Sutiles y remotos planes. Sobre el dibujo y Diego Gamaliel
por Carlos Iván Ramírez
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El dibujo es el corazón y el vientre de la pintura, digo yo que dice Drieu la Rochelle, que dice Dirk Raspe, que dice van Gogh... O: van Gogh dijo, aunque no lo dijo, pero en sus dibujos se veía que eso era lo que decía, que el dibujo es el corazón y el vientre de la pintura, y Pierre Drieu la Rochelle hizo que su personaje Dirk Raspe (también) lo dijera, en un libro que se llama Memorias de Dirk Raspe (Dirk Raspe, para que no haya malentendidos, es van Gogh), y ahora yo lo digo: el dibujo es el corazón y el vientre de la pintura. Y, curiosamente, pocas páginas después (seis) se dice (¿Quién dice? Todos esos: Dirk Raspe, yo, van Gogh, Drieu la Rochelle): “la pereza es algo maravilloso, incluso cuando va unida a la tontería, a la cobardía, a la ausencia de placer interior, al rencor (etc, etc). Hay que estar loco, hay que acatar planes prodigiosamente remotos y sutiles para saludar a la pereza, cualquiera que sea.” La pereza es parte de un plan remoto, y los dibujos forman parte de él. La pereza es el plan de Diego Gamaliel, no, mal: Diego Gamaliel es el plan de la pereza, y esta lo pone a dibujar para realizarlo. Es un plan sutil, es un plan remoto, y crea formas que no parecen ser de este mundo, pero algo tienen que ver, un poco como los sueños, que no parecen ser de este mundo (aunque de una forma distinta, emocional y lógicamente distinta), y sin embargo, algo tienen que ver (con este mundo). Pero quizá no sea eso, quizá, más bien, sea como cuando uno está tratando de entender otro idioma y se dice (a sí mismo, y en su propio idioma) que tal palabra (del idioma incomprensible) se parece a tal otra (del idioma comprensible), aunque el significado sea muy distinto, en nada relacionado, ante lo cual nuestro cerebro (aturdido -lógicamente y como era de esperar, pues ya lo conocemos- más de lo habitual) se pone a hacer arbitrarias asociaciones, y esto, si atamos un par de cabos, es como se crea cualquier idioma, es decir, haciendo arbitrarias asociaciones, lo cual significa que tratar de entender un nuevo idioma representa (para nuestro invariablemente aturdido cerebro) crear un tercer idioma, a medio camino entre el que conocemos y el que no entendemos, construido con arbitrarias asociaciones (que nuestro cerebro se las arregla para obtener de sus más recónditos rincones: el apodo del perro del vecino, la marca de un refresco, el nombre de alguien en Twitter...). Aunque, claro está, después ese idioma es desechado, relegado al olvido, como la mayoría de las creaciones de nuestro cerebro. Pues bien, acá algo así pasa, vemos los dibujos de Diego Gamaliel y pensamos que en algo nos recuerdan a otras formas (de esa famosa realidad) pero, al mismo tiempo, el recuerdo no es lo suficientemente preciso, y nos quedamos en una especie de medio camino, porque lo que está pasando es que estamos ante un nuevo idioma, un idioma en el que por medio del dibujo, corazón y vientre de la pintura, se nos habla (intuimos, oscuramente) acerca de los sutiles y remotos planes de la pereza.
Vista de la exposición Caballo sin jinete, Diego Gamaliel, 2020. Cortesía del artistaVista de la exposición Caballo sin jinete, Diego Gamaliel, 2020. Cortesía del artista
La exposición de Diego Gamaliel Caballo Sin Jinete (Toribio Medina 124, Algarín, Cuauhtémoc, 06880) estará abierta hasta el 8 de octubre del 2020, agenda previamente tu cita aquí.
Carlos Iván Ramírez lleva la libreria Rinoceronte.