María Conejo es una artista que investiga el cuerpo y sus relaciones afectivas, en diferentes medios. Como parte de una serie de textos sobre ilustradoras en la Ciudad de México, platiqué con ella sobre sus dibujos, que rompen cualquier paradigma estético de contemplación para apuntar a una presencia activa y potente.
Los trazos parten de la línea hasta formar contornos negros de figuras humanas sobre un fondo blanco, resaltando posturas, estados de ánimo y movimientos. Los cuerpos de María están desnudos y muchas veces presentan senos y vulvas expuestos, sin embargo, el acento se encuentra en los diferentes modos y posibilidades que tienen de accionarse a sí mismos. En cada superficie, el espacio es consecuencia de los cuerpos y no al revés, y aunque son el centro de atención, carecen de un narcisismo solipsista, pues siempre señalan hacia a algo más, muchas veces difícil de nombrar.
Sandra Sánchez: En tu statement de artista dices que te interesa mostrar el cuerpo femenino como un signo y como un gesto comunicante. Me gustaría invitarte a concretar y a divagar más sobre esta idea: ¿qué tipo de signo?, ¿ha cambiado en el tiempo?, ¿qué ha permanecido y qué has abandonado?
María Conejo: Encontré el tema del cuerpo dibujando sobre mis emociones, sobre mi estado de ánimo, cuando ni siquiera consideraba dedicarme a esto de tiempo completo o ser artista. Un día el cuerpo perdió la cabeza. Cuando esto sucedió y se volvió un cuerpo nada más, me empezó a comunicar cosas en distintas posiciones, a representar estados de ánimo desde la abstracción.
Creo que el cuerpo es un signo porque esta en una postura que dice algo sin que necesite tener un fondo, un escenario o algo escrito. Tampoco necesita colores ni texturas. Me gusta la idea de que la imagen sea un centro concreto, poderoso y que no tenga ruido de otra cosa, sino que solo sea ese cuerpo y nada más.
Cuando empecé a dibujar, fue desde una postura muy ingenua; me gustaba y lo hice desde muy chiquita. Hubo varias cosas importantes que me pasaron. Trabajé en LABOR, una galería de arte contemporáneo. Ahí me di cuenta de que el arte tiene cierta estructura, es un negocio y los artistas piensan de una manera específica. Trabajé muchos años para Pedro Reyes, esto me hizo ver la producción de arte de otra manera: tomarlo como una cosa en serio, realmente dibujar todos los días, hacerlo parte de la vida. Pedro tiene una biblioteca inmensa, entonces tuve acceso a todos sus libros y a él. Cuando vio que tenía ciertas inquietudes, me compartió referencias.
El signo que empezó siendo una cosa ingenua (un día publiqué a un personaje que perdió la cabeza por amor, el personaje forma parte de los temas que antes trataba: mis complicaciones amorosas, mis conflictos personales), de repente se conectó con una parte más profunda de mí, de mi experiencia humana y de cómo me he sentido con mi cuerpo.
Al inicio era un cuerpo que ni siquiera estaba bien dibujado. Los cuerpos eran muy delgados, creo que eso también era parte de mi vida. El cuerpo ideal tenía que ser de cierta manera: perfecto, delgado, ágil. Pensaba que era poético y bello por ser ideal.
Conforme fui conociendo más referentes y me clavé más en el feminismo, dibujar el cuerpo se convirtió en un proceso de aceptación de mi propio cuerpo. Ese cuerpo que era de una forma se convirtió en otro tipo de cuerpo que ahora mismo cuestiono. ¿Qué posibilidades de cuerpo hay? Puede tener más de dos brazos si yo quiero. En este dibujar, me he estado permitiendo explorar representaciones distintas.
Ahora en la pandemia pienso el cuerpo en relación con su avatar en internet. Estuve leyendo ciencia ficción en este encierro y me encontré con el feminismo cibernético, propone que la liberación del cuerpo sucede en el internet donde ya no existe el género ni te aprisiona.
SS: En tus dibujos, el cuerpo no está puesto para que alguien lo contemple, tampoco propone un esencialismo o una definición, más bien se encuentra en movimiento, accionando algo en relación con un espacio que no llenas de contenido, pero que sin duda existe. Lo veo y lo pienso como escena, como máscara y como disfraz. ¿Te sientes cercana a la máscara y al disfraz?
