Isabel Nuño de Buen presenta en Lulu algunas de sus obras más recientes, de la serie Codex. El título lleva a varias reflexiones, derivadas de los quehaceres artísticos que imaginan espacios a los cuales migrar para dejar atrás un mundo en decadencia. Ya en contacto con las piezas, no encontramos narraciones ni signos legibles, sino varios objetos anómalos, desbordantes de detalles que nutren su rareza. No se distingue ningún horizonte y tampoco algún protagonista. Hay que verlos con detenimiento.
Aunque resulta relativamente sencillo advertir que los seis codex tienen algo en común, las particularidades de cada uno persisten. Parecen compartir la anatomía de un palimpsesto: elementos que tienden a lo plano, todos apilados, formando capas. La planitud se interrumpe por la tridimensionalidad orgánica propia de la materialidad de algunas capas. Están presentados a muro, pero no funcionan como cuadros ni como ventanas. En la cercanía exponen el ruido de sus entrañas y, cuando se toma distancia, los ojos los recorren sin que algún punto focal permanezca estable.
La peculiar visualidad de estas piezas muestra frontalmente algunas de sus dimensiones, al tiempo que oculta otras. Una cierta lectura podría indicar que la superposición de estos elementos inaugura una promesa en el tiempo: empaquetar aquello para que alguien lo encuentre y, en el mejor de los escenarios, lo interprete. Sin embargo, el futuro que intenta alcanzar dicha promesa es tan difuso e improbable que, en un brusco cambio de perspectiva, quizá estos objetos buscan la concreción final de asuntos que desconocemos. Liar aquello que no queremos volver a ver desplegado. Las obras flotan simultáneamente en ambas direcciones, sobre aguas que las erosionan y delatan su delicada factura. El agua atenta contra el papel como el tiempo contra su contenido.
Y es que estos objetos, discretamente, insinúan un espacio submarino. Otro tiempo y espacio al que no se puede llegar a pie sino tal vez nadando, sumergiéndose. Contamos con algunos indicios de ese ecosistema: la luz, que aprovecha el color lila del suelo para balancear lo cálido y lo frío; la humedad, impregnada en el papel maché del que están hechas las bases de la mayoría de los piezas; líneas y texturas que parecen provenientes de flora y fauna subacuática, de presencias que, aunque orgánicas, en nada se asemejan a un homínido. Una potencia emana de este imaginario. Convendría que algunos de nuestros ejercicios especulativos, en vez de elevarse hacia mundos ideales, desciendan hacia lo profundo, donde la física y la respiración funcionan diferente.
Puede objetarse que, por momentos, la consistencia de las obras reposa por completo en la experimentación plástica, en la gozosa mezcla de materiales que dependen de algún principio de composición interna. Hay algo de eso, no obstante, una séptima pieza ofrece una pauta para ensanchar la hipótesis. No es otro codex y tampoco tiene título. Se trata de una especie de tubo o manga que guarda varios tramos de cuerdas, adornadas con pequeñas cuentas en cuyos acabados policromados vuelve a resonar el mar. Las cuerdas fueron fabricadas por la propia artista, un gesto que se acerca más a la desolación de un naufragio que a la virtud del trabajo técnico. Producir la cuerda no significa todavía producir las ataduras. El objeto se mantiene en reposo como un sobrante o como un potencial recurso de supervivencia, subrayando la meditada exploración de los ensambles donde es utilizado.
Isabel Nuño de Buen, Sin título, 2021. Cerámica, cuerdas hechas a mano, 120 X 4 cm. Foto: White Balance. Cortesía de Lulu
La presencia de las cuerdas se integra a una notable variedad de hilos, cintas y cordones. Los más delgados, suturan una piel de gasa que envuelve papeles varios doblados como cartas, dibujos y recortes. Los más gruesos se encargan de unir los volúmenes más grandes. Este juego de amarres recorre los bordes y superficies de cada capa pero también de su totalidad exterior, explicitando la labor de “poner junto a”. Cada nudo muestra un cruce entre fuerza y destreza que, por medio de la materia tensa, mantiene agrupados elementos que la marea amenaza con dispersar. Caben aquí una serie de cuestionamientos sobre los propios haceres, azotados por un oleaje de incertidumbres: ¿Qué cosas quiero que permanezcan juntas?, ¿es esta la mejor manera de anudarlas?, ¿cuáles hilos estoy utilizando para posibilitar su unión?, ¿resistirán?
El trabajo de Isabel Nuño de Buen presentado en esta exhibición enriquece una vieja conversación sobre las capas que conforman nuestras visiones de la realidad, a través de una profunda reflexión material. La presencia de factores como la fragilidad, el desgaste y la irregularidad, es útil para insistir en las complejidades detrás de la conformación de nociones objetivas, así como en la innegable presencia de rasgos subjetivos imbricados dentro de las mismas. La disposición espacial tan característica de Lulu enfatiza provechosamente el enigma latente de la obra, que invita a escucharlo antes que a resolverlo.