El ojo de Calixto está lleno de tierra y sin más remedio ha aprendido a ver a través de ella. Por encima de la coraza de su intuición, el artista inunda la cabeza en el subsuelo que transporta a todas partes.
Mancha el paisaje de polvo que sucumbe al aire como una pincelada lo hace con la imaginación al no trazarse y aunque el polvo cae, regresa al suelo y la mancha desaparece. Calixto juega con la perpetuidad pictórica pues sabe que el terreno sólo podría desvanecerse si el tiempo lo hiciera.
Se entierra para volverse horizonte, se yergue para ser un asta que amarra banderas paganas del territorio de la experiencia, está dispuesto a convertirse en línea y entregarse a la insaciable tarea de ser, en cada segundo, un dibujo en potencia.
Cuando el ojo se compromete a ver (que no es lo mismo a que sólo sirva a su función biológica) se hincha y se expande, le crecen cuerpos por todos lados, incluyendo el propio y el de las cosas, distinguir una de otra está al servicio de relacionarlas. Bajo estas condiciones, pintar es el arte de observar el mundo y reaccionar frente a él. ¿Pero qué es saber observar el mundo? En este caso: echarse cal sobre la cara.
Calixto Ramírez, Cal, 2015, Still de video. Cortesía del artista
No deben subestimarse los alcances de la pintura en tanto que disciplina eminente frente a la variedad de medios que hoy nos ocupan, pues la tarea pictórica no empieza ni acaba en un lienzo. Nunca ha sido así y mucho antes de cualquier action painting o discurso auto-reflexivo del arte ya había un pintor caminando kilómetros con material en la espalda esperando hasta encontrar la dignidad para sentarse a observar algo, una pintora viéndose al espejo hasta lograr aparecer, polvo levantado frente a un rostro que lucha por ver, cielos nublados por la mirada, soles que enceguecen contra el entendimiento a favor de la contemplación, caminos trazados por la inquietud de dibujar algo y manchas de tierra sobre las suelas. Siempre he admirado los zapatos cochinos de Calixto, como señal de que es artista, pues aunque muchos de nosotros aparecemos enclaustrados en la cabeza, no debe olvidarse que con el ojo hinchado, el cráneo tiene pies y los pies un pensamiento que nos obliga a caminar por la extensión de una ciudad o un desierto, o bien, como yo, a hacer círculos dentro de un cuarto con las ventanas cerradas.
Calixto Ramírez, Bajo Tierra, 2015, Impresión de inyección de tinta de archivo sobre papel de algodón, 25x25 cm. Cortesía del artista
A pesar de la pulcritud de su encuadre y las líneas rectas que lo anclan a una estética exigente, Calixto es inevitablemente desorganizado porque de otra manera no podría hablar de las cosas con los ojos metidos en la boca; la poética de su trabajo radica en ello. Cuando te explica el origen de una imagen y la relación con su entorno es como si un pedazo de tierra se hubiera levantado para hablar a través de sus grietas y narrar su experiencia como suelo. Para mí no hay diferencia entre el autor y la obra, pero no porque piense que son la misma cosa, sino porque ninguno de los dos está delimitado por su identidad. Ya sea en una fotografía, una escultura o en el mismo Calixto recargado contra una columna fumando, no puedo evitar notar el ojo que crece en cada territorio que su imagen ocupa.
Calixto Ramírez, Mi casa es su casa, 2015, suela de zapato, 32 x 11.5 x 3 cm. Cortesía del artista
Sujeto, objeto, discurso, paisaje… todo esto es intercambiable cuando la intención se concentra en que el mundo y la percepción de este se alineen bajo la idea del universo conociéndose a sí mismo, lo cual alude a reflexiones de la física cuántica o la cosmología contemporánea. Podría decir que el trabajo de Calixto me hace pensar en que esa es una de las infinitas maneras en la que la naturaleza se conoce a sí misma, en este caso bajo los medios de un artista dispuesto a devenir rama, montaña, cemento o huella.
Calixto Ramírez, Escultura informe, 2009, Still de video. Cortesía del artista
Todo esto invita a la reflexión en torno a las imágenes que se capturan: las efímeras o las que se actualizan constantemente sobre el objeto. Las disciplinas son las que a veces nos dan una pauta para saber qué tipo de imagen se está trabajando, pero ¿es esto en realidad tan importante como el ojo que las experimenta? Aunque las piezas de Calixto a veces hacen una referencia puntual a la pintura y su historia, en otras ocasiones –donde podría suponerse que no se hizo tal apunte intencionadamente y que más bien hay un interés por desarrollar un discurso conceptual, sociológico o geográfico–, no se puede evitar notar el acontecimiento pictórico que sostiene a su trabajo. Esto lo digo porque quiero insistir tanto en la performatividad de la pintura como en lo pictórico de una acción; cualidades evidentes en la labor del artista.
Tal como en un lienzo, en las fotos o los videos veo los colores que reconoce en lo que observa, la cantidad de cielo que permite en el cuadro. Su cuerpo de pincel agitándose o ligeramente accionando, cual gesto pictórico sobre un plano, lanza tierra hacia la tierra, mancha un muro de muro, un suelo de suelo o la lluvia de lluvia; purismos o tautologías que siempre revelan algo conmovedor del espacio que habita.
Calixto es una línea del horizonte con costillas, un paisaje vertical que se desplaza a lo largo de su inquietud, insistiendo en ideas que al sublimarse aterrizan aún más, obligando al poema a estar a merced de la realidad, invitando al ojo y al mundo a confundirse entre ellos para ver si se pueden enamorar.
Cuando lloro al ver el trabajo de Calixto es definitivamente porque se me metió tierra al ojo.
Foto de portada: Calixto Ramírez, Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa, 2015, Instalación, Escombros y arena, Dimensiones variables, documentación fotográfica. Cortesía del artista