MC: Justo estoy tomando un taller con una escritora, Tamara Tenenbaum. El viernes estábamos hablando sobre el género y cómo es un disfraz en el sentido de que todo lo que creemos, conocemos y es parte de nuestra vida nos permite ser: nos ponemos en un papel que nos permite relacionarnos con el resto del mundo, pero al final creo que sí es una especie de disfraz.
Mis dibujos parten de mis pensamientos. Tengo bitácoras donde todo el tiempo estoy escribiendo cómo me siento. Algo que a mí me interesa mucho es cuestionarme todo el tiempo y conocerme realmente. Entender de dónde vienen mis emociones, por qué me siento como me siento y cómo se incorporan a mi vida todas las cosas que voy aprendiendo y conociendo en el tiempo. Eso siempre ha sido muy importante.
Si tengo algún conflicto existencial, personal o emocional, lo escribo. Después de escribir llego a una forma abstracta en mi cabeza. El dibujo es el cuerpo que está comunicando eso.
Siempre me ha interesado partir de mi experiencia personal. Algo que me pasó cuando empecé a dibujar de forma constante y a mostrar mis dibujos, fue que me di cuenta de que esas cosas que yo pienso y siento no nada más las pienso yo. Ya lo sabía, pero me quedó más claro cuando otras personas me dijeron: “Yo me siento así”. Aunque aparentemente mis dibujos no dicen nada porque las expresiones son abstractas, hay personas que se identifican y me lo hacen saber.
Empecé a darme cuenta de que cuando hablo de mi cuerpo no solo hablo de mi cuerpo, hablo del cuerpo de muchas otras mujeres y personas que experimentan la vida de cierta manera.
María Conejo, Juegos de sombra, 2020, tinta sobre papel
SS: Hay una explícita y constante disociación entre el rostro y el cuerpo en tu trabajo. En una entrevista con María Olivera le explicaste que la figura partió de la sensación de “haber perdido la cabeza”. Sin embargo, ahora esa cabeza aparece en algunos dibujos haciendo cosas, ha cobrado cierta autonomía. Nos puedes contar más sobre cómo entiendes la relación entre cabeza y cuerpo hoy.
MC: Cuando el cuerpo perdió la cabeza, se dejó llevar por las emociones; no estaba pensando y solo estaba reaccionando ante lo que sentía y experimentaba. Después pensé que eso no estaba tan bien. Existe una dicotomía que dice que la cabeza es la que piensa –y se asocia con los hombres, mientras que las mujeres siempre estamos más relacionadas con las emociones. Eso me llevó a pensar que este cuerpo sin cabeza es un cuerpo que está dentro de la mente: es un pensamiento.
A veces hay cosas que me resultan muy abstractas, pero en el momento en el que toman forma en el papel hacen sentido con lo que pienso y siento. No necesariamente me lo explico antes. Mi lenguaje y mi forma de pensamiento son visuales. Pienso en formas y no tanto en conceptos.
También siento que las emociones no son una cosa corporal, sino una cosa que pensamos. He estado leyendo sobre el giro afectivo, investigaciones sobre la importancia que tienen las emociones en nuestras vidas. Nunca se les ha dado demasiada relevancia, lo que lleva a pensar que las mujeres son muy emotivas, por lo que hay que segregarlas y prohibirles tener cierto poder. Sus emociones no las dejan pensar.
Para mí las emociones son muy importantes, la manera en que sentimos sobre ciertas cosas depende de nuestro contexto, de las libertades que tenemos o no, de nuestros privilegios o no, de nuestras experiencias de vida, de opresión o de libertad; todo eso define la manera en que percibimos el mundo y cómo nos sentimos habitándolo. En mi trabajo me interesa no separar el cuerpo de la mente, sino ver cómo dependen entre sí y de otras cosas.
María Conejo, El eterno dilema, tinta sobre papel
SS: Creo que tus dibujos dejan muchas zonas de indeterminación para que las espectadoras los llenen con historias o contenidos específicos. Nos puedes contar si las mujeres que dibujas en dúo o en multiplicidad son la misma mujer desdoblada o son varias.
MC: Es la misma luchando consigo misma. Una que es muchas en la cabeza. Una que quiere hacer algo, pero que al mismo tiempo no lo hace porque le da miedo o por cualquier razón. Reflejan una lucha interna: siempre estar debatiendo en la cabeza. Me pasa todo el tiempo que soy la propia voz que me oprime.
