La masculinidad es una serenata rosada: “Pos’ se acabó este cantar” de Ana Segovia
por Antonia Alarcón
En el Museo de Arte Carrillo Gil
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"Con esto ve aprendiendo, Felipe, cómo el dueño de un rancho tiene que ser para sus pobres peones padre, médico, juez y, a veces, hasta enterrador" Rosendo en Allá en el Rancho Grande
INT. CANTINA. NOCHE.
Vemos una cantina repleta, decenas de sombreros en movimiento inundan el lugar. Danzan como si flotaran sobre una laguna. No vemos caras ni distinguimos voces, pero sabemos que son hombres. En otra escena, una mujer narra, con humor, cómo su hija fue raptada a los 16 años. Luego, unos niños se saludan, se sacuden las manos; más que en bienvenida, como en una pequeña batalla. Pequeños gestos pasan desapercibidos dentro de la narrativa, para Ana Segovia son la huella de la estructura que sostiene a un performance de género.
Ana Segovia es un pintor de imágenes móviles. A partir de la observación repetida de las películas del cine de oro mexicano Allá en el Rancho Grande (1936) y Los Tres García (1946), propone un método personal de deconstrucción de “la” masculinidad en las performáticas de género del periodo, las cuales hemos heredado y, por suerte, comenzado a cuestionar. La artista hace esto a través del humor y la parodia del símbolo del charro, de su vestimenta ornamentada, su sombrero y su bigote pulcro; su galantería como forma de volver aceptables sus actitudes machistas. Estos elementos son parte del imaginario colectivo, el cual aprovecha para la exploración de sus propios intereses y dudas sobre qué significa lo masculino.
Después de recorrer las diversas rampas del Carrillo Gil, nos adentramos en la luz rosa neón de la sala: el cortometraje de Ana Segovia te recibe como una hipnosis, en una secuencia de acciones repetitivas y colores de alto contraste. La pieza es un comentario tan sutil como claro sobre ciertos gestos y acciones que identifican al charro, donde las características típicas del macho se desenvuelven con intenciones crepusculares: lxs personajes se visten, se tocan las telas, se cachetean continuamente, rompen el escenario... Los movimientos son liminales, entre lo violento y lo sensual, lo delicado y lo brutal, como si los términos ya no fueran binarios, sino todas las cosas al mismo tiempo.
En la obra de Segovia, el pintor se convierte en un intérprete cromático. Las imágenes del cine de oro –en blanco y negro– se transforman a través de su paleta: las renueva al colorizarlas. Por otro lado, la artista juega con su papel como creadora de imágenes. Utiliza lo pictórico como pulsión de creación y explora el archivo para encontrar un nuevo rol en la dirección cinematográfica o en la pintura cinematográfica. Su pieza de video funciona como una pintura móvil o como una secuencia de sus pinturas.
Ana Segovia, vista de la exposición Pos’ se acabó este cantar, Museo de Arte Carrillo Gil, 2021. Foto: Beka O. Peralta. Cortesía de Galería Karen Huber
Personalmente, agradecí mucho adentrarme en el universo visual de Ana a profundidad y entender el origen de sus inquietudes sobre los performances del macho en la cultura pop y en el cine de oro mexicano. Ella creció viendo estas películas, admiraba a sus protagonistas desde su infancia, lo que hace que el imaginario sea también personal. Las canciones y valores representados en ellas buscaron cimentar una identidad “mexicana” que atraviesa a Segovia menos como un signo colectivo y más como un símbolo íntimo que surge desde la memoria familiar. Su obra es un constante proceso de deconstrucción de estos elementos que le pertenecen por herencia, pero que se apropia al pintar.
Tú lo dices, lo sostengo, no te vayas a cansar, no le saques, sí le saco, pos’ se acabó este cantar. Al salir de la sala, aún veo figuras danzantes sobre las paredes blancas. Los trajes de charro se entrelazan como un fantasma emplazado en el ojo sobre las demás exposiciones. La obra de Segovia no solamente nos arrastra a un paréntesis entre la cinematografía nacional y la construcción de la masculinidad, sino que nos implanta una óptica donde el charro se vuelve multidimensional y las épocas de oro se revisten de rosado.
PD: Ana, me conecté mucho con tu historia personal y me encantaría recomendarte que vieras Julio comienza en Julio de Silvio Caiozzi, una película chilena que yo de alguna manera heredé porque actúan mis abuelxs. En ella, un terrateniente decide empezar a preparar a su hijo como su heredero y lo encamina para convertirse en “un hombre”.