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La intuición es un músculo. Entrevista a Bárbara Foulkes

Entrevista

La intuición es un músculo. Entrevista a Bárbara Foulkes

por Sofía Ortiz

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Tiempo de lectura

7 min

Empecemos en medio. Una cuerda que abraza el cuerpo a la altura del ombligo y lo tensa hacia arriba; una U bocabajo. Estoy suspendida en el aire, colgada de un arnés. Me meso de un lado a otro, girando la cadera para cambiar de dirección. Las yemas de mis dedos rozan el piso, dejando grasa y recogiendo mugre. Estoy en los cursos de danza de Bárbara Foulkes; me siento alborotada y alegre.

“Durante la pandemia, no tenía sentido colgarme”, dice Bárbara. “Ya todo estaba suspendido, no era lo que necesitaba”. Estamos sentadas en el piso de su casa –una casa de aires modernistas, elevada sobre riscos de piedra volcánica, contenida por altísimos muros de ladrillos, al fondo de un callejón serpentino– tomando un café. Su perrita lame mi cara efusivamente (un cachondeo interespecie) y, por un segundo, pienso que su juguete es un dildo. Hay unos dibujos montados sobre la pared. Son siluetas de cuerpos trazados con líneas gruesas y sencillas. En varios de los dibujos, las figuras repiten el mismo movimiento.

Bárbara Foulkes: Cuando trabajo sobre alguna acción, siempre llevo un cuaderno. Mientras trabajo, anoto y dibujo cosas; armo un mundo entre dibujar lo que acabo de hacer y lo que no puedo o no quiero hacer todavía. Estos dibujos (apunta a los dibujos sobre la pared) apenas los estoy averiguando; son diagramas, quizá, sugerencias de movimientos. Me interesa invitar a la gente a pensar en el movimiento de su cuerpo.

A partir de la repetición brota una linda paradoja: es tanto generadora de significado como de absurdo. A medida que hay repetición, las cosas adquieren significado, se convierten en ritual. Los niños juegan el mismo juego una y otra vez; el pan siempre se convierte en el cuerpo de Cristo. Sin embargo, repite-repite-repite la misma palabra y se desmorona, convertida en sonido sin significado. El trabajo de Bárbara está sobre ese filo, enraizado, como un árbol viejo, pero ligero. Su obra es ritualista e ingrávida.

Bárbara Foulkes, El revés de las cosas, comisionada por el Museo Experimental del Eco, 2016. Foto: Rodrigo Valero Puertas. Cortesía de la artista
Bárbara Foulkes, El revés de las cosas, comisionada por el Museo Experimental del Eco, 2016. Foto: Rodrigo Valero Puertas. Cortesía de la artista

BF: En mi práctica, la acción está antes que el pensamiento. Pienso después de accionar, no antes; dejo que la acción sea el “a partir de” y, de esta manera, no escribo ni dibujo sobre el cuerpo, sino a partir del cuerpo. Por ejemplo, en la danza te dicen qué bailar y tú lo bailas; ¿qué pasa si primero bailas y luego dices qué bailaste?

Un artículo publicado en la revista científica Nature*1 explica que el cerebro, a nivel neurológico, sabe varios segundos antes que la mente consciente cuando alguna parte del cuerpo se va a mover. Es decir, dentro de los recovecos sinápticos de la mente, tu mano sabe antes que tú que se desplazará en busca de esa taza de café. Me imagino a Bárbara conectada con un estado primordial corpóreo, una especie de Arcadia carnosa en donde su cuerpo avasalla a la mente. Una resistencia al cefalocentrisimo agotador de todos los días. Le planteo mi teoría. Ella aclara que no es por dejar a la mente atrás, simplemente, es invertir el orden de los productos para potencializar el resultado. En otras palabras, ¿qué pasaría si aprendemos a escuchar al cuerpo antes que a la mente? ¿Qué poderes, inteligencias y astucias encontraríamos ahí? Pienso en mi madre, quien, a sus 65 años, cuenta que finalmente aprendió a confiar en su instinto. Le cuento a Bárbara y ella me dice: “Claro, la intuición no es una magia, es un saber. La intuición es un músculo”.

BF: Creo que el cuerpo está tan sentadito, tan fragilito, tan calladito. ¡No te raspes, no te caigas, quédate ahí, sentada! El cuerpo está así: shhhh, shu shu. Hay toda una potencia del cuerpo que no está elaborada culturalmente. Mi práctica es estar en una acción, habitarla y después ver qué fue lo que pasó. No es “yo quiero romper esta cosa”, sino “quiero ver cómo se rompe, quiero ver qué pasa cuando me pongo en esa situación”.

