En búsqueda del éter. Sofía Bassi + Elena del Rivero en Travesía Cuatro
por Verana Codina
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Travesía Cuatro presenta su más reciente exposición conjunta de las artistas Sofía Bassi (Veracruz, 1913-1998) y Elena del Rivero (Valencia, 1949). Aunque estrictamente se trata de la obra de dos, parece como si la muestra le perteneciera a una colectividad de mujeres que en intercambios y conversaciones –en su mayoría indirectas y en temporalidades distantes– ayudaron a definir un lenguaje visual de lo místico en el arte moderno.
Y es que la correspondencia es innegable. Por un lado, del Rivero en su homenaje a la pionera del arte abstracto Hilma Af Klint y, por el otro, Bassi como contemporánea de las surrealistas Leonora Carrington y Remedios Varo. En este texto celebro la posibilidad de su convergencia –incluso si no es de manera física– dentro de un mismo espacio. En su complicidad descubro que la abstracción y el surrealismo –a pesar de que varían en su aproximación a la figuración– coinciden al formularse en y desde el interior del ser: en la búsqueda del espíritu en el caso del arte abstracto y en el acceso al inconsciente en el caso del surrealismo, ambos con la finalidad de volver a los antiguos órdenes que regían la compresión humana cuando el mundo material y anímico fueron una vez inseparables.
Si nos aproximamos a la exposición desde una perspectiva feminista, no es coincidencia la resonancia de una figura como la de Af Klint, quien desarrolló un lenguaje pictórico abstracto desde 1906, mucho antes que Wassily Kandinsky. Ello, en sintonía con el peso que supone hasta hoy en día la iconografía desarrollada en la pintura surrealista, particularmente de autoras como Carrington y Varo, quienes lograron instaurar –más que cualquiera de sus homónimos– una simbología inconfundible, apoderándose y haciendo suya la visualidad de esta vanguardia.
Esta herencia simbólica nos habla de cierta preferencia por un código visual y de representación que está asociado al género femenino, fuertemente influenciado por la alquimia y otras prácticas esotéricas habituales en siglos pasados. El uso de símbolos proviene de la teología, el misticismo y el ocultismo, procedente de un léxico medieval. Una era en la que lo racional y lo irracional, lo científico y lo espiritual, se entrelazaron indiferentemente y donde se estaba en el entendido de que toda la materia del mundo se encontraba conectada entre sí como parte de un todo. No existía rivalidad entre las fuerzas del hombre y la plenitud de la naturaleza.
Obra de Sofía Bassi. Cortesía de Sofía Bassi y Travesía Cuatro. Foto por Ramiro Chaves.
En este sentido, el bosque –un símbolo recurrente en las pinturas de Bassi– representa el lugar donde se descubre lo oculto y toma forma lo desconocido; a pesar de su aparente hostilidad, puede ser penetrable si realmente se tiene el deseo de acceder a sus profundidades. De pasar el umbral –en un tránsito del consciente al inconsciente, comparable al proceso de libre asociación adoptado por los surrealistas y nombrado automatismo– es posible encontrar y habitar un mundo en el cual todo ser converge. En sus enigmáticas imágenes existe siempre una tensión entre binarios: interior y exterior, tierra y cielo, inframundo y paraíso, fertilidad y sequía, luz y oscuridad, apareciendo incluso en un mismo lienzo, creando equilibrados paisajes duales que tanto agradan como atemorizan la mirada. En la misma línea, la artista pone a convivir a seres fantásticos y mitológicos con figuras humanas, en su mayoría femeninas, de largas cabelleras. Se pasean por los pequeños e iluminados recovecos de castillos en reinos terrenales o se elevan a ciudades celestiales hasta convertirse en cosmos.
Vista de instalación de ‘Sofía Bassi + Elena del Rivero’. Cortesía de Fundación Sofía Bassi y Travesía Cuatro. Foto por Ramiro Chaves.
Mientras que Sofia Bassi logra un equilibrio alegórico, Elena del Rivero se aventura a hacerlo desde un lado más físico y matérico al involucrarse y experimentar con materiales como hoja de oro y de paladio –un metal precioso del grupo del platino–, en relación con formas geométricas que sutilmente aparecen en el plano, todo lo cual combina para lograr un balance entre forma y materia en sus composiciones.
Sus óleos, enumerados en el borde superior derecho y señalados con ‘AF Klint’ en el inferior izquierdo, comprenden una serie de conjuntos de figuras geométricas que mantienen un sello personal, a pesar de que en su genealogía interna es evidente la resonancia con la obra de la pintora y teóloga sueca. Me gusta pensar que en su trazo imperfecto hay cabida para un entendimiento que va más allá de lo pictórico, un esfuerzo casi alquímico de lo que el texto de sala menciona como “mucho más cuerpo y piel que representación y mímesis”.
Obra de Elena del Rivero. Cortesía de la artista y Travesía Cuatro. Foto por Ramiro Chaves.
El fundamento de la alquimia se basó en el complemento y equilibrio de los cuatro elementos naturales: tierra, aire, fuego y agua, sumado a una búsqueda por el encuentro de la quintaesencia o éter, con el fin de obtener una total comprensión del universo. Es momento de que como Sofía y Elena, retornemos a una armonía confrontada que sólo será posible si nos volvemos alquimistas de nuestra propia vida.