Piel de lámina: Alma Allen en el Museo Anahuacalli
por Mariana Paniagua
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Como los antiguos olmecas, sé que la Tierra es una serpiente enroscada. Cuarenta años me ha tomado entrar en la Serpiente, reconocer que tengo un cuerpo y asumir el cuerpo animal, el alma animal. — Gloria Anzaldúa
La muestra Nunca Solodel escultor Alma Allen consta de veinticinco piezas de bronce y una de piedra. Los cuerpos metálicos, que oscilan entre la mediana y gran escala, dan la sensación de haber habitado el recinto de piedra volcánica incluso antes de su construcción.
Piel reflectante
Las esculturas de Allen visten una piel temporal, cambiante, que refleja lo que las rodea condicionando su forma de existencia en la cueva que es el museo.
Piel transparente que es todas las cosas.
Las esculturas aparecen en cuanto está lo que las rodea. El peso de su cuerpo las ancla y su piel patinada las proyecta hacia afuera conforme reflejan y cambian con la luz. Esta relación de fuerzas se nota en tensión al interior de las esculturas, tanto en su figura simbólica como en su forma.
En la planta baja, en un pasillo iluminado de ámbar, aparece una silueta antropomorfa, de casi un metro y veinte de alto:
La presencia es una figura derretida
su estructura ha metabolizado
cada capa de luz que la ha bañado a las cinco de la tarde,
y se han sedimentado,
estas ahora conforman su cuerpo reflectante:
luz atesorada en la humedad de la piedra oscura,
recuerdo aletargado de la tarde anterior
y la anterior.
Vista de instalación de la exposición de Alma Allen, Nunca Solo, Museo Anahuacalli. Foto: Diego Flores
Por la cualidad de reflejar lo que las rodea, las piezas visten una superficie brillante en la luz y gris en la sombra, piedra holográfica, fantasma de roca proyectado encima de las esculturas. El espacio está siempre fungiendo como piel de estos cuerpos que recorren el límite entre una cosa y otra: entre caracol y falo, entre buey y deidad salida de impresora 3D, entre médula y cuerno, entre ballena y rosal espinoso, entre las primeras tablas de escritura cuneiforme y la pantalla en la que hago este texto. El borde que rodea la noción cerrada de lo reconocible hace un nudo que entreteje las imágenes que tenemos del mundo para hacernos sentir que todo lo que hemos visto no ha terminado de enunciarse.
Piel transparente
Al transitar la muestra, una cualidad de transparencia en las obras se hace evidente. Parece que puede mirarse a través de ellas, dentro de la línea temporal de su elaboración y de una cronología histórica desordenada. Además de exponer parte de sus procesos, habilitan una mirilla hacia las imaginaciones del pasado y del futuro lejanos, espacios temporales que mi cuerpo desconoce.
Aún en el inframundo –húmedo, frío y mineral–, una escultura robusta descansa en el charco repleto de monedas, parece estar conteniendo todas las expectativas que caen sobre el hombro de las divinidades. Aguarda paciente, petrificada y dorada en el que parece ser el hueco más profundo del museo.
Vista de instalación de la exposición de Alma Allen, Nunca Solo, Museo Anahuacalli. Foto: Mariana Paniagua
Esta deidad parece no responder a las cualidades de su material –que la dota del misticismo de una gema–, da más bien la impresión de haber sido configurada a partir de una línea virtual que simula pasta moldeable en el espacio digital. Sin embargo, está situada con todo su peso de bronce en esta cámara que parece ser más íntima, casi espiritual: la voz ahí resuena como si estuviéramos hablando con la cabeza dentro de una gran campana, con la última onda de la palabra pronunciada seguida de un sonido sutil, ácido y metálico, resaltando la atmósfera dorada y cobriza en la que estamos inmersxs.
En el siguiente nivel, la atmósfera cambia, pareciera que las esculturas también, que siguen modelándose, que participan activamente en su formación al interactuar con la luz, el color, el sonido y hasta con el aire.
Vista de instalación de la exposición de Alma Allen, Nunca Solo, Museo Anahuacalli. Foto: Diego Flores
En el fondo, entre dos de los dieciséis bocetos de Diego Rivera, y enmarcando el umbral hacia la siguiente sala, pende lo que parece ser un tablero antiquísimo, desenterrado en Mesopotamia, desempolvado y revisitado por fin. El soporte, ya casi sin rastros de los signos con formas de cuña inscritos en ese entonces.
Entre el 3200 a.C, el 1932 y el 2023 se abre este espacio en el que tengo la sensación de ser mayor de lo que soy.
Enseguida, proyectada hacia el futuro, aparece una escena como de ciencia ficción, que pudiera ser también una metáfora: un meteorito que contiene distintas fuerzas, cada una quiere ir en una dirección, ser una sola cosa. Sólo se distingue la pugna de esas resistencias, friccionada y contenida.
Piel vulnerable
Ya superado el nivel más bajo del museo, hay una sala que tiene mosaicos en el techo que parecen espejearse con la escultura que está justo debajo: una rana porosa, que pudo haber crecido de puro musgo, estira su lengua húmeda de anfibio seco hacia el motivo del mosaico encima de ella: un sapo.
Vista de instalación de la exposición de Alma Allen, Nunca Solo, Museo Anahuacalli. Foto: Mariana Paniagua
Correspondencia que se da como entre una constelación y quien –desde sus globos oculares fibrosos– la contempla.
Bajo esta luz, más natural y menos enigmática, es visible el tornasolado de las piezas. Lo imagino como resultante de la corrosión del material, mediante pátinas aciduladas que develan la cualidad de lámina opaca, cruda y de color heterogéneo.
También, alcanzan a reconocerse rasgos de algunas prácticas artísticas orientales: referencias orgánicas, imaginario paisajístico acuoso, aire, al mismo tiempo que la intención figural que no se apresura a definir completamente la forma.
Esta idea se refuerza cuando leo en las fichas técnicas que el título de todas las piezas es Not yet titled, (Sin título aún), enfatizando la apertura del proceso de las obras y denotando la resistencia a la clasificación.
Flujo constante y lento de la representación abierta, ritmo que transita la fisura, con calma y sin desear que sea suturada.