Bárbara Foulkes y Abraham Cruzvillegas, vista de la exposición Autorreconstrucción: insistir, insistir, insistir, SAPPS La Tallera, Cuernavaca, 2019. Foto: Melania Sevilla. Cortesía de la artista
Bárbara Foulkes y Abraham Cruzvillegas, vista de la exposición Autorreconstrucción: insistir, insistir, insistir, SAPPS La Tallera, Cuernavaca, 2019. Foto: Melania Sevilla. Cortesía de la artista

En la pieza Insistir insistir insistir, una colaboración con Abraham Cruzvillegas y Andrés García Nestitla, presentada por primera vez en el 2017, Bárbara dio vueltas alrededor de un agraciado y desequilibrado nido de objetos cotidianos, suspendido en medio de una sala grande. Se la observa atada a la escultura con un arnés –un cordón umbilical– que le permite manipular y deshacer el nido a partir de la fuerza de su cuerpo. Cada presentación de la pieza es única.

BF: Encuentro estrategias para que las piezas nunca estén cerradas. Es decir, busco que sean estructuras de acciones abiertas a ser modificadas. Me gusta pensar que las piezas caen en los espacios –no son un paquete pre-hecho– caen y se transforman. También pienso en términos de curiosidad, como lo hacen los niños: “¿De qué es?, ¿cómo es?”.

La curiosidad es diferente a la exploración; esta última invoca banderas y hombres barbudos. La curiosidad, por otro lado, es saltar hacia lo desconocido, una medicina para combatir los síntomas de un mundo volcado hacia las metas y los resultados. En este sentido, la obra es ecuánime; una meditación sobre la suficiencia. Lo que pase es suficiente. No tendría que ser más o menos. Vamos a ver qué pasa, juntas. Bárbara estará igual de interesada que tú.

¿La silla se va a caer? Para la pieza Sin casa, Bárbara colaboró con la artista visual Adriana Riquer para explorar los usos –todos menos los intencionados– de ciertos objetos. La salida fue un performance intervenido por inestabilidades materiales (por ejemplo, objetos posados sobre botellas) que invitaron al descontrol y al accidente. Bárbara crea contenedores de potencial: estructuras dentro de las cuales puede improvisar y replantear las relaciones de poder (léase, acción) sobre los objetos.

Bárbara Foulkes y Adriana Riquer, Sin Casa. Black Box, Cenart, Ciudad de México, 2012. Foto: Carlos Altamirando Allende. Cortesía de la artista
Bárbara Foulkes y Adriana Riquer, Sin Casa. Black Box, Cenart, Ciudad de México, 2012. Foto: Carlos Altamirando Allende. Cortesía de la artista

Aunque no lo sabía en ese momento, Bárbara comenzó su formación artística en la jardinería. Me cuenta de su prepa, un programa que parece ser mitad vanguardia pedagógica, mitad maquinación para procurar trabajadores adolescentes gratuitos. En el Jardín Botánico de Buenos Aires, Argentina, Bárbara y sus compañeros podaban árboles, paleaban cercos y dibujaban flores.

BF: Me acerqué a la naturaleza y aprendí cómo funcionan los espacios en relación a lo vivo. El paisajismo te enseña a pensar en ciclos: cuándo caen las hojas, cuándo florecen las plantas, la distancia entre las raíces y cómo se mueve una semilla de un lugar a otro. La naturaleza es una coreografía.

En 2019 se presentó ¿Cómo respira una escultura?, una pieza conformada por muchos cuerpos suspendidos a diferentes alturas y en ángulos cambiantes: una retícula viva. Durante el performance, Bárbara repartió tubos de PVC entre los danzantes, de tal manera que se fueron conectando y desconectando. Algunos los agarraban con las manos, otros, entre las piernas. Parecen diagramas de moléculas: los cuerpos son los núcleos y los tubos que los conectan son enlaces entre electrones de cargas opuestas. Creo que así debe ser la mente de Bárbara, una constelación en fast-forward, rizomática y luminosa.

Bárbara Foulkes, ¿Cómo respira una escultura?, Quinto laboratorio internacional de danza Panamá Aérea 2019. Foto: Alegre Saporta. Cortesía de la artista
Bárbara Foulkes, ¿Cómo respira una escultura?, Quinto laboratorio internacional de danza Panamá Aérea 2019. Foto: Alegre Saporta. Cortesía de la artista

Estoy nuevamente en la clase de danza. Empiezo a correr en círculos y con cada paso mi cuerpo se despega más del piso. El radio que trazo crece y, de repente, alcanzo a dar media vuelta en el aire; mis manos llegan al piso y el cuerpo se relaja, a la “heroína desmayada”. El arnés se encaja dolorosamente en mis muslos, pero vale la pena sentir la imposibilidad posibilitada de caer.

Sofía Ortiz

Imagen de portada: Bárbara Foulkes, Reloj de arena, 2021, Quintana Roo. Cortesía de la artista

*1:https://www.nature.com/news/2008/080411/full/news.2008.751.html

Publicado el 27 mayo 2021