Sobre 'Painting and Pharma' de Enrique López Llamas
por Isabel Sonderéguer
En LLANO
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Hace unos meses, cuando [Transición fundido a blanco] seguía ocupando su espacio en el Carrillo Gil, Enrique López Llamas subió unas historias que insinuaban una relación entre el arte abstracto de la década de los cincuenta en Estados Unidos y el diseño de las cajas de pastillas psicofarmacológicas. Desde ese día —el 2 de marzo del 2022, para ser exactos— la intriga no ha desaparecido de mi cabeza. Comparto con el artista el deseo de entender a profundidad el vínculo, visualmente tan directo, entre estos dos fenómenos.
Quizás el interés se debe a haber crecido en una generación repleta de medicamentos para la salud mental. Más de una vez lo platicamos en el museo y nos dimos cuenta de que todxs conocemos a alguien que toma pastillas o nosotrxs mismxs las consumimos. Incluso hubo una vez que mi hermana fue a ver [Transición fundido a blanco] y se puso a llorar, mientras yo la miraba sorprendida, porque el medicamento que recubría la sala es el mismo que yo tomo.
Al igual que Enrique, esta curiosidad surge de una situación personal y afectiva, pero se expande para alcanzar problemáticas de mayor escala al interior de la historia del arte; si los dos fenómenos ocurrían al mismo tiempo, no parece completamente irracional pensar que exista alguna relación entre ambos. ¿Quizá las farmacéuticas utilizaban las obras de los artistas famosos del momento para legitimar sus medicamentos psiquiátricos?
El proyecto expuesto en LLANO se llama Painting and Pharma. Es un paso más en el proceso exploratorio que atraviesa López Llamas desde hace un par de años, en el cual ha tenido diversas aproximaciones al ámbito pictórico desde el pretexto del medicamento. La búsqueda inició cuando se encontró con una caja de medicina en el cuarto de su padre y no pudo evitar notar la similitud con las obras producidas por Ellsworth Kelly. Desde ese momento, inició una colección de empaques convencido de que si eliminaba la información textual que viene en ellos, podrían asemejarse a pinturas abstractas del siglo pasado.
Para la realización de esta exposición, caminó un par de pasos para atrás, no porque el relato familiar se hubiera agotado, sino porque le interesaba volcarse en una exploración en torno a la relación entre el diseño gráfico de las farmacéuticas y la producción pictórica estadounidense en los años cincuenta, teniendo en mente a personajes como Frank Stella, Sol Lewitt o Mark Rothko.
Investigando la historia de la industria farmacéutica, se dio cuenta de que las fechas en las que se lanzaron al mercado las medicinas psiquiátricas corresponden a la época de mayor exposición de los artistas abstractos en Estados Unidos. López Llamas aclara que él no ha podido encontrar ningún documento o dato duro que confirme una relación directa, sin embargo, esto parecería secundario, porque lo interesante es el ejercicio especulativo que realiza.
A partir de estos cruces, el artista fabrica microhistorias alrededor de las similitudes entre el diseño gráfico de los empaques y la escena artística de la época. En sala, Enrique y yo jugábamos: “Quizá uno de los directores de las farmacéuticas era coleccionista de arte”, “o justo fue al MoMA y vio la expo de Frank Stella y le pidió a su diseñador que se basara en eso”. A través de este ejercicio, López Llamas encuentra un nuevo camino, que es, al mismo tiempo, un regreso a la forma en la que ha operado su creación plástica: un espacio que permite el juego libre de la imaginación en torno a los mitos que atraviesan nuestro sistema cultural.
En las piezas de la exposición, utiliza a los máximos exponentes del color field painting, movimiento pictórico que ha marcado su educación artística desde que era estudiante. Algunas de las piezas reproducidas las vio en persona. El mecanismo de creación es relativamente sencillo: reproduce una obra realizada en el mismo año en el cual salió al mercado el medicamento cuyo nombre aparece en la pintura.
Thorazine - Mark Rothko, Enrique López Llamas. Cortesía del artista y LLANO (Ciudad de México).
