Esa vorágine curatorial. Conversación con Tania Ragasol
por Carolina Magis Weinberg
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En la curaduría más reciente de Tania Ragasol la mesa es un elemento central como lugar de encuentro y de lo común. La mesa es un espacio compartido en potencia: siempre a la espera de lo que está por suceder. Una mesa es una posibilidad. Me reuní con Tania en una mesa para platicar, abriendo desde la palabra el universo de la curaduría.
Iniciamos el diálogo, quería conocerla, así que le pedí que me contara su vida. Tania lleva muchos años dedicada a la labor curatorial y ha experimentado sus múltiples y muy diversas dimensiones. Me contó que una profesión como la curatorial implica una autoexigencia personal constante centrada en la necesidad de ser y sentirse útil, de poderlo todo, de hacer, hacer y seguir haciendo, de ejecutar y resolver; una forma de vida que significa mucha alegría, pero también presión y agotamiento. Se van sumando a la conversación diferentes ejemplos y experiencias de vida con las que Tania intenta abarcar la complejidad de su práctica. De pronto, entre sus palabras emerge un término específico que permite sintetizar todo, me dice que vive inmersa en una “vorágine curatorial”. Las palabras resuenan densamente mientras las escribo, tienen un peso particular. Esa es justamente la clave: curar es un remolino impetuoso, un vórtice centrípeto, una pasión desenfrenada, una aglomeración de sucesos. Curar es decidir quedarse dentro del torbellino.
Tania narra cómo ha vivido este remolino en primera persona, con su experiencia desde distintos flancos. Me cuenta cómo al inicio de su carrera pudo presenciar la defensa del Edificio Balmori, en 1990, y atestiguar de primera mano lo que el arte puede lograr. Evocó la potencia del momento, capturado en una icónica fotografía de Carla Rippey colgada de cabeza en el Balmori, una imagen llena de la efervescencia política de ese momento histórico en el que el arte pudo detener la destrucción. Una situación en la que el arte fue una protesta, pero también una fiesta y una celebración. También hablamos de cómo en esos años noventa ella empezó a vincularse con la escena artística, de su paso como coordinadora de la revista Poliester, pintura y no pintura, y de la experiencia casi orquestal que significó adentrarse en ese fascinante proceso editorial. Luego mencionó los avatares propios de la profesión curatorial en la que se ha vinculado desde diferentes instituciones públicas, privadas y también proyectos independientes en diferentes momentos y a diferentes escalas a lo largo de su carrera: Museo Carrillo Gil, Museo Tamayo, Museo de Arte Moderno, Zona Maco, Casa Vecina, InSight_05, Cobertizo. Cada espacio con una dinámica propia, además de retos y potencialidades específicas.
Cortesía de Tania Ragasol
Para sobrevivir a la vorágine en la curaduría, también hay que trabajar en colectivo. Desde 2020 forma parte de Oficina Particular junto con Roberto Velázquez y Gabriela Correa. Se trata de una cooperativa profesional de asesores de arte contemporáneo. Tania lo describe como un colectivo que se hace y deshace conforme aparecen oportunidades, en el que trabajan para la misión que cada proyecto requiere y donde cada quien comparte su saber y conocimiento específico. Un proyecto especial fue Curaduría de Guerrilla, en el que también participó Sebastián Romo, una serie de exposiciones en la vitrina de una tienda en la colonia San Miguel Chapultepec. La principal característica del proyecto fue curar para un espacio al que no era necesario entrar, sino que se veía desde fuera, pudiendo así llevar las conversaciones de arte contemporáneo a pie de calle. Invitaron a otras curadoras a participar: Marisol Argüelles, Violeta Celis y Paola Eguiluz, quienes a su vez trajeron nuevas voces a la conversación. Tania se ilumina mientras describe este proyecto como la primera vez que como equipo fueron dueños de todos los procesos de la vorágine, en un trabajo de malabarismo constante, intenso y, sobre todo, colaborativo.
Cortesía de Tania Ragasol
Esta suma de experiencias la ha llevado a un momento actual, que reconoce como un tiempo distinto, posterior a la pandemia, en el que la pausa obligada le permitió desacelerar la máquina curatorial. Vorágine que se volvió a encender en 2024, después de haber sido seleccionada con la propuesta curatorial del Pabellón de México en la Bienal de Venecia. Así, entre ires y venires a diferentes ritmos, empezó a considerar la necesidad de explorar su propia historia como un archivo, incluida su historia familiar y la huella de su propio recorrido en el camino de la curaduría.
Al describir la práctica misma e intentar puntualizar la esencia del trabajo curatorial, Tania ahonda en la necesidad de detenerse frente a la vorágine interminable y formar alianzas. Me cuenta que considera que ser curadora es una labor muy distinta a la de ser artista: la artista es quien sale a la batalla, la curadora es quien se queda del otro lado de la trinchera. Sin embargo, también queda claro que en realidad las dos caminan juntas porque la práctica curatorial es necesariamente una actividad creativa. En este diálogo con el exterior se construye entre la artista y la curadora una mancuerna, una complicidad desde el afecto.
