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Entropía y amistad: la curaduría de Luis Muñoz en ‘Fruit of the Doom’

Reseña

Entropía y amistad: la curaduría de Luis Muñoz en ‘Fruit of the Doom’

por M.S. Yániz

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5 min

Siempre que entro a donde fuera el Sindicato de Electricistas –en la colonia Juárez, CDMX, que alberga a Luzy y a otros proyectos como la galería Relaciones Públicas–, pienso en Elba Esther Gordillo, en la Segunda Internacional y en Jacques Derrida. Soy atravesado por una serie de fantasmas producto de ensoñaciones de la colectividad. Esta vez fui a la galería, cada una de sus exposiciones, entre ellas Fruit of the Doom, confirma que hay espacios donde todavía es posible sentir respeto y pasmo por los objetos.

Fruit of the Doom reúne a los pintorxs Luis Diego Abril, Maggie Chavarri, Chelsea Culprit, Matero Miranda, Ileana Moreno, Andy Punk y al escultor Emanuel Juárez. En toda la muestra parece que algo explotó, que estamos dentro de un espacio que se expande. El trazo de las pinturas, el acomodo de los elementos y la tesitura desgastada de los colores dan la sensación material de entropía, como si el estallido no destruyera, sino que reacomodara los fragmentos en una nueva lógica visual. El resultado es un movimiento perpetuo, un dinamismo que obliga al espectador a recorrer la exposición con la mirada inquieta. Como si cada pintura, más allá de sus representaciones, sostuviera el desgaste, la repetición y la indiferencia temporal.

Pese a ese core visual, me aparecía como un misterio el deseo de juntar esas obras en una muestra. Entonces mi pensamiento se adentró en el curador: Luis Muñoz, alias The New Doctor, quien también es artista y escritor. A Luis lo conocí en 2014, cuando era el adolescente de la mochila en las inauguraciones, siempre llevaba un cuaderno con mapas afectivos de la ciudad que hacía compulsivamente. Fueron años después que sus intuiciones curatoriales se hicieron públicas en Ciudad de México (antes tuvo una galería en Guadalajara) con su pieza Breve ensayo sobre la decadencia de la contracultura (2023) expuesta en El fin de lo maravilloso: Cyberpop en México –curada por Karol Wolley, en el Museo Universitario del Chopo– donde dejó claro que para él la curaduría y el arte son una red conceptual atravesada por una narrativa personal y fuerzas del mercado global.

Vista de la exposición Fruit of the Doom, cortesía de lxs artistas y Relaciones Públicas. Foto: Bruno Ruiz
Vista de la exposición Fruit of the Doom, cortesía de lxs artistas y Relaciones Públicas. Foto: Bruno Ruiz

Cuando no son temáticas, las exposiciones colectivas están marcadas por las huellas de lo ingobernable. El trabajo de síntesis que la razón y el ojo deben hacer para lograr una imagen mental de lo expuesto es descomunal o fallido. Confieso que cuando me enteré de la muestra Fruit of the Doom deseé entender más del “formalismo mariguano”, como The new Doctor lo llama, o del “formalismo chorreado”, como lo bauticé yo: “un derivado suave de las formas que tranquilizan la psique”, en palabras del filósofo Byung-Chul Han. Pero no, en su lugar presentó pintura postidentitaria que sueña con Guadalajara o que está asediada por el fantasma del Bajío. El mismo flujo organiza la vida cotidiana y también organiza la estética: conversaciones entrecortadas, imágenes compartidas, texturas digitales y proyectos armados con pedazos de tiempo. Hay en las pinturas la contemporaneidad de la comunicación actual: muchos elementos en una nebulosa sin teleología. Quizá ese es el ojo de Luis Muñoz: la movilidad perpetua, una pintura que no busca fijarse en una imagen estable, sino que encarna aceleración, ansiedad y deseo de moverse a lo que sigue.

Emmanuel Juárez, Wi-f router 2, 2025, Bronce a la cera perdida, 14 x 24 x 17 cm. Cortesía del artista y Relaciones Públicas. Foto: Bruno Ruiz
Emmanuel Juárez, Wi-f router 2, 2025, Bronce a la cera perdida, 14 x 24 x 17 cm. Cortesía del artista y Relaciones Públicas. Foto: Bruno Ruiz

La muestra abre con un epígrafe de Lyman Zerga: “Que la curaduría no le estorbe al arte”. Hace apenas unos años, lo más hot era ser curador. Curar se volvió el lugar de enunciación en medio de los excesos y la incertidumbre del mercado. Como escribió Georges Perec –sin proponérselo– como método curatorial: pensar, clasificar. Pero hoy esa fiebre se ha enfriado, todos siguen curando, sí, pero ya no es tan hot. Se cura por inercia, capricho o deseo.

En Fruit of the Doom la curaduría aparece como un gesto mínimo, casi negado, que busca un regreso a la pureza del arte en su ser llano. El argumento central no es más que la amistad y la casualidad. El propio Muñoz lo confiesa en su texto: “los hilos conductores de esta muestra son una serie de llamadas telefónicas, conversaciones de WhatsApp, caminatas, reparaciones por lluvias… y el elástico de un calzón de supermercado”.

Vista de la exposición Fruit of the Doom, cortesía de lxs artistas y Relaciones Públicas. Foto: Bruno Ruiz
Vista de la exposición Fruit of the Doom, cortesía de lxs artistas y Relaciones Públicas. Foto: Bruno Ruiz

Con esto Luis plantea que la curaduría son “los amigos que hacemos en el camino”, no sólo esa protodisciplina que es cómplice de la globalización. Fruit of the doom refresca la mirada por negar el orden que constantemente se le exige a la curaduría: sistematizar, develar, hacer un enunciado erudito, iluminarnos, etc… Y sin embargo, como toda negación, también se inscribe en lo que rechaza: pues la anticuraduría es otra forma de curar, otra manera de negociar con las lógicas de circulación del prestigio. Lo que deja es la honestidad de la lógica cultural, el afecto y la patria, al tiempo que nos expone a lo que ya no estamos acostumbrados: objetos interesantes disímiles que tenemos que ver en su singularidad, sin un algoritmo que los acomode o un enunciado que nos calme.

La curaduría de Muñoz se niega a entregar una exposición digerida, rechaza que el acto de curar implique también interpretar. Al contrario, al no dar esa síntesis, la muestra convoca a mover de lugar nuestra forma de vivir el arte. Aquí la entropía desacomoda ese deseo de orden –vistazos que corroboran enunciados– y nos regresa a ese momento que tal vez Muñoz anhela: “el arte más allá de la lógica de mercado”, “el arte como una apuesta por una sensibilidad compartida” o “el arte sin mediación”. A mí me llevó hacia allá; confieso que llevaba tiempo sin ser conducido a un saber que resultara de una exhibición. Y quizá por eso este texto no abona a la erudición o ilumina una idea genial, sino que se limita a plantear que aún hay modos de producir extrañeza y sensibilidad por objetos no codificados, lo cual es un acierto y un respiro dentro del mapa cultural de los contenidos.

M. S. Yániz

Publicado el 14 septiembre 2025