Reseña
por Stefanía Acevedo
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Ana Hernández (Santo Domingo Tehuantepec, Oaxaca, 1991) inauguró el pasado 3 de febrero su primera muestra individual en la galería Campeche.
Exigir a los procesos identitarios que resuelvan nuestras dudas, que sean transparentes, que nos enseñen lo que no sabemos y así podamos, en una segunda mirada, decodificarlos es una tentación que surge cada vez que nos enfrentamos a la opacidad como práctica. La resistencia a los procesos de traducibilidad inmediata se atestigua en la obra de Ana Hernández. Justamente, sólo desde esa posición es que las piezas honran el territorio y raíces de la artista; ese espacio en que mantiene la distancia y el cuidado. Sin embargo, en Ladi Beñe esto acontece desde una seducción ambivalente entre dejarnos ver demasiado y, al mismo tiempo, hacernos saber fuera del código, de la lengua y de las referencias. Esta opacidad estratégica se muestra en uno de los cuadros donde se lee: “bini diidxaza binni binniza”, palabras que me confrontaron como espectadora ingenua que buscaba entender un juego lingüístico en zapoteco.
Hernández sabe cómo guiar la mirada de sus espectadoras, utiliza la interacción entre el lodo y el oro como dos elementos que de inmediato nos enfrentan a nuestros imaginarios más estériles sobre la pertenencia y valor de uno y otro. En palabras de la artista: “nadie quiere mancharse de lodo. […] El lodo siempre ha sido menospreciado y, en algún momento, fue la referencia para denominar lo que era la pobreza. La tierra en las calles señalaba que gente de ahí eran pobres. Yo creo que no. La tierra es lo más importante”.
El video-performance realizado por Hernández nos invita a escuchar la musicalidad que acompaña Ladi Beñe. “Es muy importante mencionar que con esta música crecí, es una música de la Banda Princesa Donají del Istmo de Tehuantepec. Es la música que acompaña esta danza y tiene una forma poderosa con el performance: Cada movimiento de fuerza de mi cuerpo cae con el compás musical”, nos dice la artista. Esos sonidos hacen parecer ligeros los movimientos en espiral que Hernández realiza mientras carga sobre su espalda la escultura del pez sierra que evoca la danza del “Son del pescado”. Esta es una danza ritual donde un pez sierra escapa de los pescadores, sólo interpretada por hombres, lo que animó a la artista a interrumpir ese imaginario y realizar la danza en medio de un campo con un gran charco de lodo. “Desde niña me preguntaba, ¿por qué era practicada sólo por hombres? Yo me veía a mí misma haciendo esta danza”. El cuidado con el que se repiten los rituales conocidos genera en la obra de Hernández esa tensión necesaria entre opacidad y transparencia. Por un lado, hay un generoso ejercicio de compartir su propia historia y herencia en su trabajo y, por otro lado, sabemos que estamos frente a la propia interpretación de la artista, sin ninguna pretensión de situarse en un origen esencialista, sino en la transformación de continuar con esa danza y su cultura en otro registro.
El video-performance es mi pieza favorita porque podemos ver el esfuerzo que realiza Hernández para cargar su pieza y sostener el baile al mismo tiempo, así como la respiración agitada con la que atestiguamos su cansancio al final de la danza. Este performance, como señala la artista, es el punto de partida de todas las piezas que componen Ladi Beñe. El espiral que Hernández dibuja con su cuerpo sobre el lodo se encuentra también en las esculturas de oro, al fondo de la galería. Los ojos, como me explicó, son también una metáfora de lo que se abre y cierra cuando vivimos y morimos. “En mi trabajo los elementos vienen de la tierra y al final creo que ella es tanto el origen como el fin. La vida y la muerte se tocan en la tierra.” Los 7 cuadros que componen la muestra dan cuenta de su conocimiento sobre la materialidad de la tierra, Hernández logra mantener la profundidad en sus trazos, así como los patrones y grietas que también horadan la superficie de sus lienzos. Dar lugar a las texturas en sus cuadros también evoca la ancestralidad textil del Istmo de Tehuantepec.
La trampa, como siempre y en cada uno de los gestos del arte, es quedar capturadas en la red, como el pez sierra, que impide a las artistas seguir jugando y no soltar su deseo con tal de responder a la mirada del otro. Y ahí Hernández toma el riesgo de encontrarse como una artista reconocida que tendrá que esquivar, como hasta ahora me parece que lo hace su obra, la exigencia de la transparencia absoluta y poder divertirse desde la potencia gozosa en ese camino. Como dice: “El pez no está danzando de felicidad, es un pez que está luchando por no ser atrapado”.
¿Cuándo quedar capturada por una atalaya puede ser también un signo de la fortuna?
En esa pregunta me quedé pensando ante el monumental pez sierra bañado en oro que se encuentra al centro de la sala, suspendido sobre un montículo de tierra. Es un pez al que ya atraparon porque lo cubre una red dorada. No sé bien qué contestar a mi pregunta, los signos de la fortuna son siempre opacos, muchas veces se necesita tiempo para entender que lo acontecido fue, en efecto, fortuna.
Ladi Beñe puede visitarse hasta el 29 de marzo.
Publicado el 6 marzo 2025