Tania destaca una aventura curatorial muy especial como testimonio del poder que generan las alianzas y el cariño en los proyectos artísticos. En noviembre de 2020 viajó a León, Guanajuato, para conocer un proyecto muy novedoso: Trámite. Buró de Coleccionistas. Iniciado en 2017² por Bianca Peregrina y Miguel Loyola en Querétaro, este proyecto tiene el objetivo de formar públicos y nuevas redes en el contexto específico del Bajío. Al contarme todos los detalles, Tania sonreía; la energía le recordaba a los momentos más emocionantes de los inicios de su carrera curatorial, algo de esa pulsión efervescente de los noventa, combinada con muchísima alegría y complicidad. Este proyecto se enfrenta al enorme reto de activar una comunidad y tratar de generar una escena local fuera de los centros de poder que existen en México. Ante los ojos de Tania, este joven proyecto está lleno de deseo de apertura en clave de futuro. A ella le ha tocado la suerte de acompañarlo, destaca que llevan ya muchos años dándole forma a este sueño y han logrado construir un ritmo propio que les permite crecer y mantenerse. Considera que ha sido un acierto invitar a perfiles curatoriales muy variados siempre con la apertura y bondad de escuchar a todas las voces.
Zootropo: 7 proyectos de animación, 2008, Museo de Arte Moderno, vista de exposición. Cortesía del MAM
Tania continúa su narración y señala que la curaduría es una labor de articulación, incluso la plantea específicamente como una labor de traducción. Así como la palabra vorágine, escucho la palabra traducción e inmediatamente me detengo a tomar nota, este también es un término denso, pesado, que ancla nuestra conversación. La traducción es un torbellino, es situarse en la complejidad de dos mundos, es acompañar el tránsito de una idea de un puerto a otro. Un desplazamiento que también requiere de profunda complicidad.
Es relevante resaltar aquí lo que implica la traducción como oficio. Para la escritora Natalia Ginzburg¹ la traducción es un acto de servir. Quien traduce utiliza la misma herramienta que quien escribe, la palabra, pero con una función distinta. Así esa labor “entre meticulosidad y fiebre” hace que la traducción signifique tener que aprender un lenguaje nuevo en cada ocasión. En la curaduría, cada proyecto supone hablar también un lenguaje distinto, se trata de encontrar un lenguaje en común entre artista y curadora.
Ginzburg describe una sutil duplicidad: “Traducir significa pegarse y aferrarse a cada palabra y escrutar su sentido. Seguir paso a paso y fielmente la estructura y las articulaciones de las frases. Ser como insectos sobre una hoja y como hormigas en un sendero. Pero mientras tanto mantener los ojos alzados para contemplar todo el paisaje, como desde la cima de una colina. Moverse muy despacio, pero también muy deprisa, porque en tanta lentitud está y debe estar presente también el impulso de recorrer a gran velocidad el camino.” La curaduría es entonces esa vorágine silenciosa en la que hay que andar muy rápido y muy lento al mismo tiempo, ver a la vez la hoja y el paisaje.
Lo cierto es que Tania lleva mucho tiempo ampliando su labor traductora-curatorial tanto en la palabra escrita como en la hablada, buscando nuevas formas y nuevos espacios. El podcast es uno de ellos, espacio sonoro que abre para lo visual, como en Visor, programa de historia del arte contemporáneo en la plataforma Convoynetwork. En él busca narrar la historia del arte desde el punto de vista particular de quienes la vivieron. Con esta herramienta teje memorias personales con la historia del arte reciente en México para hacer un recuento de la escena artística de los noventa hasta ahora. La idea es sembrar preguntas y permitir la creación de nexos desde la palabra entre lo personal y lo profesional como experiencias indisociables. El podcast, que también es una publicación, ha podido tender puentes para escuchar las experiencias de personas como Karen Cordero, Rocío Mirelles y Guillermo Santamarina. La Historia también es esa pequeña historia en minúsculas.
Erick Meyenberg: Nos marchábamos, regresábamos siempre, 2023. Pabellón de México en la 60ª Bienal de Venecia. Foto: Andrea Avezzù. Cortesía: La Biennale di Venezia
Nos acercamos finalmente al vórtice de la conversación. Hablamos del proyecto para el Pabellón de México en la 60º Bienal de Venecia en 2024: Nos marchábamos, regresábamos siempre del artista Erick Meyenberg. Esta aventura curatorial también es la síntesis de las complicidades, afectos y labores de traducción que han caracterizado su trabajo. Tania resalta que el proceso partió de una situación curatorial muy especial, ya que debía acercarse a la temática general establecida a priori por Adriano Pedrosa para el Pabellón Central: el extraño/extranjero en todas partes (Strangers Everywhere). En este sentido, su labor de traducción cobró particular relevancia ya que, por un lado, se trataba de participar en la convocatoria del INBAL y de la Secretaría de Cultura, que por primera vez fue pública, con una temática establecida; mientras que, por otro lado, debía construir una mancuerna con la visión artística del proyecto personal de Erick Meyenberg. Tania destaca cómo navegó la vorágine en profunda complicidad con Roberto Velázquez y Gabriela Correa, en un pensamiento colectivo tanto artístico como curatorial que se centró en el uso del espacio como un todo: resultó fundamental pensar en la traducción de la pieza de Meyenberg al contexto específico del pabellón nacional.
Es así como la vorágine curatorial en la que vive inmersa Tania Ragasol se sigue amplificando, creciendo y enroscando. Es así también como podemos escuchar una vida y una forma específica de hacer esa curiosa y específica labor traductora que es la curaduría, mientras se siguen buscando mil giros más en el remolino. Nos levantamos de la mesa, seguimos hablando todavía sobre mil proyectos más. Nos despedimos y, sin embargo, la conversación apenas está comenzando.