Se ha interrumpido la digestión de la tierra. Sobre ‘HEDOR’ de Naomi Rincón Gallardo en Plataforma
por Paulina Ascencio Fuentes
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“Es que la tierra está caliente”, me dijo una señora durante el Festival del Hongo, un evento que se hace cada año en la plaza central de Cherán, Michoacán. Aunque lo dijo preocupada, no estaba precisamente sorprendida: “Ha llovido mucho, pero hizo mucho calor antes y las esporas no aguantaron”. Estamos a principios de ‘hongosto’ y la reproducción de la comunidad fungi es particularmente limitada. Esporádica, en más de un sentido.
A mí, sin embargo, sí me extrañó. Una ve historias de coloridos hongos resilientes contadas por Björk, con timelapses preciosos, y se entrega al sueño fungi. Hojeas los papers que rastrean las tan complejas y, al mismo tiempo, elementales lógicas del micelio y te enganchas con documentales sobre la omnipresente red subterránea que, imperceptible, sustenta la vida en la Tierra. Te lees las crónicas de primera mano de los viajes de psilocibina de los señores antropólogos o ves las aproximaciones verité que siguen experiencias místicas y sanadoras, y se te antojan. Qué decir de las narrativas de ciencia ficción donde al final los hongos, como el amor, siempre triunfan. Gustosamente jugamos a la naturaleza-máquina-organismo y pensamos en la autorregulación planetaria a través de metáforas biopolíticas. Nos damos al engaño por no alcanzar a distinguir entre convivencia, responsabilidad y servilismo. Tan lindos son los honguitos risueños con sus sombreritos moteados que hacen que olvidemos la hecatombe micológica.
Y luego está Dung Kinship (Filiación Abono) de Naomi Rincón Gallardo para recordarnos que los San Isidros son coprófilos –hongos enteógenos que crecen en la mierda de las vacas. La pieza audiovisual más reciente de la artista cuenta la historia de una mosca biker que cayó en la urdimbre de los traviesos San Isidros. En su alucín, la mosca queda atrapada en una bolita de estiércol empujada por un escarabajo pelotero que, cual infierno de Sísifo, la rueda para reintegrarla a la tierra.
Naomi Rincón Gallardo, Filiación abono, (Dung kinship), 2024. Documentación por Claudia López Terroso. Cortesía de la artista
La mosca biker llega a las entrañas del planeta y resulta que sí, la tierra está caliente. La mezcla entre lujuria y deseos de destrucción de Tlazoltéotl, deidad mexica de la suciedad y la fertilidad, activa los procesos digestivos del subsuelo. Pero el inframundo se parece más a un gimnasio–taller mecánico–bar de micheladas, que a un centro ceremonial: bicicletas fijas de modelos arcaicos, licuadoras/vasija con brebajes sospechosos, baile, luz y sonido. Así, testigo de la vital correspondencia entre inmundicia y nutrición, la mosca biker reconoce su lugar en el ecosistema: las moscas, ¡a (descomponer) la mierda!
Naomi Rincón Gallardo, Filiación abono, (Dung kinship), 2024. Documentación por Claudia López Terroso. Cortesía de la artista
Articulada en cuatro canciones, Dung Kinship (Filiación Abono) es parte historia de redención, parte fábula camp y parte llamado de justicia ecológica y social. Sin embargo, en lugar de ofrecer moraleja, las entidades más-que-humanas reflexionan críticamente sobre la filiación que los está aniquilando: la “máquina bulímica patriarcal”. Comisionado para la Bienal de Toronto de este año, y co-producido por KADIST, el video se expone en Guadalajara como parte de HEDOR, la segunda exposición del ciclo curado por Agustín Pérez Rubio en el recién inaugurado espacio Plataforma.
Enmarcada con lozas de cerámica que tienen un relieve de gusanos/dedos, la proyección de gran formato es la pieza central de la exposición. A los costados ronda un conjunto de esculturas de moscas de hierro, sus ojos y alas de vidrio de colores interrumpen la oscuridad de la sala. Anamascaparadaanlaparad… en diálogo directo con la protagonista del video, la biker iluminada.
Vista de la exposición ‘HEDOR’ de Naomi Rincón Gallardo en Plataforma, Guadalajara.
La última pieza de la exposición es una representación de Tlaltecuhtli. La escultura de barro y roca volcánica reposa inclinada sobre una cama de vidrios rotos y filosos, en la encrucijada entre defecar o dar a luz –o ambas. En su vientre, una pantalla muestra una coreografía de brazos desmembrados serpenteando. Una escultura de factura impecable. Sin embargo, tener ambas piezas de video en la misma sala complica la experiencia sonora. Bzzz bzzz, concierto de moscas y drones…