Querida Carolina. Una correspondencia alrededor de Clepsidra.
por Sandra Sánchez
Exposición en Daniela Elbahara
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5 min
11 de enero del 2022
Primero que nada, quiero agradecer tu hospitalidad. Te escribo porque el día en que visité tu exposición me dijiste que durante tu proceso de producción entablaste una correspondencia con amigxs. La idea me imantó en tanto anda lejos del viejo mito de la soledad al alto vacío en el taller. Estamos habitados todo el tiempo por voces y fantasmas. ¿Se puede escribir sin ser apelado? Creo que el hecho de que las cartas sean públicas –las imprimiste detrás de un hermoso póster, listo para llevarse a casa–, me incita a seguir la conversación, espero que no te moleste.
Olvidé el póster en otro lado, así que me meto a tu Instagram para buscar los rastros de esas conversaciones y en una leo sobre el título de la muestra: Clepsidra. La carta está dirigida a E, a quien le dices (supongo que eres tú la que le escribe) que la vida en la isla no es fácil porque hay máquinas que vigilan y se la pasan dando vueltas desde la playa, además, la clepsidra es bastante molesta, hay como 5 en la isla pero nadie las vio nunca.
Ante una correspondencia ajena, una guarda silencio, pero ese silencio está lleno de producción: de respuestas e imaginaciones compartidas. De pronto pienso que en mi casa también hay una clepsidra, aunque un tanto involuntaria: digamos que la gotera de mi regadera también marca el tiempo. La escucho a través de la molestia que le produce a mi gato, Baruch Allegro. En tu muestra la oigo aparecer en la máquina sonora que hace vibrar arenas y entidades provenientes del mar, así como en el tic-tac de los relojes montados sobre pinturas de hermosas vasijas de cristal desparramado en distintas formas antes de solidificarse. Ellas contienen al agua y también a la flor. Sin duda, el tiempo es acuoso.
Clepsidra, Carolina Fusilier, Daniela Elbahara. Foto: Hugo Robledo
Me emociona que literalmente las pinturas te invitan a ver la repetición de un tiempo no convencional sobre una imagen. Tal vez el mundo es una enorme clepsidra con sus rizomas porque simplemente sin agua no hay vida. Y el agua nunca es sin sus ritmos. Te confieso que el arte me sigue fascinando porque es como una droga que se introduce en el cuerpo para conducirte a lo insospechado. Tic, tac, tic, tac.
Clepsidra, Carolina Fusilier, Daniela Elbahara. Foto: cortesía de la artista
Miro la libreta de notas que llevé ese día. Ahí me pregunté: “¿Qué lugar es este?, ¿a qué huele aquí?, ¿hace frío o calor?”. Estamos en un sitio concreto: reconocemos el mar de fondo, hojas de calendario, máquinas, una cama, cables, un vaso con agua, una planta seca. A la vez es enigmático e indefinible, aunque reconocible: imposible tantearlo con un código postal, sin embargo, hay una relación que podemos localizar: la ciencia ficción. Pienso en la complicidad entre los dos puntos y la gota de agua que permite al tiempo pasar. Me dices que has trabajado la ciencia ficción desde hace mucho, pero que no te interesa imaginar un futuro consecuencia de un pasado dado.
En mi visita, también recogí una frase tuya: el océano toma todo. Miro las grandes pinturas de la primera sala. Óleos: claroscuros y brillos blancos que insinúan vida. No hay cuerpxs, pero lxs intuimos por las marcas que dejan a su paso: sobre las sábanas, en la luz prendida de un ipad, un kindle o algo parecido. En la forma de la ventana, hecha por un ojo que quiere asomarse y ver el mar. Alguien estuvo aquí hace poco y, por sus rastros, sabemos que le gusta mirar.
El océano toma todo. En algún momento de nuestra conversación, me hablaste de un adentro y un afuera, marcado por la arquitectura que detiene al viento y al mar. En mi libreta apunté que más que una división tajante entre aquí y allá, lo que sentía era la presencia, mediante la pintura, de umbrales. Sitios donde sabes que la materialidad está hecha para transportarte a otro lugar, del cual puedes o no volver. Umbrales dispuestos para emprender un viaje.
Clepsidra, Carolina Fusilier, Daniela Elbahara, 2022. Foto: Hugo Robledo
Sin embargo, pasados los tiempos y escribiendo tu frase en esta carta pienso que no hay adentro-y-afuera porque el océano toma todo. Entonces, creo que lo que nos ofreces es la vivencia misma del ir y venir del mar, que nunca es pendular y que contiene tanto a lo vivo como a lo muerto, tanto a la historia como a lo indecible. Este lugar es imposible de definir porque concierne a una experiencia fuera del lenguaje, aunque esto no impide que se acuda a él para enumerar sus objetos y sus coordenadas. Carolina, ¿estamos ante el estado de ánimo (ánima) del mar?, ¿será que las clepsidras, en su tac-tac, colapsan la relación necesaria entre presente, pasado y futuro?
Te he de confesar que lo primero que pensé cuando vi los lienzos iluminados de rojo y azul fue en la luz de una patrulla sobre el espacio. Ya no sé si me confirmaste esta información. Tiene sentido que acechen tan de cerca porque a la ley no le gusta lo inestable, las Líneas de fuga, los tiempos otros, las imaginaciones compartidas. Me entusiasma que estas pinturas frustren la ley, que la vuelvan paranoica ante algo que jamás podrá tener ni en sus manos ni en sus ojos: el vitalismo de lo inefable.