No morir antes de ver algo de justicia. Entrevista con Jenny Granado
por Sofía Ortiz
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La primera vez que la conocí, Jenny invitó a mi novio a comer pastel directo de su culo. Era su cumpleaños y quería tener tantas bocas en sus nalgas como velas en su pastel. En un bar de la Doctores, en cuatro sobre una mesita enclenque y con sonrisa rebosante, nos llamó a participar en el ritual come-culo-cumpleaños.
Varios años después, estoy en el taller de su casa. Goonie, su gato, está en cuatro comiendo espinaca sobre la mesa. Un espejo cubre una de las paredes, hay ropa colgada en un extremo y una gran mesa con cuadernos y equipo de audio; claxonazos y motos desde la calle. Jenny me prepara una leche dorada. Cuando me la ofrece digo que no, pero luego recapacito —mucho de lo que Jenny hace es practicar el cuidado— y, pues, me dejo querer.
Jenny Granado —también conocida como Kebra— es DJ, tallerista, performancera y archivista. Empezó por enseñarme las entrañas de su disco duro, organizado por año, proyecto y registro de eventos: fiestas, performances y pláticas. Abrió un archivo y era su tesis de maestría.
Jenny Granado. Cuando llegué a México en 2014 quise trabajar con los archivos de la Cineteca: la construcción de la masculinidad mexicana, el machismo, los arquetipos de mujeres y el romanticismo, pero luego pensé en trabajar con algo más cerca de mí. Dos años después ingresé al ENCRYM para cursar una maestría en conservación de acervos documentales y decidí enfocarme en la cultura funk de Brasil.
“Conservar el archivo de cultura” me suena análogo al título de su tesis de maestría: Legítima ilegalidad. ¿Cómo archivar —ordenar, clasificar— algo que está vivo y, por lo tanto, que cambia? ¿Cuál es la función de pensar la cultura como archivo? ¿Cómo legitimamos un movimiento que opera en los márgenes de la sociedad sin matar el espíritu disidente que lo genera?
JG. Podría conservar el funk desde muchos lados, por ejemplo, desde sus productos: discografía, videos de fiesta y ropa. Pero no podemos olvidar que es un archivo generado por personas racializadas —cuerpos negros y marrones—, precarizadas y amenazadas en las periferias de ciertas ciudades brasileñas. La juventud negra es el baile funk, es el archivo vivo. Si la policía viene y mata al archivo, ¿qué hago?
Entonces la pregunta es cómo cuidar al archivo, es decir, cómo cuidar a la gente. Cuando le pregunto a Jenny si ella es activista me dice que no. “¡Qué peligro!”. Sin embargo, hay algo en su práctica como artista que responde a la misma urgencia del activismo: tenemos que hacer algo. “No me quiero morir sin ver algo de justicia”, me dice. El activismo de Jenny es más suave, más cachondo y más directo: interpela a la gente desde el cuerpo.
Laboratorio ‘Desculonización’, Periferias Cimarronas, Barcelona 2022. Cortesía de Kebra
Hace varios años que Jenny imparte talleres de Desculonización. Son sesiones largas, de 3 a 5 horas, de movimiento, perreo y funk, combinados con teoría decolonial. Ha desculonizado en espacios tan variados como parques, casas, museos y por Zoom. Hace poco, varios culos perrearon por una semana en el Museo Anahuacalli. Cada participante se vuelve un USB auxiliar de la cultura funk, partícipe de la conservación de un archivo vivo.
JG. La intención de este archivo es hacer una valoración cultural, creativa, política y social en contra de la criminalización de los saberes periféricos. Normalmente pensamos que los saberes vienen solamente de los libros, la escuela, la academia, pero hay muchos saberes que vienen de otros lados: el cuerpo, las hierbas y la tradición oral. Estos son puestos por debajo de los saberes intelectualizados, la cabeza por encima del cuerpo. Por eso, valorar esos saberes y valorar el cuerpo es una llave decolonial.
Laboratorio y performance en el Museo Anahuacalli, 2023. Cortesía de Kebra
Jenny creció en Uruana, un pequeño pueblo en el estado de Goiás. Su crianza estuvo rodeada por expectativas sociales típicas: estudiar medicina, derecho, etc. Sin embargo, en la adolescencia empezó a conocer ideologías y culturas que le cambiaron la vida: el straight edge, el punk, el slam, el hackeractivismo y el funk.
JG. Conectarme con mi cuerpo abrió mi mente. Me volví vegetariana y fue un parteaguas para concientizar mi salud. Al mismo tiempo, estaba en la fiesta: sexo, drogas y baile, todo lo que era carne. ¡Tenía hambre! Podría escribir un libro de mis historias, están buenísimas. Tengo mucho ángel, creo que estuve cerca de la muerte varias veces.
Se ríe. Es una sonrisa que reconozco cuando miro la documentación de su performance Mi culo para presidente. Jenny, junto con dos bailarines enmascarados y una “reportera”, camina por las calles de Tijuana. Lleva un outfit de porrista rojo, la cabeza rapada y la misma sonrisa pícara. La reportera se acerca a varios hombres y les pregunta si quieren recibir un culazo en la cara. Los que aceptan se sientan en el piso con un máscara de Donald Trump mientras Jenny, de espaldas a ellos, pone las manos en el suelo, sube las piernas en sus hombros y les estrella el culo en la cara. En el baile funk eso se llama “paliza de culo”. “Me gusta cuando el sujeto pasivo, el culo, se vuelve el sujeto activo”, me dice.
Laboratorio y performance en el Museo Anahuacalli, 2023. Cortesía de Kebra
JG. Mover el culo es vulnerable. Y Desculonización es un espacio de vulnerabilidad, para no dejar las cosas dentro del cuerpo. Ahora que asesinaron a le magistrade Jesús Ociel Baena mucha gente de mi red estaba valiendo verga, tumbada. Y yo digo que hay que salir. Creo mucho en el movimiento, creo que esos espacios existen para que la gente se mueva. No me gusta moverme sola, prefiero estar con gente. Y moverme ha transformado mi vida, mi cabeza, mi todo.
Goonie, el gato, se sienta sobre las piernas de Jenny, enterrando la cara en sus tetas. “Quiere amamantar”, me dice.
Laboratorio ‘Desculonización’, Periferias Cimarronas, Barcelona 2022. Cortesía de Kebra
Un scrolleo casual en el Insta de Jenny vibra como un torbellino aceleracionista steampunk con tetas, música, maquillaje, tangas y transparencias líquidas. Y aunque todos esos mundos tocan su obra, la médula de su práctica es mucho más sencilla: el cuerpo.
En un momento dado, Jenny saca varios de sus cuadernos y me enseña notas y dibujos. Al principio de todos sus talleres, le pregunta a la gente por qué está ahí. Lo hace desde una curiosidad personal, pero también para poder entender los hilos narrativos de ansiedad y deseo que nos atraviesan simplemente como cuerpos. Nos detenemos en un par de respuestas. “Me trajo mi tía”, me da mucha risa. Sin embargo, otra respuesta nos da pausa: “para sostener mi proyecto creativo necesito sostener el cuerpo”.
El cuerpo lo atraviesa todo. El cuerpo sostiene la práctica. El cuerpo es repositorio de conocimiento. La información se desprende de los nervios a partir del movimiento. Ponle un beat a un bebé y el bebé baila: verdad universal. Jenny dice que, desde que practica activar su cadera, su intuición está con todo. Le pregunto si ahora es más bruja; se ríe y me dice que siempre lo ha sido. Le creo.