El hecho de no ponerle rostro al cuerpo permite que el cuerpo se quede en su propio concepto. Mis cuerpos tienen mi edad, van creciendo conmigo, comparten mi temporalidad, sin embargo, pueden ser de quien quiera. Tengo amigos hombres que dicen que se identifican, a pesar de que el cuerpo que dibujo tiene senos o pussy.
Los dibujos son como un libro para colorear, puedes ponerles los colores que quieras o ponerlos en el escenario que quieras, y eso me gusta.
SS: La penúltima pregunta es sobre tu imaginario y tus referentes acotados al cuerpo y también más allá de él, tanto en el arte como fuera de este.
MC: Últimamente he estado revisando a más filósofas que a artistas. Ahora estoy clavada con Sara Ahmed. Ella me permitió poner en palabras el giro afectivo, algo en lo que llevo pensando mucho tiempo.
Tomé apenas un taller de ciencia ficción con Gabriela Damián Miravete que me llevó a pensar en las posibilidades de expansión del cuerpo. Leí a Ursula K. Le Guin, ahorita me tiene volada la cabeza porque me hace pensar en qué otras posibilidades hay de la corporalidad. El taller me pareció bastante chido: el hombre dice que la primera herramienta que el humano creó fue un arma para defenderse, pero qué tal si pensáramos que la primera herramienta que se creó fue una bolsa para recolectar los frutos y compartirlos con los demás.
Hay muchas fotógrafas que me gustan mucho como Flor Garduño. Mary Frank tiene unos dibujos de cuerpos que también me parecen muy interesantes.
SS: Esta entrevista forma parte de una serie que estamos haciendo desde Onda Mx sobre ilustración. Me gustaría saber cómo te relacionas con esta disciplina y si consideras tu práctica cercana o no a ella.
MC: Esta es una pregunta que me ha causado el conflicto más grande de mi vida. Cuando salí de la escuela de diseño pensé que iba a ser diseñadora, pero tomé una decisión: no iba a hacer publicidad, a convencer a nadie de que comprara cosas, ni a mentir. Lo único que quería era ocupar las herramientas que tenía para invitar a alguien a ver una exposición, leer un libro y así.
En LABOR, con Pedro y en el trabajo de producción para otros artistas, entendí el arte contemporáneo. Cuando trabajaba con Pedro, veía todas las cosas que hacía. En cierto modo, yo era parte de sus proyectos y sus procesos. Cuando empecé a hacer mis dibujos, quería ser como Pedro –exponer, tener una galería, ir a un museo, pero los dibujos que estaba haciendo eran más ilustraciones. Todo el mundo decía: “Son ilustraciones”. Me buscaban para publicarlos como ilustraciones para revistas.
Ahora ya no lo pienso, pero en ese momento no quería ser ilustradora; sentía que el llamarme a mí misma ilustradora me bajaba de nivel. Me metí a un taller en el Centro Cultural Border, a una asesoría para artistas, mi conflicto era ese: quería dejar de ser ilustradora y ser artista de verdad.
Creo que hago una cosa distinta a la ilustración. En mi mente, un ilustrador siempre está haciendo cosas comisionadas por alguien, de algo que no es interno. Hay algo que se explica con dibujos, que puede o no llevar texto, pero que conlleva algo externo.
Llamo a mi trabajo dibujo porque parte de mis inquietudes personales, de mis pensamientos, de mis sentimientos.
En este hacer y hacer dibujos, la galería Machete me invitó a exponer en Salón Acme. Ahí los dibujos se metieron en un contexto de arte contemporáneo. Dejé de entender. Algunos le llaman ilustración, otros arte contemporáneo. Desde que expuse en Acme dije: “Da igual, da igual lo que sea o cómo lo quieran categorizar. Más bien, si hay una posibilidad de que yo pueda expresar algo con mis dibujos o mis ideas, sea una ilustración o una editorial, está bien”.
También he sido muy necia en siempre tener la libertad creativa de hacer lo que yo quiera. Son mis dibujos, están desnudos, tienen senos expuestos, a veces se les ven las vulvas, no tienen cabeza... Nunca voy a modificar eso para que se adapte al cliente. Así me he mantenido.
María Conejo, Figura IV (reflejo), tinta sobre papel