos de lxs espectadores, tenemos el tiempo del la imagen-movimiento. Los visitantes (2012) es una videoinstalación a nueve canales, que dura poco más de una hora; en ella, amigxs —músicos— del artista se reúnen en una casona del siglo XIX ubicada en Rokeby Farm, en el estado de Nueva York. Cada persona ocupa un cuarto de la hermosa casa (también “Pinterest boho-chic”) e interpreta con un instrumento distinto y voz la letra de una canción basada en un poema de Ásdís Sif Gunnarsdóttir:
Una rosa rosada, en la escarcha brillante, un corazón de diamante y el
fuego rojo naranja
Una vez más caigo en mis maneras femeninas
Tú proteges al mundo de mí, como si yo fuera la única cruel, me has llevado al amargo final.
Una vez más caigo en mis maneras femeninas.
Hay estrellas explotando y no hay nada que puedas hacer.
La pequeña canción se repite una y otra vez. El sonido va sufriendo variaciones a partir del movimiento de los visitantes en el espacio: si estás más cerca del video donde se toca la guitarra, esta tendrá más presencia. El día que visité la muestra, más que caminar, las personas nos sentamos en el suelo, como si estuviéramos en un picnic, viendo las bellas imágenes y las puestas en escena como si de un paisaje se tratara. La música cálida causaba placer. A diferencia de Tómame aquí sobre el lavaplatos…, en Los visitantes sí hay un final: todos los intérpretes abandonan su cuarto para encontrarse en una escena y caminar juntos fuera de la casa hasta perderse en los verdes de un horizonte pastoril. Resonancias de la utopía, tan moderna.
La tensión entre estas dos piezas permite vislumbrar que el idilio bohemio puede sostenerse sólo como imagen-movimiento, la cual se somete a un momento de postproducción donde el cansancio no aparece, donde un final feliz es posible y donde la repetición lleva a una armonía sostenida: ininterrumpida.
Si bien, tiene su chiste —y su condición de clase— que el ideal del yo se base en salidas con amigos donde la imaginación compartida genere momentos casi utópicos, el hecho de que ese ideal busque sostenerse todo el tiempo, a toda costa, en el día a día, es francamente terrorífico. De ahí la diferencia entre la sensación que genera la performance (donde la belleza va diluyéndose en angustia) y la que produce la videoinstalación (donde es posible una conclusión, una partida, un final).
Ragnar Kjartansson, ‘Las cosas que ves al momento de caer el telón’, Museo Tamayo, 2023. Foto por Gerardo Landa y Eduardo López (GLR Estudio). Imagen cortesía del Museo Tamayo.
En la muestra hay otras piezas donde la repetición también aparece, no como una figura retórica, sino como una estrategia de desgaste donde lo nítido y bien definido va perdiendo sentido hasta develar que lo ineludible tanto en el arte como en la vida es el montaje.
La exposición puede visitarse hasta el 03 de marzo en el Tamayo.