Entrevista a Sofía Fernández Díaz (o tacos de Bucareli)
por Sofía Ortiz
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Sofía Ortiz — Es bastante nuevo este teléfono.
Sofía Fernández Díaz — ¿A poco es tu primero voice memo?
SO — Sí, me lo acabo de comprar, voy rebotando de celular en celular.
SFD — De fallita en fallota.
SO — No hemos pedido verdá.
SFD — Yo quiero uno de camarón.
SO — ¿Cómo te fue en la residencia? La de Baja California.
(Entra la música peruana: un señor con una guitarra y flauta de pan montada sobre la misma, tocando y soplando ‘the sound of silence’)
SFD — ¡Uff!! La casa se llama "Earthship"... es majestuosa… la cantidad de diversidad: selva, desierto, playa, bosque… el mar, otro pedo... nadé con tiburones… algo tiene ese lugar que te enfrentas contigo misma.
SO — ¿Te mandó pa’ dentro?
SFD — Mucho. Me urge la naturaleza, es un estado perfecto.
SO — ¿Y la expo de Karen Huber? ¿ya fuiste?
SFD — No me dejaron entrar con Badú. Está deprimido desde que regresamos a la ciudad.
(Entran otros señores a tocar. Paro la grabación)
Badú en el estudio de Sofía Ortiz y Sofía Fernández Díaz, Julio 2019Vista de instalación, Nueva piel para una vieja ceremonia, Galería Karen Huber, noviembre 2019. Foto: Octavio Rivadeneyra
24 horas después
Me doy cuenta de que de todo el archivo de audio, 73:02 min, sólo se grabaron los primeros 7:02 min. Entonces me hallo aquí, en este café chafa de la Condesa, intentando reconstruir nuestra conversación. A partir de ahora esta entrevista está a merced de mi memoria, con derecho de réplica de la entrevistada.
Sofía Fernández Díaz, Detalle de instalación hecha en Estancia Las Playitas Todos Santos. Tintes naturales, sombras, bordado y cuarzos del desierto, noviembre 2019 (trabajo en proceso). Foto: Sofía Fernández Díaz
En algún momento Sofía me dice que le cuesta mucho trabajo hablar de su obra. Yo la presiono un poco, “seguramente lo has tenido que hacer antes”, empujo. “¿Qué es lo que dices cuando tienes que decir algo?”. Repite: “no sé, no sé, no sé”. Luego me dice que para ella la obra está en el cuerpo y yo imagino su necesidad de crear como ondas eléctricas atenuadas que viajan debajo de su piel. Dice que por eso ella pinta y hace escultura, porque nunca le han funcionado las palabras. Ahí, en ese acto, está lo que quiere decir.
Me cuenta que en su última residencia, en Todos Santos, Baja California, empezó a ver todo más de cerca. ¿Empezó o regresó? En algún momento le pregunto si su obra avanza a partir de descubrir intereses nuevos o, más bien, a partir de excavar los que ya están ahí - similar a la pregunta si las matemáticas se inventan o se descubren - y estamos de acuerdo en que los intereses del artista parece que se forman desde muy niña, como el resto de la persona. Hacer obra es un eterno regresar a las mismas pocas cosas que siempre te han jalado.
La obra de Sofía es colorida, terrosa y artesanal. Usa elementos orgánicos como el barro, la cera y los tintes naturales para realizar pinturas y esculturas abstractas que definitivamente son abanderadas del arte procesual. Me sorprendió escuchar que sus juguetes nuevos son un lente microscópico para el celular y una cámara de video. Me contó que está filmado texturas muy de cerca, maravillada por coincidencias visuales a diferentes escalas, como los caminos trazados por gotas sobre vidrios, parecidos a los caminos que trazan las estrías por unos muslos. Esta última imagen no es la que ella usó; creo que nos parecemos en la fascinación por los detalles.
Durante su residencia proyectó los videos sobre telas instaladas en un pasillo largo junto al mar. Dice que la tela es algo que le llama al ser un material muy íntimo. “Me encantaría hacer ropa, pero no sirvo para eso”, dice. En Oaxaca, donde vivió un par de años después de ganar la Bienal Tamayo en el 2014, Sofía dejaba telas a la intemperie para luego trazar las topografías del moho con pintura, hilo y lápices. Ahora trabaja colgando telas delgadas en pasillos largos junto al mar para crear túneles de color expandido que, como la gasa a la herida, puedan envolver a un cuerpo. Le interesa el trabajo lento, repetitivo: el bordado, las chakiras. Le pregunto si ve su arte como político al usar formas tradicionalmente femeninas. “Quizá… no sé”, contesta. En ese momento me llega la imagen muy clara de Sofía sentada en un cuarto sin moverse, bordando una tela durante horas. Me la imagino quieta, tranquila y enfocada, sin pensar. Me doy cuenta de que para mí el gran común denominador en su trabajo es el tiempo y entiendo por qué empezó hablando de su cuerpo. Su trabajo es el registro de su cuerpo duracional, es decir, mediante puntadas, chakiras y trazos vemos que estuvo ahí mucho tiempo. Y no sólo está presente, también es imperfecta y acepta errores: las puntadas del bordado son irregulares, la cera accidentada. Un cuerpo existiendo quedito es una resistencia al mundo progresista, aunque una resistencia sutil puede pasar desapercibida. Quizá Sofía no puede hablar fácilmente de su obra porque la tiene demasiado enterrada en el cuerpo, cualquier discurso obvia el contenido de su trabajo al grado de volverlo vacío.
Un pez no sabe qué es el agua.
Sofía Fernández Díaz, Detalle de instalación hecha en Estancia Las Playitas Todos Santos. Tintes naturales, sombras, bordado y cuarzos del desierto, noviembre 2019 (trabajo en proceso). Foto: Sofía Fernández Díaz
Hablamos de más cosas: de vivir en el campo o en la ciudad, de como salió de la gráfica buscando materiales menos tóxicos y se clavó con la harina, de cómo la prepa fue horrible, de cómo se quiere ir a vivir al mar, de cómo busca un depa pequeño (¿alguien sabe de algo?), de el artesano vs. el arte (no estuvimos de acuerdo).
Sofía Fernández Díaz, Detalle de instalación hecha en Estancia Las Playitas Todos Santos. Tintes naturales, sombras, bordado y cuarzos del desierto, noviembre 2019 (trabajo en proceso). Foto: Sofía Fernández Díaz
Nos fumamos un cigarro en el umbral y nos despedimos. Quizá la vea mañana.