¿Es el color un animal? Suena poco probable, pero entonces ¿Qué es un animal? Michael Taussig
Para ellos, el color es el medio de todos los cambios Walter Benjamin
Luis Figueroa es un artista que actualmente reside en la ciudad de Monterrey y cuya práctica he podido conocer a través de un grato acercamiento digital, cada vez menos distante, que poco-a-poco se vuelve presencial, del poniente al norte en esta ciudad compartida. Su trabajo me ha dado encuentro al momento en el que surge una curiosidad propia no sólo por tratar de establecer un diálogo con lo que está ocurriendo para la pintura en Monterrey, sino con la necesidad personal de entrar o reentrar –quizás siempre– a la parte de las operaciones del color en la pintura, con la pintura, que no pueden evitarse al hacerla, imaginarla y compartirla. Me causa un gran reparo volver a pensar sobre el color y mirar la obra de Figueroa bajo este recurrente interés.
Luis Figueroa, Sin título, 2021. Cortesía del artista
Observar la pintura de Luis Figueroa es un casi instantáneo desembalaje de opciones: el salto inmediato hacia una posición para comenzar y una ligera sacudida de las expectativas. Casi ningún área ofrece un aterrizaje prolongado para la mirada y donde el contacto se torna una piscina de color quizá más serena, la presencia de vibraciones vecinas rápidamente reintroduce el zumbido general que anima las intenciones nunca quietas de las figuras en la obra.
La presencia de esta figuración es también incitante y su llegada anuncia asuntos que considero de gran importancia para la obra de Luis Figueroa. Primero que nada, las figuras existen en un plano continuo pero tejido entre las dimensiones del color: delimitan sus valles, sus crestas, sus interiores, sus exteriores. La figura es la cara que muchas veces dan las decisiones más específicas de esta pintura; el uso singular o doble del triángulo, el rombo en el torso, extensiones triangulares que verifican la correspondencia entre ojos, bocas, sombreros y vegetaciones, la recurrencia de los personajes en las formas (y viceversa), así como las iluminaciones que pueblan sus flamígeros parajes. En la pintura de Figueroa parece haber un tipo de indeterminación constante entre las actividades que sus seres deben realizar de día y de noche, bajo un sol abrasador o debajo de la tierra, donde el color se ha filtrado.
Luis Figueroa, Big Man Mirio Matacanes, 2020. Crédito: Weima Art PhotographyLuis Figueroa, Distancia corta, 2021. Crédito: Weima Art Photography
No considero secundarias las metáforas entre territorio y color para la obra de Luis Figueroa ni tampoco hablar insistentemente sobre la presencia de actividad o vida. A través de la influencia del antropólogo Michael Taussig, cuya obra amablemente me ha compartido, Figueroa ha entrado en contacto con las ideas de Benjamin y Burroughs sobre el color. No sólo con las posibilidades afirmativas, cuando no totalmente emancipadoras de la invocación del color ante la cromofobia del occidente colonizador (sobreel color inorgánico o las armaduras cromicidas de los conquistadores – What Color is the Sacred, Taussig, 2009), sino también con la infiltración en los metabolismos de todas las sociedades, de aquellas nutriciones, apetitos y hambrunas que pueden ser vinculadas a la dispersión del color. Las conocidas caminatas de color de Burroughs pueden significar muchas cosas para mucha gente. Para mí, uno de esos significados apunta a que los signos del color fluyen en el entorno con o sin intereses y son parte de una vida que es entendida porque es vivida de paso. Salir a caminar sobre color, pensar sobre color, sí. Cocinar sobre color o vestir sobre color o hablar sobre color también. No sé si nadie quiere comer sobre color, pero quizá sí.
De cualquier manera, pintar sobre color siempre es esperado al igual que sorpresivo: una secuencia de contactos nucleares y constantes con previsiones de la pintura que más pronto que tarde se desperdigan y mutan contra la mejor de las preparaciones, expectativas y habilidades. La obra de Luis Figueroa me recuerda que en muchas ocasiones la pintura que hacemos es aquella con la que aprendemos poco a poco a vivir. Sus colores se vuelven también los de nuestros recintos y una llave específica pero indescifrable al bosque interior de nuestros signos.
Luis Figueroa, El preso guacamaya. Cortesía del artista
Recuerdo con gusto una brevísima plática que tuve con Luis la primera ocasión que pude ver su obra en vivo y que involucró el título de una pieza. El preso guacamaya. Me quedé un buen rato pensando sobre las extrañas relaciones entre la música de la salsa, la cárcel y el mundo animal. Este rarísimo pronóstico para una obra, que también de alguna manera da título a este texto, estaba en realidad enfrentado con una pintura compleja. Un paraje por partes que rápidamente entrelaza trozos azules y tierras con el familiar pero nervioso repertorio de estrellas, aves y sonrisas ondulantes que nunca permiten afirmar con total certeza si una pintura es triste o alegre, o si sus personajes resultan sospechosxs o de confianza.
También fue aquí que platicamos un poco sobre el amarillo y su misterioso lugar tanto en las pinturas como en las banderas. En esto, hay algo que considero muy deliberado y preciso en la pintura de Luis Figueroa: su frontalidad, aunque fracturada, ha sido ejecutada sin tentativas a ninguna ilusión espacial salvadora. La invitación a los signos, ya sean tejidos por una geometría ritual o por el misterio siempre presente de las máscaras que constituyen sus triangulaciones, es directa. Considero a esto una señal de convicción por las pocas palabras que a veces preceden a una alianza serena, pero seria, con la pintura y su vida del color a largo plazo. Solucionando de frente la proverbial muerte por maximalismo, las cosas a veces son complicadas, a veces no.
Luis Figueroa, Me estás cambiando, 2021. Cortesía del artista
Mirando las obras de Luis Figueroa que acompañan este texto, noto también los bordes del cuadro como un sistema de límites en sí y pienso en las afiladas figuras que lo habitan. Estas formas ocupan su pintura con una muy clara consciencia de los límites de este instante y de su placentera o vertiginosa gravedad. Con esto, recuerdo una idea que encontré en una de las obras de Taussig que Luis ha compartido conmigo y con la que me gustaría cerrar este texto. Pensando sobre el tipi que diversos pueblos originarios norteamericanos construyeron como habitación con piel de bisonte, Taussig nos pide que
imaginemos lo que podría significar dormir y guarecerse, dentro de un animal como este, dentro de este bisonte y dentro de este crisol de color transparente. Un buen complemento a esto también, sería tener animales salvajes en nuestro interior. Digamos que durante el día, ellos viven dentro de ti. Y durante la noche, tú vives dentro de ellos. Así es el color.