En orden cronológico, el primer medicamento psiquiátrico lanzado al mercado es el Thorazine, un antipsicótico, en 1954, al igual que la pieza de Rothko que acompaña su nombre. La pieza de Marsilid replica un Ellsworth Kelly y retoma el nombre del primer antidepresivo. Se utilizó originalmente para tratar la tuberculosis, hasta que descubrieron que funcionaba para la depresión. López Llamas cuenta que existe incluso una fotografía que muestra a los tuberculosos bailando para demostrar la efectividad del medicamento.
Normalmente, muele el medicamento nombrado en la obra para combinarlo con el pigmento, utiliza esta mezcla para pintar. En el caso de Thorazine y Marsilid no pudo hacer eso, ya que ambos fueron sacados del mercado. No existía una regulación tan estricta y se dieron cuenta, posteriormente, que provocaban daño permanente en los riñones y los pacientes morían.
Librium - Morris Louis, Enrique López Llamas. Cortesía del artista y LLANO (Ciudad de México).
La pintura Librium, un ansiolítico, reproduce la obra de Morris Louis, quien realizaba drippings acuarelosos con los que se iba difuminando el color, ejercicio que López Llamas intenta replicar en su pintura. En este punto, la investigación parece tomar vida propia y postular nuevas conexiones entre el arte y los fármacos. El artista descubrió, una vez creada la obra, que uno de los efectos secundarios de ese medicamento es nublar la vista del paciente, un poco como el efecto de difuminado que tiene la pintura. Las ficciones agarran sus propios rumbos y crean nuevos cruces a través de casualidades y accidentes.
En la exposición se pueden ver también obras de Joseph Albers, Agnes Martin, Jules Olitski, Kenneth Noland y Sol Lewitt, cada una relacionada con un medicamento distinto. La muestra parece sugerir que se trata de los empaques reales –y si no supiéramos que no es el caso, bien podríamos creerlo al entrar a la sala—, pero López Llamas busca en realidad realizar un despliegue de las posibilidades formales del diseño gráfico, jugando con los campos de color, las líneas y las figuras geométricas que construyen volumen. Aunque al entrar a LLANO lo que vemos es un muestrario de formas, existe ahí también un juego con la ficción y sus posibilidades de creación de mundo.
Painting and Pharma, Enrique López Llamas. Cortesía del artista y LLANO (Ciudad de México). Foto: WhiteBalanceMX
Las obras no tienen una escala definida, el artista quería que las reproducciones no fueran del mismo tamaño que las pinturas originales, sino más pequeñas. Las obras de López Llamas se encuentran comprimidas, lo cual le permite entablar un diálogo con la idea del comprimido, como las pastillas.
El montaje se realizó haciendo un guiño a la forma en la que se expusieron las pinturas originales. El color de las paredes, las obras a la altura de los ojos y las bancas para sentarse replican el modelo del cubo blanco instaurado en el MoMA en esos años. Se crea una tensión entre la visibilidad del arte en los grandes museos internacionales y la secrecía de los medicamentos psiquiátricos. Al verse inserto en este formato de display, el medicamento queda sacralizado y confronta al espectador con el abandono social de los enfermos mentales. También se puede pensar en la mitificación de la locura en la historia del arte, es decir, el artista genio solía ser en general aquel que padecía algún sufrimiento del alma.
¿Cuál es la potencia del arte frente a una sociedad farmacodependiente? ¿Qué pasa con los pacientes abandonados, con los problemas de salud mental ocultos? El juego de texturas en las pinturas funciona como alegoría del tratamiento médico y del modo en el cual nuestra sociedad trata esas problemáticas. Cuando hay menos medicamento mezclado con el pigmento, la pintura se rompe, al igual que un paciente que no toma sus pastillas. Sin embargo, es necesario acercarse para ver las fracturas, escondidas para aquellas miradas que no quieren adentrarse más.
El ejercicio especulativo e imaginativo de López Llamas funciona como un juego de formas, colores, alegorías y mitos. Justo en la época en la que estos artistas exponían en los grandes museos se crearon enormes ficciones en torno a sus figuras. Finalmente, para cerrar, Enrique me cuenta que, una vez inaugurada la exposición, un espectador le dijo que parece que sí hubo un profesor de la Bauhaus que se fue a trabajar a las farmacéuticas. La teoría —casi conspirativa— que lleva construyendo a modo de detective en los últimos años, podría ser real.