Mnemósine de José Eduardo Barajas en Proyectos Multipropósito
por Eric Valencia
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En Mnemósine no hay un tema dominante. En la visita guiada que me ofrece José Eduardo Barajas, su autor, es muy cuidadoso en construir un discurso que no privilegia ninguna de las facetas que motivaron la exposición. La presenta más bien como un entramado que se construye con reflexiones que surgen desde su práctica como pintor, sus lecturas y referencias académicas, su experiencia con la técnica y su vida personal.
La exposición se titula Mnemósine como la titánide, como el atlas de Warburg. La memoria como eje rector, a la memoria de su hermana Aurelia, desde la memoria de las vivencias que compartió con ella, pero también como un conjuro de fuerzas que van construyéndose en el frenético proceso de producción de las 625 pinturas que conforman la exposición.
Los plafones del techo de Proyectos Multipropósito son el soporte de las obras y se exponen montadas en la cuadrícula de aluminio que data desde que el espacio era un call center. Barajas aprovecha este orden como una reminiscencia a cierto modo de almacenar la información y la memoria, como el grid del rollo fotográfico en el celular o el orden de los posts en Instagram. Utiliza esta estructura para organizar una narrativa evasiva y compleja, saturada, que invita al espectador a que produzca sus propios recorridos, su propia organización.
Barajas trabaja cada panel con acrílico aplicado con aerógrafo. Construye cada pintura con una versión propia de la técnica veneciana: por acumulación de capas que a veces son translúcidas y otras opacas. Parte de un fondo oscuro sobre el que va construyendo la luz y el color. A partir de cierto momento, comienza a aprovechar la cualidad indeterminada de estos fondos para usarlos como estímulos para su memoria: “no quería acercarme a la imagen desde un preconcepto, sino encontrar algo en la ambigüedad de la mancha, a través de la mancha”. Incluso incluye varios cuadros culminados en el momento del proceso en el que las capas aún no llegan a formar escenas reconocibles, aparecen como ambientes abstractos, casi monocromos. Distribuye estos cuadros en la composición, utilizándolos como “pausas”, en zonas en las que sentía que había “exceso de información”.
Detalle de la exposición de José Eduardo Barajas, Mnemósine, Proyectos Multipropósito. Cortesía de Proyectos Multipropósito.
El primer gran bloque de imágenes que nos encontramos al entrar es una escena construida con 42 plafones en la que están representadas las copas de unos árboles atravesados por la luz del sol y vistos en una toma en contrapicada. Se trata del recuerdo más lejano que pudo evocar en compañía de su hermana.
A partir de este primer grupo de obras, Barajas decidió trabajar de manera más fragmentada. Con algunas excepciones, las escenas se representan ahora en un solo cuadro, pero reunidas en secuencias en las que se repiten motivos figurativos como plantas, olas o una vela y motivos pictóricos como paletas cromáticas o tipos de contraste.
El artista relata que a partir del primer gran bloque mantuvo una misma iluminación en grupos de grandes de obras, franjas que van de sur a norte en las que traslada la luz de diferentes momentos del día que corresponden al movimiento real del sol sobre la galería. Inician en el este, con una luz matutina, y avanzan hacia la noche, en el oeste de la galería, para terminar en la esquina noroeste donde se distinguen escenas, en un grupo pequeño, de un amanecer. Es un doble movimiento que fragmenta las escenas en unidades-cuadro y, al mismo tiempo, crea una gran narración que abarca toda la exposición. Sin embargo, una zona salta de esta lógica, más allá de la noche, en el límite oeste del espacio de exhibición, encontramos una línea de obras abstractas.
Vista de instalación de la exposición de José Eduardo Barajas, Mnemósine, Proyectos Multipropósito. Cortesía de Proyectos Multipropósito.
En la visita guiada, Barajas se refiere a un método con el que lleva trabajando desde hace tiempo. Mientras hojeamos su publicación titulada Sky*, me explica: “el rosa es una cara, es una cara y luego sólo rosa”. Primero establece una asociación entre elementos: “el rosa es una cara…”, después realiza una secuencia en la que esta se repite produciendo combinatorias hasta agotarlas. “El rosa es una cara, el rosa es una cara…”. Al llegar al límite de combinatorias, la asociación se rompe: “El rosa es una cara, el rosa es una cara y luego sólo rosa”.
En los párrafos anteriores he querido describir cómo este método sucede en diferentes momentos de la exposición y cómo de ellos surge un tipo de pintura no figurativa, casi monocromática. Es el “sólo rosa” del método, que se monta sobre la serie agotada y se desprende de ella. Ya no es nunca, de ninguna manera, cualquier rosa. Estas pinturas no son ya la figuración del recuerdo, sino el acontecimiento mismo de recordar, encarnado, vuelto imagen. En el límite se encuentra el objeto que le concierne exclusivamente a cada ámbito, a cada práctica o a cada facultad. En el límite de la representación aparece la imagen. Y es, quizás, en el límite de la memoria donde podemos recordar lo no vivido.